Philippe Lioret estrena 'El hijo de Jean', un 'thriller' familiar sobre la influencia de la relación paternofilial en la identidad individual.
Madrid
Se llama Philippe Lioret, es cineasta, y aguarda expectante las caras de los periodistas que, en la sala contigua, acaban de salir del pase de prensa de su última película, El hijo de Jean, que se estrena en España.
La emoción callada que transmiten sus ojos parece situarle al borde de las lágrimas, pero los sentimientos nunca llegan a desbordar.
En eso se parece a sus personajes masculinos: “Es más fuerte así, por el pudor, por la vergüenza de los hombres.
En el cine tenemos tendencia a no tenerlos, pero es mejor suscitar en el espectador las ganas de abrazarse a que vea cómo los personajes se abrazan.
Es mucho más bonito ver cómo se aguantan las ganas de llorar a que lo hagan”, reflexiona en voz baja el cineasta.
Después de mucho buscar, Lioret (París, 1955) encontró en Pierre Deladonchamps —joven promesa del cine francés— al treintañero con mirada de niño que necesitaba para el protagonista de El hijo de Jean, un drama íntimo sobre la influencia de la relaciones paternofiliales en la búsqueda de la identidad.
“Tenía ganas de contar un thriller familiar, porque la familia es la base de todo: donde uno se construye, también donde uno se puede deconstruir”, cuenta sobre la historia de Mathieu Capelier, un parisiense de 33 años que un día recibe una misteriosa carta de Canadá: su padre, a quien nunca conoció, ha muerto y le ha dejado un cuadro en herencia.
Movido por el anhelo de conocer a sus hermanos paternos, este insatisfecho comercial de croquetas para perro viaja al funeral, donde encuentra una gélida bienvenida de una supuesta familia que no es en absoluto lo que esperaba.
Los sentimientos, y con ellos las verdades ocultas, no tardan, sin embargo, en abrirse paso.
Más que la literatura, más que el teatro, casi más más que la música”, reflexiona Lioret, que quiso hacer un filme “puramente orgánico, sin nada de intelectualismo”.
“Que le hable al corazón y no a la cabeza”, resume el cineasta, quien se pasó ocho años intentando conseguir los derechos de la novela Si ce livre pouvait me rapprocher de toi (Si este libro pudiera acercarme a ti), de Jean-Paul Dubois, para acabar creando una ficción personal que apenas tiene que ver con ella.
"Al final, casi lo único que queda es que la historia es en Canadá", bromea.
Los entornos adversos, fríos y deshumanizados son una constante en las películas de Lioret.
En El hijo de Jean, lo es la Canadá que recibe a Mathieu.
También lo es Calais, para el joven refugiado iraquí de Welcome (2009), o el aeropuerto Charles de Gaulle de París para el grupo de indocumentados atrapados allí en En tránsito (1993) —precedente de La Terminal (2004), de Spielberg—.
Esas situaciones negativas son el ambiente en el que, a pesar de todo, acaba surgiendo un vínculo empático entre los personajes.
“El mundo es hostil, pero solo hay que rascar un poquito para encontrar la humanidad”, afirma Lioret, que de adolescente vio cientos de películas que le hicieron comprender que “con el cine podemos contar la vida, nuestra vida”.
Por encima de todas, destaca una: El cazador (1978), de Michael Cimino.
Esa hostilidad hacia el otro está ganando, sin embargo, la batalla de la realidad en los últimos tiempos.
“Es la historia que se repite, hemos vuelto a los populismos. La respuesta básica y estúpida a la historia.
Y no nos acordamos de lo que pasó.
Solo bastaría con acordarse de la gran crisis del 29, y diez años después, en el 39: Hitler, Mussolini, Franco”, reflexiona el cineasta, que últimamente anda preocupado por una mujer: Marine Le Pen, la candidata del Frente Nacional que el próximo 23 de abril medirá la fuerza de la extrema derecha en Francia.
Lo expresa fiel a su estilo, contenido, cargando de emoción el silencio que sigue a la escueta frase: ¿Puede ganar las elecciones? “Es algo que me quita el sueño”, susurra.
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