NO ES POR MALDAD / Pilar Eyre
Marta Chávarri, Alberto Cortina y Alicia Koplowitz
En realidad, no ha dormido en absoluto
porque su marido, Alberto Cortina, ha pasado la noche en el Hotel Villa
Magna. Aunque no ha trascendido a los medios, Alberto la ha abandonado
porque ha perdido la cabeza por Marta Chávarri.
Su hijo pequeño, Pelayo, la llama desde el salón: "Mamá, tenemos que
acercar los camellos al portal de Belén". El fuego arde en la chimenea,
el inmenso árbol de Navidad centellea y todo huele a algo muy rico
haciéndose en el horno.
Alicia piensa que aún no está todo perdido, que
Alberto volverá a su lado, que no puede romper de una forma tan frívola
un matrimonio de veinte años.
Empieza a llegar la familia... Ding dong,
al final aparece su marido, tiene las mejillas frías del aire de la
calle, no se quita el abrigo, está incómodo, Pelayo grita: "¡Los
regalos!".
Hay unos pendientes de Alberto para Alicia comprados por su
secretaria.
Mientras todos brindan con champán Pommery, Alberto se
escabulle y desaparece. Sólo Alicia oye el sonido de la puerta al
cerrarse, suena como una detonación. ¡Todo se ha acabado! Esta Navidad
no la va a olvidar nunca.
2 de enero de 2000. La Mareta, Lanzarote. Larga sobremesa de la familia real española al completo, abuela, hijos y nietos.
Y un invitado
especial, Felipe González. Enciende su Cohiba mientas Don Juan Carlos
pregunta: “Mami, ¿me permites?”.
Doña María sonríe beatíficamente. La
idea de pasar el Fin de Año en Canarias ha sido de ella
. Antes de irse
para siempre quiere limar asperezas entre sus tres hijos, que Juanito,
Pilar y Guitte vuelvan a ser los hermanos inseparables de Estoril,
quiere enderezar el matrimonio de Juanito y Sofía, tan tocado por
Bárbaras y Martas, quiere que Felipe deje a Eva Sanumm, quiere que se
integren las dos nuevas incorporaciones a la familia: Jaime e Iñaki.
Quiere, quiere…
Pero en este atardecer caluroso, con el cielo tan azul,
ya nada le parece muy urgente. Amodorrada, le hace una seña a su dama de
compañía, la marquesa de Tablantes, para que empuje su silla hasta su
habitación.
Sus últimas palabras fueron: “Adiós, Menchu, gracias por
todo”. Se quedó sola. María la Brava murió mientras dormía, se abrieron
las ventanas y el viento y el siglo XXI entraron de golpe en su cuarto.
Una semana antes de Navidad, 1971. Gracias a la prueba de la rana,
Isabel Preysler había comprobado que sus fugaces encuentros íntimos con
Julio Iglesias la habían dejado embarazada.
Primero llamó a Manila y su
padre cogió tal cabreo que le colgó el teléfono.
Pero aún faltaba lo más
duro: decírselo a los padres de su novio, a los que ni siquiera
conocía.
Julio utilizó la fórmula habitual para comunicar a la familia
que esperaban descendencia: “Tenemos que casarnos”.
Chelo, madre de
Julio, miró a Isabel con hostilidad y le espetó: “Veo que las orientales
estáis más espabiladas que las españolas”.
Y sin transición, le soltó:
“Nosotros vamos por Nochebuena a la misa del Gallo, supongo que
vendrás”. Isabelita se atragantó con el chocolate caliente que estaba
tomando y balbuceó: “Sí, claro”. Chelo llamó a la criada y le ordenó:
“Para Nochebuena pon un cubierto más. ¿Las filipinas coméis de todo?”.
Isabel se aguantó las lágrimas y le dio un beso a su suegra con los
labios helados, mientras el doctor le susurraba a su hijo:
“Te irá muy
bien casarte con Isabelita, es encantadora, parece dócil y tiene mucha
clase”. Pero en una de estas tres cosas, ay, el buen médico no acertó.
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