Herta Müller encuentra la belleza incluso donde no la hay. Esta capacidad y el análisis del totalitarismo son las grandes lecciones de su libro de conversaciones con Angelika Klammer.
Dios está en los detalles, dicen los clásicos desde Flaubert
hasta Nabokov, cada uno a su manera.
La escritora rumana en lengua alemana, Herta Müller, suscribiría esta máxima porque su arte de narrar consiste en encontrar el detalle que mejor le sirva como metáfora.
También aplica este método en el diálogo que con ella mantiene Angelika Klammer en el libro Mi patria era una semilla de manzana.
Estimulada por las preguntas, Herta Müller repasa su vida de descendiente de suabos emigrados a Rumanía.
Durante la guerra, su padre fue miembro de la SS; después de la guerra, a su madre la deportaron al gulag soviético.
Müller describe la marginación de alguien que pertenece a una minoría lingüística y cultural y además no comulga con la ideología imperante, la comunista.
Al sentirse excluida, Müller empezó a refugiarse en la escritura. Pero sus libros la echaron directamente a los gélidos brazos de la temida Securitate que durante años la amargó con sus amenazas e interrogatorios hasta que Herta se decidiera por el difícil camino del exilio, dejando atrás a su madre y sus amigos.
A estas alturas, la literatura universal cuenta con una abundante documentación sobre el comunismo; muchos autores de primera fila, desde Milan Kundera hasta Norman Manea o György Konrád, describieron sus experiencias con el totalitarismo. Sin embargo, pocos elaboraron su obra con el lujo de detalles con el que se expresa Herta Müller.
En este sentido, en Mi patria era una semilla de manzana me llamó la atención el análisis magistral de la fealdad que creaba la dictadura con el propósito de humillar a los ciudadanos; la arquitectura, el mobiliario, la ropa, todo era desagradable y gris: "La belleza es un apoyo en la vida, te protege, te resguarda.
Cuando la belleza falta durante mucho tiempo, la gente se vuelve agresiva y surge el embrutecimiento," concluye la autora.
El arte de Herta Müller, patente en sus novelas, es saber encontrar la belleza incluso allí donde no la hay.
Esta capacidad, junto al análisis del totalitarismo, son las grandes lecciones de este libro.
La escritora rumana en lengua alemana, Herta Müller, suscribiría esta máxima porque su arte de narrar consiste en encontrar el detalle que mejor le sirva como metáfora.
También aplica este método en el diálogo que con ella mantiene Angelika Klammer en el libro Mi patria era una semilla de manzana.
Estimulada por las preguntas, Herta Müller repasa su vida de descendiente de suabos emigrados a Rumanía.
Durante la guerra, su padre fue miembro de la SS; después de la guerra, a su madre la deportaron al gulag soviético.
Müller describe la marginación de alguien que pertenece a una minoría lingüística y cultural y además no comulga con la ideología imperante, la comunista.
Al sentirse excluida, Müller empezó a refugiarse en la escritura. Pero sus libros la echaron directamente a los gélidos brazos de la temida Securitate que durante años la amargó con sus amenazas e interrogatorios hasta que Herta se decidiera por el difícil camino del exilio, dejando atrás a su madre y sus amigos.
A estas alturas, la literatura universal cuenta con una abundante documentación sobre el comunismo; muchos autores de primera fila, desde Milan Kundera hasta Norman Manea o György Konrád, describieron sus experiencias con el totalitarismo. Sin embargo, pocos elaboraron su obra con el lujo de detalles con el que se expresa Herta Müller.
En este sentido, en Mi patria era una semilla de manzana me llamó la atención el análisis magistral de la fealdad que creaba la dictadura con el propósito de humillar a los ciudadanos; la arquitectura, el mobiliario, la ropa, todo era desagradable y gris: "La belleza es un apoyo en la vida, te protege, te resguarda.
Cuando la belleza falta durante mucho tiempo, la gente se vuelve agresiva y surge el embrutecimiento," concluye la autora.
El arte de Herta Müller, patente en sus novelas, es saber encontrar la belleza incluso allí donde no la hay.
Esta capacidad, junto al análisis del totalitarismo, son las grandes lecciones de este libro.
Mi patria era una semilla de manzana. Herta Müller. Traducción de Isabel García Adánez. Siruela, 2016. 224 páginas. 19,95 euros
No hay comentarios:
Publicar un comentario