Sería horroroso que solo percibiéramos, mentalmente hablando, la cabeza.
Ocurre lo mismo cuando un funcionario nos atiende tras su ventanilla: que le suponemos la mitad del cuerpo invisible.
Gracias a esa habilidad neuronal, no experimentamos el mundo como un conjunto de fragmentos o como las piezas de un puzle sin articular.
Si falta algo, lo ponemos por nuestra cuenta, como cuando alguien te invita a comer y a la hora de pagar resulta que le faltan 10 euros.
–No te apures, ahí van.
Y lo mismo que ocurre con los cuerpos o con las facturas del restaurante, ocurre con las frases, al menos con las frases hechas.
Si alguien nos dice “A mal tiempo” y se queda ahí, por lo que sea, no sé, porque le ha dado un ictus, por ejemplo, nosotros añadimos “buena cara”.
A mal tiempo, buena cara. Nadie diría “A mal tiempo, las cartas bocarriba”.
Sería lo mismo que poner un cuerpo de reptil a la cabeza del pájaro que asomaba por detrás de una rama en la primera línea.
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