Guillermo Altares
La ciudad holandesa ha sido la vanguardia de la libertad en el continente durante siglos.
La policía les acusó de tratar de proporcionar LSD a los caballos de la guardia real, algo que negaron rotundamente porque, argumentaron, jamás harían daño a un animal.
Vistas 50 años después, es alucinante lo modernas y adelantadas a su tiempo que son muchas de las ideas que los provos defendieron y que Russell Shorto describe en su magnífico libro, Ámsterdam. Historia de la ciudad más liberal del mundo, recién publicado en España: defendieron un plan para compartir bicis y coches décadas antes que en cualquier otra ciudad, querían medidas contra el tabaco, abogaban por la comida ecológica y por perseguir a los grandes contaminantes. Otras ideas, como compartir la educación infantil entre varias familias, tuvieron menos éxito, aunque siguen dando vueltas por ahí.
Sin Ámsterdam es imposible entender ni la libertad en Europa —en el siglo XVII se imprimían allí una tercera parte de los libros mundiales—, ni el liberalismo —en 1609 se fundó allí el primer banco central en el sentido moderno del término, el Amsterdamsche Wisselbank—.El filósofo judío Baruch Spinoza, que se aprovechó de este refugio en la violenta Europa de la contrarreforma, relacionó los dos conceptos cuando escribió que "la ciudad de Ámsterdam recoge los frutos de su libertad en su gran prosperidad".Fue la primera ciudad que apostó de manera radical por la bicicleta como medio de transporte urbano en el siglo XX o que legalizó la marihuana, con los famosos coffee shops.Ahora que existe un movimiento en todo el mundo en ese sentido, sobre todo en EE UU, la ciudad holandesa parece que está dando la vuelta.
“La mayoría de los campos en los que Ámsterdam se ha mostrado especialmente avanzada están en el cruce entre política y cultura”, explica el historiador holandés Fred Feddes, autor de A milenium of Amsterdam.
“Una explicación es que Ámsterdam nunca ha sido la sede oficial de un Gobierno o una monarquía.
Su cultura y estructura social nunca ha sido moldeada por influencias cortesanas o diplomáticas.
Por eso creo que es más receptiva a esos cambios.
Otro ingrediente importante es que Ámsterdam ha sido desde hace siglos un centro de intercambios comerciales, parte de una red mundial, siempre en busca de nuevas oportunidades.
En Ámsterdam, los mercaderes siempre han sido muy influyentes, y han favorecido la curiosidad, la apertura y la innovación”.
Pero Ámsterdam también se adelantó al resto de Europa en un aspecto mucho más terrible.
El asesinato en 2004 por un islamista radical de Theo van Gogh, un cineasta que había dirigido una película considerada blasfema, abrió una era de terror con episodios como las viñetas de Mahoma o el ataque contra la revista francesa Charlie Hebdo en 2015
. Ian Buruma escribió un libro fundamental para entender la Europa actual sobre aquel crimen: Asesinato en Ámsterdam. "Esta historia no ha acabado", relataba Buruma al final de su ensayo.
"Lo que aconteció en aquel remoto rincón del noroeste de Europa podría suceder en cualquier otro lugar".Dos años antes, un político populista llamado Pim Fortuyn logró una rápida popularidad con un discurso basado en las críticas a la inmigración masiva y el fundamentalismo islámico.
Fortuyn, que era abiertamente homosexual, no se correspondía con el modelo de ultraderecha retrógrada y neofascista que había triunfado hasta entonces en Europa. Su asesinato, en 2002, por un defensor de los animales, fue el primer indicio claro de que algo no iba bien en la sociedad perfecta.
La posible victoria de Geert Wilders en las elecciones del miércoles podría poner de nuevo a Ámsterdam en la vanguardia de Europa.
La unión de todas las demás fuerzas políticas para frenar su racismo entronca con la idea de libertad y tolerancia que convirtió a esta ciudad en un modelo para el mundo.
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