Creció ante España como el primer niño abiertamente gay de la tele en ‘Aída’.
Con 26 años, desafía de nuevo las convenciones con su primer largo, ‘Pieles’.
Viajemos por un segundo en el tiempo.
Vemos a Eduardo Casanova (Madrid, 1991) correteando por un estudio entusiasmado por su primera portada, para la revista Vanidad.
Tiene 14 años y es, de pronto, el niño de España. O, más bien, el primer niño gay de la tele española.
Su rompedor personaje en la serie Aída le trajo una fama salvaje. “Yo no sé qué es no ser famoso”, repite hoy como un mantra.
Aquel día, mientras tratábamos de captar su revoltosa candidez, él reclamaba cosas impublicables, como posar maquilladísimo con unos plataformones de Carlos Díez aliviando la vejiga en el retrete. Incluso le pillamos en un descanso fumando a escondidas (hoy supera el paquete diario).
Doce años después, se ríe cuando se le recuerda que tuvimos que echarle el freno.
“No deberíais haberme parado. Al menos, con la foto con los tacones.
Nunca nadie me ha parado.
La verdad es que a veces no soy consciente de lo fuerte que he sido y lo fuerte que soy.
No sé si es muy soberbio esto que acabo de decir, pero yo lo siento así”.
Edu nos recibe para hablar de Pieles, su primer largometraje, producido por Álex de la Iglesia y Carolina Bang, en cines el 9 de junio.
Entrar en su casa es como meterse en su peli o en sus cortos: todo está teñido de rosa y pastel, la estética prima sobre la comodidad y el orden y la pulcritud no logran enmascarar lo que bulle bajo sus cimientos.
Su mélange incluye cuadros de enfermedades venéreas en el comedor y de Kim Jong-il y Kim Jong-un presidiendo la cocina, una Hello Kitty gigante junto a una bañera en mitad del dormitorio y hasta un aseo temático dedicado a los Kennedy.
“¿Sabes de dónde viene mi obsesión por el rosa y lo oscuro a la vez?
De una de las imágenes que más me han perturbado: Jackie O con el vestido rosa de Chanel manchado con la sangre de su marido”. Incluso sus dos gatos, el persa Tokio, que le regaló Ana Polvorosa, y la esfinge Costra, escenifican los mundos contrapuestos que conviven en el imaginario/hogar de Edu.
Nos sentamos junto al balcón y se pone a fumar compulsivamente. “Mi vida no es de color rosa tal y como la sociedad entiende el color rosa.
Y espero que no lo sea nunca, porque entonces sería Mr. Wonderful, y no hay nada que deteste más que lo blanco y lo naif. Yo soy un gótico de alma”.
Detesta la categorización en general y que se le tilde de provocador en particular.
“Es de lo primero que me dicen: ‘Qué ganas de epatar, de transgredir, de shockear’.
Nada más lejos de mi intención.
Cuando ves Pieles no ves a alguien intentando provocar, sino a alguien tratando de expresarse libremente.
Pero ese ejercicio de libertad muchos lo reciben como si les estuvieras agrediendo.
Es algo a lo que me he tenido que enfrentar siempre en mi vida en general, porque hago pocas concesiones”.
Y recordamos el primer corto que escribió, con 14 años, y que nunca llegó a realizar, El chocho asesino. “Trataba sobre una muñeca andaluza que cobraba vida y se comía a la gente por el coño”.
Ya estaba ahí su fijación con los orificios y la escatología. “Nada más liberador que defecar.
Pieles habla de eso: de liberarse o no. Y una manera es acudir a lo fisiológico; anulando o variando partes del cuerpo que nos sirven para comunicarnos o liberarnos.
Debería psicoanalizármelo con mi terapeuta”. Y se ríe.
El germen de Pieles fue el corto Eat my shit, en el que Ana Polvorosa se plantaba un ojete protésico por boca y sufría por su diferencia.
Su amiga repite ese rol en este largo, un compendio de historias con protagonistas malformados por dentro y/o por fuera que reivindica la disidencia de los cánones estéticos consensuados.
En definitiva, el derecho a ser en tu propia piel. Enciende otro cigarrillo.
“Pieles reclama que desaprendamos lo aprendido. Nos han dicho qué es un color para mujeres y cuál es para hombres, qué da asco y qué no, qué es algo bonito y qué es feo…
Yo no sé qué es algo malformado, no tengo ni idea.
Hay gente normativamente muy guapa que a mí me puede parecer horrible.
Todo tiene que ver con una extraña conspiración que nos dice: ‘Tienes que ir por aquí, piensa esto’. Lo que quiero es reventar la cabeza con todos estos conceptos, invitar a cuestionarlo todo”. Calada final.
Ya prepara su segunda película.
Tan solo desvela que “tiene que ver con el poder”. Comenta que anda fascinado con Orwell, así que le pregunto por otras obsesiones e influencias recientes.
