Sería una gran venganza pasar de presidiaria a presidenta.
La parte que más me ha gustado de la entrevista de Pablo Motos a Isabel Pantoja fue el momento en el que prepararon un gazpacho. Todo estaba perfectamente cortado.
Pantoja se puso muy chef, pero se negó a tocar los ingredientes con las manos porque “no las tenemos limpias”.
Fue increíble. En casa nos preguntamos si esa abogacía por la higiene se incrementó tras el paso por la cárcel.
La tonadillera podría haber pensado lo mismo durante su relación con Julián Muñoz y negarse a coger aquellas bolsas de dinero sin antes lavarse las manos. Quizás le habría evitado la cárcel.
Ah, cárcel fue la palabra nunca mencionada en la entrevista. Pantoja se refirió a ella como “ese lugar”, siguiendo un poco el protocolo de Rajoy con respecto a Luis Bárcenas, “esa persona”.
Se ha criticado a Motos por evitarle a la cantante cualquier mención directa sobre sus 24 meses en prisión.
Pero quizás esa era la condición para conseguir una entrevista que cosechó un 24% de share. Exactamente un punto por cada mes de condena.
A cambio, Pantoja concedió una de las más exitosas galas televisivas de su vida.
Habló con ese tono sobrehumano que te da la cárcel, gesticulando, creciéndose frase a frase con un discurso cargado del sentimiento, el mensaje y la altisonancia de quien pudiera ser un nuevo presidente de gobierno.
Sería su gran venganza pasar de presidiaria a presidente.
La parte que más me ha gustado de la entrevista de Pablo Motos a Isabel Pantoja
fue el momento en el que prepararon un gazpacho. Todo estaba
perfectamente cortado. Pantoja se puso muy chef, pero se negó a tocar
los ingredientes con las manos porque “no las tenemos limpias”. Fue
increíble. En casa nos preguntamos si esa abogacía por la higiene se
incrementó tras el paso por la cárcel. La tonadillera podría haber
pensado lo mismo durante su relación con Julián Muñoz y negarse a coger
aquellas bolsas de dinero sin antes lavarse las manos. Quizás le habría evitado la cárcel.
Ah, cárcel fue la palabra nunca mencionada en la entrevista. Pantoja se refirió a ella como “ese lugar”, siguiendo un poco el protocolo de Rajoy con respecto a Luis Bárcenas, “esa persona”. Se ha criticado a Motos por evitarle a la cantante cualquier mención directa sobre sus 24 meses en prisión. Pero quizás esa era la condición para conseguir una entrevista que cosechó un 24% de share. Exactamente un punto por cada mes de condena. A cambio, Pantoja concedió una de las más exitosas galas televisivas de su vida. Habló con ese tono sobrehumano que te da la cárcel, gesticulando, creciéndose frase a frase con un discurso cargado del sentimiento, el mensaje y la altisonancia de quien pudiera ser un nuevo presidente de gobierno. Sería su gran venganza pasar de presidiaria a presidente.
En mi opinión, como diría esa nueva Pantoja, ella tiene el
derecho de ir a donde quiera y pactar como mejor le convenga porque ella
ya ha cumplido condena.
De todas las personas que se han visto envueltas en casos de corrupción, ella y sus compañeros del caso de Marbella son de los poquísimos que han ido a la cárcel.
Ha pagado su falta con la justicia. Y, en ese sentido, la hace una dama que no quiera referirse a eso para no levantar nuevos juicios hacia aquellos que esperan una sentencia, entre otros, un exvicepresidente del Gobierno y una infanta.
Visto de esa manera, el silencio de Pantoja es una sopa difícil de tragar.
Por eso su gazpacho con las manos bien aclaradas es el mejor plato frío que la reina de la copla puede cocinar y saborear delante de todos nosotros.
Ese gazpacho de la señora de Cantora en Antena 3 alimenta la hambrienta programación de Telecinco, que pierde liderazgo un mes más.
Y alimenta la filosofía de vida de la propia cantante.
Una filosofía orientalista, donde todo pasa y fluye. Casi sin influir. Pero cuando vi a Pantoja y Motos bailando los temas de música urbana de Kiko Rivera pensé que Iñaki Urdangarin y su esposa, la infanta Cristina, deberían pensarse lo de pasar por El hormiguero. Todo se puede pactar.
Ir a El hormiguero te levanta el ánimo, sube la audiencia, todo el mundo te cae mejor y terminas por entender por qué hicieron lo que hicieron.
Es lo que tiene la corrupción: hace daño, pero tiene su morbillo.
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón no han podido pactar, y, al parecer, han tenido un acalorado debate en el Congreso que, a su manera, es también otro hormiguero. “No somos holandeses, somos españoles y gesticulamos”, dijo Pablo. Mientras, Errejón, con su chic de político millennial, declaró que “debatimos con pasión y le ponemos a todo mucha intensidad, pero no pasa absolutamente nada”. Y ese “absolutamente nada” acaba de parecerse a una entrevista arreglada.
