Lourdes Hernández era la gran esperanza del 'indie' español. Pero una noche en Seattle mandó la guitarra a la basura.

“Fue un día que estábamos tocando en Seattle. Llevábamos unos días de gira en Estados Unidos.
Yo ya había hecho tours por Asia y por España. Yendo y viniendo desde Madrid, porque ya vivía en Los Ángeles. Así que traía cansancio acumulado. Y la verdad es que no me apetecía seguir de gira.
Quería estar en mi casa y hacer otras cosas. Y todo aquello se me estaba haciendo bola.
Llevábamos tocadas dos canciones.
Y al empezar la tercera, no tenía ganas de cantar.
No me salía. La canción la tocamos entera sin voz.
Y al acabar, me disculpé. Le dije al público: ‘No me encuentro bien como para acabar el show.
Se os devolverá el dinero de la entrada, y espero poder volver pronto para hacer un mejor concierto’. La gente reaccionó muy bien”.
Eso fue en otoño de 2014.
Agent Cooper, su tercer disco, se había publicado en febrero, por todo lo alto.
Grabado en Los Ángeles, con productor de relumbrón (es decir, con presupuesto). Era en todos los sentidos un intento de romper con sus inicios, algo que quedaba perfectamente expresado en una ruptura estética nivel antes/después.
"Yo creo que está bien no saber lo que eres. Y es verdad que no
me siento músico.
Porque esta cosa de tocar el instrumento
sobre un escenario y sentir la adrenalina no es lo mío. Mi proceso es otro”
En la de Agent Cooper llevaba un vestido de noche de lamé dorado y miraba directamente a la cámara mientras empuñaba un fusil de asalto.
“Fue el momento de aceptar una feminidad distinta. Yo, o Russian Red, en los dos primeros discos era más onírica.
Pero no somos una sola cosa.
Cuando se publicó Agent Cooper llevaba una temporada en Los Ángeles, a mi bola.
Me había teñido de rubio y me sentía así”.
A Sony, su compañía, nada le podía hacer más feliz.
Imagine: una joven cantante de voz aterciopelada y canciones en inglés para un público amplio, ahora, además, con un componente sexy.
Un sueño. La trataba como una artista internacional, con todo lo que eso conlleva.
Aguantó el ritmo poco más de seis meses. “Ese día de Seattle tocábamos con la banda de mi chico. La mía ya sabía que aquello se me estaba haciendo muy cuesta arriba.
En realidad no fue una sorpresa para nadie
. Solo un momento de shock. El instante en el que lo vieron y pensaron: ‘Está pasando de verdad. Está tomando la decisión’.
Yo creo que ha sido uno de los actos más valientes que he hecho en mi vida. Saber cuándo parar y cómo hacerlo”, asegura.


El día de la sesión aparece sola. “El pobre lleva varios días acompañándome y hoy se ha quedado en la cama”, explica.
Viven en una antigua iglesia en la muy gentrificada zona de Highland Park.
Cuando en Los Ángeles le preguntan a qué se dedica, ¿qué responde? Suelta una sonora carcajada.
“Pues depende del contexto en el que me conozcan, la verdad. Si en ese momento estoy trabajando en un álbum, digo que me dedico a la música, pero que también tengo un espacio de eventos con mi marido.
Ahora mismo ese es el centro de nuestro día a día. Lo alquilamos y montamos nuestros propios eventos”.
Uno, que ha entrevistado a la artista varias veces, desde que era la telonera de un telonero en 2007 hasta el momento antes de mudarse a Los Ángeles, recuerda que siempre fabuló con vivir en Estados Unidos, dedicándose a algo que fuera artístico pero no significara estar en el centro de los focos.
“Sí, totalmente. Es curioso, como que lanzas los sueños ahí afuera, pero luego cuando se cumplen no te acuerdas de que es eso lo que querías.
Hasta que se cumple, el camino es bastante largo, y cuando llegas no sientes que has logrado un objetivo, sino la sensación de satisfacción, de realización”.
Una de las sensaciones que desprendía cuando estaba en plena actividad y todo el mundo la señalaba como una triunfadora en ciernes era de ligera incomodidad.
No era raro que en las entrevistas formulara, a modo de disculpa no requerida, frases como “yo no soy artista, ni soy músico, ni nada”.
“Sí, es verdad. Yo creo que está bien no saber lo que eres. Y es verdad que no me siento músico.
Porque esta cosa de tocar el instrumento sobre un escenario y sentir la adrenalina no es lo mío.
Mi proceso es otro, me encanta cantar, me da la vida, pero no todo lo demás.
Sin embargo, nunca me permití reconocer lo que quería, porque estaba demasiado ocupada haciendo discos y giras. Fue esa estructura la que me dejó de funcionar.
No era lo que quería hacer. Sentía un poco de claustrofobia”.
Y ahora, afirma Lourdes Hernández, encuentra una salida a ese encierro en ser actriz.
“He hecho un papel en un corto y significó una liberación total y un reconocimiento de lo que quería y podía hacer.
Me he dado cuenta de que soy actriz, pero no necesito hacer una carrera de ello”.
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