Observen la tensión de sus labios, la vista centrada en las dos partes del objeto, la posición antinatural de sus brazos, incluso la violencia con la que una y otra mano empuñan respectivamente el cuerpo y la capucha de la estilográfica.
Todas sus energías están puestas ahí, en que las dos partes se encuentren.
Pero no hay forma, ya que la comunicación entre el hemisferio derecho y el izquierdo del cerebro del presidente no alcanza el grado de coordinación preciso para que sus extremidades superiores lleguen a un acuerdo.
El esfuerzo es tan notable que dan ganas de echarle una mano. Pero no, ¿quién se atreve?
Es tan tozudo que lo logrará, después de todo hablamos del hombre más poderoso del planeta.
Cuando se nace sin cuerpo calloso, el individuo se hace un lío, pues viene a ser como si tuviera dos cerebros incapaces de pactar al carecer del lugar común en el que hacerlo.
¿Podría darse el caso de que algunas personas, por razones que ahora no se nos ocurren, tuvieran ahí arriba, en vez de un puente (calloso o no), un muro como el que Trump pretende construir entre México y EE UU?
Quizá. En todo caso, ello explicaría, además de su pasión por lo que separa, las dificultades mecánicas que muestra para realizar lo que un escolar llevaría a cabo sin problemas.
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