Muy española fue también la ciudad de Manila, de la que acabo de regresar después de ver coronar a Miss Francia como Miss Universo.
Es un viaje al que volveré siempre, amé la ciudad, su caos y contrastes, pero sobre todo, como diría Julio Iglesias, a sus gentes. De regreso a Los Ángeles me encontré con su aeropuerto sumido en protestas por la decisión de Trump de cerrar las fronteras a siete países musulmanes. Los protestantes eran todos tan jóvenes y gesticulaban tanto como Íñigo y Pablo.
Y entonces sucedió un milagro: empezaron a resplandecer flashes fotográficos y creí que eran por los protestantes.
Pero no, iban dirigidos a Paris Hilton, que regresaba también de Asia y se arreglaba un sombrerito con orejas de gato posando con su acostumbrado ritual. Disfruté el contraste.
La reina de la frivolidad delante de los protestantes de la realidad. “Tienen todo el derecho de hacerlo”, respondió Paris a los reporteros. “América es un país libre”, agregó. Y España, Pantoja y su gazpacho, también.Pues vale.....
Ah, cárcel fue la palabra nunca mencionada en la entrevista. Pantoja se refirió a ella como “ese lugar”, siguiendo un poco el protocolo de Rajoy con respecto a Luis Bárcenas, “esa persona”. Se ha criticado a Motos por evitarle a la cantante cualquier mención directa sobre sus 24 meses en prisión. Pero quizás esa era la condición para conseguir una entrevista que cosechó un 24% de share. Exactamente un punto por cada mes de condena. A cambio, Pantoja concedió una de las más exitosas galas televisivas de su vida. Habló con ese tono sobrehumano que te da la cárcel, gesticulando, creciéndose frase a frase con un discurso cargado del sentimiento, el mensaje y la altisonancia de quien pudiera ser un nuevo presidente de gobierno. Sería su gran venganza pasar de presidiaria a presidente.
De todas las personas que se han visto envueltas en casos de corrupción, ella y sus compañeros del caso de Marbella son de los poquísimos que han ido a la cárcel.
Ha pagado su falta con la justicia. Y, en ese sentido, la hace una dama que no quiera referirse a eso para no levantar nuevos juicios hacia aquellos que esperan una sentencia, entre otros, un exvicepresidente del Gobierno y una infanta.
Visto de esa manera, el silencio de Pantoja es una sopa difícil de tragar.
Por eso su gazpacho con las manos bien aclaradas es el mejor plato frío que la reina de la copla puede cocinar y saborear delante de todos nosotros.
Ese gazpacho de la señora de Cantora en Antena 3 alimenta la hambrienta programación de Telecinco, que pierde liderazgo un mes más.
Y alimenta la filosofía de vida de la propia cantante.
Una filosofía orientalista, donde todo pasa y fluye. Casi sin influir. Pero cuando vi a Pantoja y Motos bailando los temas de música urbana de Kiko Rivera pensé que Iñaki Urdangarin y su esposa, la infanta Cristina, deberían pensarse lo de pasar por El hormiguero. Todo se puede pactar.
Ir a El hormiguero te levanta el ánimo, sube la audiencia, todo el mundo te cae mejor y terminas por entender por qué hicieron lo que hicieron.
Es lo que tiene la corrupción: hace daño, pero tiene su morbillo.
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón no han podido pactar, y, al parecer, han tenido un acalorado debate en el Congreso que, a su manera, es también otro hormiguero. “No somos holandeses, somos españoles y gesticulamos”, dijo Pablo. Mientras, Errejón, con su chic de político millennial, declaró que “debatimos con pasión y le ponemos a todo mucha intensidad, pero no pasa absolutamente nada”. Y ese “absolutamente nada” acaba de parecerse a una entrevista arreglada.
Muy española fue también la ciudad de Manila, de la que acabo de regresar después de ver coronar a Miss Francia como Miss Universo.
Es un viaje al que volveré siempre, amé la ciudad, su caos y contrastes, pero sobre todo, como diría Julio Iglesias, a sus gentes. De regreso a Los Ángeles me encontré con su aeropuerto sumido en protestas por la decisión de Trump de cerrar las fronteras a siete países musulmanes. Los protestantes eran todos tan jóvenes y gesticulaban tanto como Íñigo y Pablo.
Y entonces sucedió un milagro: empezaron a resplandecer flashes fotográficos y creí que eran por los protestantes.
Pero no, iban dirigidos a Paris Hilton, que regresaba también de Asia y se arreglaba un sombrerito con orejas de gato posando con su acostumbrado ritual. Disfruté el contraste.
La reina de la frivolidad delante de los protestantes de la realidad. “Tienen todo el derecho de hacerlo”, respondió Paris a los reporteros. “América es un país libre”, agregó. Y España, Pantoja y su gazpacho, también.Pues vale.....
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