El agua del Canal de Isabel II, que beben y con la que se lavan la cara los madrileños se ha convertido en un fétido albañal político.
El 17 de julio de 1834, bajo el calor escalfado del verano se
expandía una epidemia de cólera en Madrid.
De pronto se corrió la voz de que las muertes se debían a los clérigos que habían envenenado el agua de las fuentes públicas, y el pueblo asaltó conventos e iglesias y en solo 12 horas mató a 73 curas y frailes a garrotazos y puñaladas.
Lo escribe Galdós. Acababa de morir Fernando VII, el felón, y España rota en banderías se preparaba para la matanza general de la primera guerra carlista
. Por los salones de Madrid se paseaba entonces un joven de patillas románticas, que ha pasado por ser el creador del periodismo moderno, Mariano José de Larra, quien después de denunciar, criticar y zaherir en vano los vicios de la política acabó pegándose un tiro.
Todo el año es carnaval, escribió Larra, espejo de inconformismo e independencia, en el que siempre desde entonces han tratado de reflejarse los mejores periodistas.
Hoy, aquel carnaval perdura bajo distintas formas.
Las fuentes de Madrid no han sido envenenadas por los clérigos, pero el agua del Canal de Isabel II, que beben y con la que se lavan la cara los madrileños, se ha convertido en un fétido albañal político.
En España no hay cólera, pero hay cabreo, una epidemia más expansiva.
El carnaval de Larra continúa, y si bien el pueblo no se levanta airado a matar curas, que nada tienen que ver en el asunto, sigue votando una y otra vez a gobernantes corruptos con una entrega de borregos.
En la Comunidad de Madrid se ha dado un hecho milagroso: se trataba de un prostíbulo en el que la única virgen era el ama.
El agua del canal baja muy turbia y muchos ciudadanos, como Pilatos, con ella se lavan las manos, pero nada podrá salvarnos de esta epidemia si a través de las urnas no echamos del Gobierno a esta gente a patadas, sin tener que pegarnos un tiro como Larra
.
De pronto se corrió la voz de que las muertes se debían a los clérigos que habían envenenado el agua de las fuentes públicas, y el pueblo asaltó conventos e iglesias y en solo 12 horas mató a 73 curas y frailes a garrotazos y puñaladas.
Lo escribe Galdós. Acababa de morir Fernando VII, el felón, y España rota en banderías se preparaba para la matanza general de la primera guerra carlista
. Por los salones de Madrid se paseaba entonces un joven de patillas románticas, que ha pasado por ser el creador del periodismo moderno, Mariano José de Larra, quien después de denunciar, criticar y zaherir en vano los vicios de la política acabó pegándose un tiro.
Todo el año es carnaval, escribió Larra, espejo de inconformismo e independencia, en el que siempre desde entonces han tratado de reflejarse los mejores periodistas.
Hoy, aquel carnaval perdura bajo distintas formas.
Las fuentes de Madrid no han sido envenenadas por los clérigos, pero el agua del Canal de Isabel II, que beben y con la que se lavan la cara los madrileños, se ha convertido en un fétido albañal político.
En España no hay cólera, pero hay cabreo, una epidemia más expansiva.
El carnaval de Larra continúa, y si bien el pueblo no se levanta airado a matar curas, que nada tienen que ver en el asunto, sigue votando una y otra vez a gobernantes corruptos con una entrega de borregos.
En la Comunidad de Madrid se ha dado un hecho milagroso: se trataba de un prostíbulo en el que la única virgen era el ama.
El agua del canal baja muy turbia y muchos ciudadanos, como Pilatos, con ella se lavan las manos, pero nada podrá salvarnos de esta epidemia si a través de las urnas no echamos del Gobierno a esta gente a patadas, sin tener que pegarnos un tiro como Larra
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