“¿Quieres que te conteste como una diva para concluir la entrevista?”. Por favor. “La realidad”.
Vemos a Eduardo Casanova (Madrid, 1991) correteando por un estudio entusiasmado por su primera portada, para la revista Vanidad.
Tiene 14 años y es, de pronto, el niño de España. O, más bien, el primer niño gay de la tele española.
Su rompedor personaje en la serie Aída le trajo una fama salvaje. “Yo no sé qué es no ser famoso”, repite hoy como un mantra.
Aquel día, mientras tratábamos de captar su revoltosa candidez, él reclamaba cosas impublicables, como posar maquilladísimo con unos plataformones de Carlos Díez aliviando la vejiga en el retrete. Incluso le pillamos en un descanso fumando a escondidas (hoy supera el paquete diario).
Doce años después, se ríe cuando se le recuerda que tuvimos que echarle el freno.
“No deberíais haberme parado. Al menos, con la foto con los tacones.
Nunca nadie me ha parado.
La verdad es que a veces no soy consciente de lo fuerte que he sido y lo fuerte que soy.
No sé si es muy soberbio esto que acabo de decir, pero yo lo siento así”.
Edu nos recibe para hablar de Pieles, su primer largometraje, producido por Álex de la Iglesia y Carolina Bang, en cines el 9 de junio.
Entrar en su casa es como meterse en su peli o en sus cortos: todo está teñido de rosa y pastel, la estética prima sobre la comodidad y el orden y la pulcritud no logran enmascarar lo que bulle bajo sus cimientos.
Su mélange incluye cuadros de enfermedades venéreas en el comedor y de Kim Jong-il y Kim Jong-un presidiendo la cocina, una Hello Kitty gigante junto a una bañera en mitad del dormitorio y hasta un aseo temático dedicado a los Kennedy.
“¿Sabes de dónde viene mi obsesión por el rosa y lo oscuro a la vez?
De una de las imágenes que más me han perturbado: Jackie O con el vestido rosa de Chanel manchado con la sangre de su marido”. Incluso sus dos gatos, el persa Tokio, que le regaló Ana Polvorosa, y la esfinge Costra, escenifican los mundos contrapuestos que conviven en el imaginario/hogar de Edu.
Nos sentamos junto al balcón y se pone a fumar compulsivamente. “Mi vida no es de color rosa tal y como la sociedad entiende el color rosa.
Y espero que no lo sea nunca, porque entonces sería Mr. Wonderful, y no hay nada que deteste más que lo blanco y lo naif. Yo soy un gótico de alma”.
Detesta la categorización en general y que se le tilde de provocador en particular.
“Es de lo primero que me dicen: ‘Qué ganas de epatar, de transgredir, de shockear’.
Nada más lejos de mi intención.
Cuando ves Pieles no ves a alguien intentando provocar, sino a alguien tratando de expresarse libremente.
Pero ese ejercicio de libertad muchos lo reciben como si les estuvieras agrediendo.
Es algo a lo que me he tenido que enfrentar siempre en mi vida en general, porque hago pocas concesiones”.
Y recordamos el primer corto que escribió, con 14 años, y que nunca llegó a realizar, El chocho asesino. “Trataba sobre una muñeca andaluza que cobraba vida y se comía a la gente por el coño”.
Ya estaba ahí su fijación con los orificios y la escatología. “Nada más liberador que defecar.
Pieles habla de eso: de liberarse o no. Y una manera es acudir a lo fisiológico; anulando o variando partes del cuerpo que nos sirven para comunicarnos o liberarnos.
Debería psicoanalizármelo con mi terapeuta”. Y se ríe.
El germen de Pieles fue el corto Eat my shit, en el que Ana Polvorosa se plantaba un ojete protésico por boca y sufría por su diferencia.
Su amiga repite ese rol en este largo, un compendio de historias con protagonistas malformados por dentro y/o por fuera que reivindica la disidencia de los cánones estéticos consensuados.
En definitiva, el derecho a ser en tu propia piel. Enciende otro cigarrillo.
“Pieles reclama que desaprendamos lo aprendido. Nos han dicho qué es un color para mujeres y cuál es para hombres, qué da asco y qué no, qué es algo bonito y qué es feo…
Yo no sé qué es algo malformado, no tengo ni idea.
Hay gente normativamente muy guapa que a mí me puede parecer horrible.
Todo tiene que ver con una extraña conspiración que nos dice: ‘Tienes que ir por aquí, piensa esto’. Lo que quiero es reventar la cabeza con todos estos conceptos, invitar a cuestionarlo todo”. Calada final.
Ya prepara su segunda película.
Tan solo desvela que “tiene que ver con el poder”. Comenta que anda fascinado con Orwell, así que le pregunto por otras obsesiones e influencias recientes.
“¿Quieres que te conteste como una diva para concluir la entrevista?”. Por favor. “La realidad”.
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