La cercanía del juicio por fraude fiscal obliga al hijo de la baronesa a llevar una vida más discreta.
Mientras, Carmen Cervera negocia con su colección privada.
Tiene pasaporte suizo pero conocer dónde vive realmente Borja Thyssen requiere una investigación a la que le cuesta dar respuesta a la propia fiscalía del Estado español.
En los últimos años ha afirmado vivir en Andorra, en Londres en 2016 y otra vez en Andorra desde principios de 2017, fecha en la que su mujer, Blanca Cuesta, y sus cuatro hijos, fijaron su residencia en la lujosa casa que la pareja posee en la exclusiva urbanización La Finca de Madrid.
Hace tiempo que dosifica sus antes habituales exclusivas en la prensa rosa, no se prodiga en declaraciones y prefiere mantener un perfil público más discreto.
Su madre, Carmen Thyssen, también calla: “No puedo hablar nada sobre su vida
. Probaré a llamarle y Borja verá si él quiere hacerlo”, manifestó a este periódico en conversación telefónica.
Correcta pero lacónica.
Sin duda la cercanía del momento en el que su hijo tendrá que sentarse en el banquillo en el juicio abierto por fraude fiscal tiene mucho que ver en esta nueva actitud y en el trajín de mudanzas del heredero más joven del empresario y coleccionista de arte Heinrich von Thyssen.
En su silencio también pesa que la baronesa se encuentra inmersa en negociaciones para renovar la permanencia de su colección privada en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, que ya alberga las valiosas obras que su marido cedió al Estado español.
Respecto a los rumores de que el posible pacto debería incluir soluciones para su situación fiscal y la de su hijo, fuentes conocedoras de la negociación desmienten que los problemas fiscales de Borja Thyssen estén sobre la mesa.
No se pronuncian, en cambio, con la misma rotundidad en lo que se refiere a Carmen Cervera.
Cuando el 15 de febrero de 2002 Borja Thyssen-Bornemisza aceptó el acuerdo de reparto de la fortuna de su padre, tenía 21 años y cualquiera podría pensar que sus problemas se habían acabado para siempre.
El conocido como pacto de Basilea distribuía entre sus herederos, incluidos sus cinco hijos, Georg, Francesca, Lorne, Alexander y Borja, un patrimonio estimado en más de 3.000 millones de euros, aunque su valor real fuera incalculable a tenor de las obras de arte que incluía y los récords de venta que este tipo de bienes siguen batiendo cada año en las subastas más selectas.
Pero además de dedicarse al dolce far niente —no se le conoce profesión a pesar de tener 36 años y cuatro hijos— y de no tener reparo en que su buena vida haya quedado profusamente probada en imágenes que le retratan en lujosas casas, fiestas y costosas vacaciones, sus embrollos de familia superan con creces la imaginación del mejor guionista de culebrones.
Se casó en 2007 con Blanca Cuesta sin que esa madre, a la que estaba tan unido y que le había defendido con uñas y dientes, acudiera a su boda, porque la novia no era de su agrado.
Se reconcilió con ella cuando nació su primer hijo, Sacha. Volvió a enzarzarse en pleitos, dimes y diretes reclamándole bienes de la herencia del barón y cuadros que actualmente forman parte de la colección privada Carmen Thyssen, constituida por 430 obras de las cuales dos le pertenecen.
Cambia continuamente de residencia en un ejercicio de funambulismo para intentar evadir al fisco.
Un objetivo que le obliga a vivir al menos 183 días del año fuera de España.
¿Merece la pena esta cárcel dorada que le impide, al menos sobre el papel, vivir junto a su mujer y sus hijos gran parte del año?
Nadie de su entorno quiere contestar a esta pregunta.
La reconciliación familiar que llegó a través de abogados en el verano de 2014, tras siete años de desavenencias, bien merece el silencio de su madre.
Aunque en ese pacto de paz negociado no haya logrado incluir, hasta el momento, que las dos hijas pequeñas de Tita Cervera, María del Carmen y Guadalupe Sabina —que llegaron al mundo gracias a una gestación subrogada— sean vistas en público junto a su hermano mayor.
El que llegó a ser el hijo más cercano del barón en la última etapa de su vida, hasta que falleció en 2002, ve acercarse el juicio por fraude fiscal.
La Fiscalía le pide dos años de cárcel y 1,2 millones de euros por ocultar a Hacienda parte del dinero que ganó en 2007 por las exclusivas de su boda con Blanca Cuesta y el bautizo de su primer hijo en ¡Hola!.
La acusación afirma que Borja Thyssen simuló una mudanza para eludir los impuestos de los 1,4 millones que la revista pagó a través de una empresa de Nevada y el Juzgado número 1 de Pozuelo de Alarcón ha fijado una fianza de 629.240 euros por fingir su residencia en Andorra.
Además, tiene otra causa abierta por la renta de 2010 —que su letrado ha calificado en distintas ocasiones como “discrepancias de liquidación”— respecto a cinco millones de dólares recibidos como parte de la herencia del barón.
250.000 euros que Borja Thyssen recibe de su madre como paga anual, siete casas que no están a su nombre en el registro de la propiedad pero que le pertenecen aunque permanezcan ocultas a través de sociedades interpuestas según desveló El Confidencial, un piso de más de 400 metros en el barrio de Sarrià en Barcelona a nombre de Sacha, su hijo de nueve años, y que en 2015 se alquilaba por unos 7.500 euros mensuales o los 15 millones de dólares que ha recibido en tres entregas como herencia de su padre, no parecen ser suficientes para conseguir su paz de espíritu.
Ni él ni su abogado han respondido a la solicitud de este periódico para contar su versión sobre los pleitos abiertos con Hacienda.
A veces la vida rosa de los ricos trae complicaciones que los ciudadanos de a pie ni siquiera son capaces de imaginar.
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