Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 ene 2017

Bryce Echenique: “Estoy en la edad de no hacer nada” Jesús Ruiz Mantilla

El escritor peruano ha vuelto para contar su vida libertina, apasionada y rocambolesca, y para limpiar su nombre.

El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, retratado en Arequipa (Perú)
La distancia irónica es la maestría de Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939).
 Pero, últimamente, esa distancia se estaba convirtiendo en una barrera física.
 Hasta que el pasado mes de diciembre volvió a contar su vida libertina, apasionada y rocambolesca, con vocación de obra de arte, en el Hay Festival de Arequipa.
 A la ciudad peruana donde nació Mario Vargas Llosa acudió Echenique, que vive hoy en Lima, tras 40 años de exilio voluntario en Europa, donde fue testigo del Mayo del 68, machacado en París por amores o, ya, de vuelta a su país, sacudido por matones de Vladimiro Montesinos, el todopoderoso asesor de Fujimori, según cuenta.
 Amigo de Fidel Castro sin ser, ni mucho menos, castrista, le agradece in memoriam que un día le bendijera —“por el rito socialista”, asegura— un amor
. Pero le reprocha también haber partido en dos al boom literario latinoamericano. “Aquello acabó como el rosario de la aurora”, dice.
La condena por plagio [un tribunal peruano le condenó en 2009 en Perú por copiar 16 artículos de 15 autores diferentes] le amargó la entrega del premio que le concedió la Feria del Libro de Guadalajara en 2012. 
El asunto, dice, está recurrido. Quiere limpiar su nombre.
Pregunta. Hace mucho que no se sabe de usted.
 Desde que regresó a Perú, en los bares de España preguntan qué será de Bryce. ¿Por qué volvió?
Respuesta. Ya me tocaba. Hice una primera llegada con todas las de la ley, me construí una casa linda gracias a un amigo del colegio, me metí en una universidad privada —un error—, pero me raptaron los amigos de Montesinos en plena dictadura de este, me dieron una paliza en un coche y me dejaron tirado a la puerta de la embajada de los Estados Unidos.
 Así que vendí la casa y me fui.
P. Y volvió a Europa.

R. Sí, seguí el periplo de mi vida por Europa. 
He vivido 40 años fuera: en Francia, en Madrid, en Barcelona. Ahora sólo vuelvo a ver a los amigos. 
Últimamente me da rabia porque yo voy pero nadie viene a verme. Lo solté por ahí y alguno ha respondido.
P. ¿Y ahora? ¿Feliz?
R. Modestamente feliz. Satisfecho… Y sabiendo que en cualquier momento me puedo ir a cualquier sitio.
P. Porque la patria, ¿qué es? ¿Unos cuantos paisajes y unos cuantos amigos, como dice usted?
R. Eso es la patria. No más.
P. ¿Está escribiendo?
R. Siempre, lo que ocurre es que ando perdido en dos proyectos que no llegan a cuajar.
 Ya he publicado dos tomos de antimemorias, tomando la idea de Malraux, convencido de que la memoria no puede existir.
 Ahora estoy en el tercer volumen y ya con título: Permiso para retirarme.
P. ¿Qué quiere decir eso?
R. Bueno, que ya estoy en la edad de no hacer nada.
 Al menos me siento en el momento de jubilarme, quiere decir esto, de no sentir la obligación de escribir. 
Más cuando la literatura que yo he hecho es espontánea, nada pesada. La de alguien que está contando un cuento.
P. ¿Se retira entonces?
R. No hay que ponerse dramático, pero sí, tiene esa connotación. Es que me dedico más a ver películas y a escuchar música.
 Pero sin culpa. Ya son 28 libros.
P. ¿Se le quitaron las ganas?
R. No, sino que ya no siento esa necesidad de dejar todo porque debo escribir.
 No es nada especial.
 Pero nunca me había pasado. Nunca. Yo era muy disciplinado.
 Me ha ocurrido esto, sin darme cuenta. Es muy reciente. Sigo con estas dos cosas pero sin prisa, vendrán.
P. Aquella depresión que le entró tras Un mundo para Julius, ¿fue producto del éxito?
R. No soporto el éxito. 
Ni ver cómo carcomía a algunos amigos.
P.Le dieron una paliza en Francia por una novia. Pero, ¿quizás la que más le dolió fue la que le cayó en la Feria de Guadalajara cuando le acusaron de plagio?
R. Eso fue una cabronada muy grande.
 Todavía tengo eso en los tribunales. Vino de un señor, jubilado, que me pasaba manuscritos para que le leyera... Era pesado el hombre.
 Se paraba en los semáforos y regalaba sus libros en los atascos. Yo le dije las cosas que no me gustaban y, bueno, se molestó. Me acusó de plagiarle.
 Fui a los tribunales y me absolvieron, pero quiero ir más al fondo. Que llegue a la corte suprema.
P. ¿Aquello le deprimió?
R. No, porque mis amigos se volcaron conmigo.
P. ¿Cuánto le debe su literatura a su familia?
R. Mucho, eran muy decadentes. Alguno llegó a presidente del Perú. Teníamos un palacio que era el único con seis patios: un derroche.


 

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