Bertín
Osborne organiza al ex presidente un homenaje almibarado que permite al
expresidente adulterar el 11-M, la foto de las Azores y la revolución
económica.
Se nota que son amigos. y por cierto si el programa es de comer y hablar, hablar habló mucho Aznar pero que demonios cocinó?
Bertín Osborne y José María Aznar
Hay que reconocer a Bertín Osborne el mérito de haberle arrancado una carcajada a Aznar. Otra cuestión es que fuera una experiencia grata para el espectador
sobrio. Y que la hagiografía propuesta el miércoles noche en Telecinco
abusara del almíbar y de la hipérbole. Hemos pasado los españoles de no
conocer a Aznar a conocerlo demasiado. Una sobrexposición catódica de
campechanía y autosatisfacción. Y una concepción del orgullo y de la
misión presidencial donde no caben la autocrítica o arrepentimientos: ni
la foto de las Azores, ni la gestión del 11-M se reprochaba Aznar en la
casa de Bertín. Viene a concluirse de este melifluo homenaje en prime time
la sensación de que no nos merecemos a Aznar y que la memoria colectiva
es ingrata con la contribución "revolucionaria" de Aznar a la historia
de España, aunque se hubieran agradecido las menciones a la corrupción
tanto como se hubieran apreciado los subtítulos. La mezcla del acento
texano con la rigidez de los labios redundaban en la impresión de que
Aznar era el ventrílocuo de Aznar. Y parecía que estaba en blanco y
negro, sobre todo frente al aspecto rosado y borbónico de Osborne en su
papel de anfitrión dócil, sobreactuado. Quiere decirse que Bertín
enfatizaba la sorpresa y el tuteo. Y que se veía obligado a exagerar el
proceso de humanización de Aznar, interpelándolo con recursos
coloquiales —"anda ya", "no me digas", "qué me estás contando"— y
recreándose en el sentimentalismo. Especialmente cuando trascendió
durante la entrevista el flechazo de Ana Botella: "Esta es mía y me la
quedo", le confió José María a Bertín.(Por cierto La Botella está llena de arreglos faciales. con un cutis horrible ahora parace que lo tiene liso, Ah me olvidaba que se daba tratamientos donde Isabel Preysler y nuestra Reina, pero no dicen dónde, hay muchas mujeres que pagaría por esos pilings de diamantes, y piedras preciosas)
Todo lo contrario, Aznar se describía como el mártir de una
conspiración y de una conmoción que los socialistas aprovecharon para
ocupar la Moncloa. Cumpliéndose así la voluntad de los terroristas:
"Consiguieron su objetivo", proclamó Aznar en una reconstrucción
ventajista de la masacre terrorista de la estación de Atocha.
Se gusta mucho Aznar a sí mismo. Y debió gustarle aún más la posición
acrítica de Osborne. Que le permitía recrearse en su onanismo
intelectual y exponer sus recuerdos. Vivir en la Moncloa los mejores
años de su vida. Y atribuirse el mérito de haber puesto a remar a los
españoles, erigiéndose en timonel del bienestar. Y se dijo modesto
Aznar, "orgullosamente modesto", pero llamó "revolución" a su plan de
prosperidad económica, de tal manera que el flash de las Azores era su manera de instalarse en el Monte Rushmore y de pasar a la historia trasatlántica. La peor imagen que Bertín Osborne pudo encontrar en el álbum y en el
guion de una entrevista devocionaria, Aznar la convirtió como un mago en
su mejor trofeo de caza: "Nunca he tenido una mejor foto que la de las
Azores", declaró Aznar con el eco de su propia voz, embriagado de sí
mismo y de su autorretrato triunfalista. Mérito tenía el crooner porque Aznar se fue relajando y
hasta desinhibiendo. Nunca perdió de vista la vanidad. Ni concedió un
elogio a Rajoy —"yo lo traje de Galicia a Madrid"—, ni renegó de la
devoción a Di Stéfano y a Fraga, pero las impudicias del programa se
esfumaron cuando se hicieron inevitables, duras, explícitas, las
alusiones al terrorismo etarra y yihadista. Dijo Aznar, por ejemplo, que
el 11-M fue el peor día de su vida, aunque semejante ejercicio de
sinceridad y de consternación no alcanzó a reprocharse su negligencia ni
su obstinación en el desenlace de la crisis.
La escena prosaica de la cocina se restringió a la preparación de una
ensalada de la huerta, tan estimulante como el humor de Aznar, mientras
que el número del futbolín se dirimió esta vez sobre la hierba de la
propiedad de Osborne. Se lanzaron unos penaltis el anfitrión y el
invitado. Y los disparos tenían menos peligro que las preguntas. Porque
era un partido amañado. Y porque ya sabíamos la respuesta sobre el
futuro político de Aznar: ni vuelve, ni piensa hacerlo nunca. Le disuade
de hacerlo seguramente la incomprensión de sus compatriotas. "Todas las
grandes naciones son ingratas", decía el ex presidente del Gobierno
evocando la soledad de Churchill y la suya propia. ¿Es verdad que en la Moncloa había un fantasma?", preguntó Osborne a Aznar.
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