Ya se sabe lo que dijo Sedhar Senghor, el poeta de África: “Cuando
muere un viejo se quema una biblioteca”.
¿Y cuando quemas una foto? Uf. Una foto es el alma, si la guardas como tal.
Y si es de una persona no solo es el alma, es la memoria, que es la física del alma.
Una foto es un objeto, pero cuánto vale un objeto cuando es un recuerdo.
Alberga el alma del que lo tuvo. Rudyard Kipling lo explica mejor que nadie. Cuando fue, de chiquillo, a entrevistar a Mark Twain, halló que el viejo sabio se dejaba sobre una mesa la pipa de espuma de mar que fumaba.
Y el joven escritor que aún no era famoso sintió que podía robársela.
Algunos indios americanos piensan, recordó Kipling, que si le robas un objeto a alguien te llevas su alma.
Total, cinco centavos. Kipling dejó la pipa de Mark Twain; se conformó con su alma.
Una foto es un objeto, como una pipa, como la pipa de Mark Twain, como las gafas de un antepasado. Martín Casariego ha escrito una novela que es la metáfora de esto último:
¿Qué sucede con las gafas que heredas? ¿Qué pasa con las fotos que te dejan?
Ahora el presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, ha salido en defensa de unos aforados desaforados que destruyeron, guillotinaron, en sede parlamentaria, la fotografía del rey Felipe VI. La rompieron, es lo que se ve en las instantáneas que ha transmitido la prensa, pero se habla también del incendio.
Fotos incendiadas, fotos rotas, qué más da.
Fotos guillotinadas. La metáfora no es grosera o sangrienta. Es bárbara, como antiguamente.
Después del incendio vino el presidente de la Generalitat a decir que no pasa nada por quemar una fotografía.
Lo hace, se supone, para que no se enfaden sus aliados. Los políticos, y los periodistas, hablan para que no se enfaden sus aliados, y dicen cualquier cosa que no dirían si no esperaran el aplauso o el abrazo del graderío.
Una fotografía quemada es un recuerdo violado, un rostro arrojado al descrédito, un gesto torcido de la civilización.
Tendría que leer Puigdemont la Oda a las cosas rotas de Pablo Neruda.
Va de cuando empiezan a romperse cosas y luego se rompen todas las cosas.
Una fotografía es el rescoldo de un instante, algo sagrado no solo para las tribus que creen que el alma está en una imagen; es una señal de respeto.
Lo contrario, su incendio, la guillotina, es una señal de irrespeto. Eso no califica para el informe PISA pero descalifica a un país e incluso descalifica sus ambiciones.
¿Y cuando quemas una foto? Uf. Una foto es el alma, si la guardas como tal.
Y si es de una persona no solo es el alma, es la memoria, que es la física del alma.
Una foto es un objeto, pero cuánto vale un objeto cuando es un recuerdo.
Alberga el alma del que lo tuvo. Rudyard Kipling lo explica mejor que nadie. Cuando fue, de chiquillo, a entrevistar a Mark Twain, halló que el viejo sabio se dejaba sobre una mesa la pipa de espuma de mar que fumaba.
Y el joven escritor que aún no era famoso sintió que podía robársela.
Algunos indios americanos piensan, recordó Kipling, que si le robas un objeto a alguien te llevas su alma.
Total, cinco centavos. Kipling dejó la pipa de Mark Twain; se conformó con su alma.
Una foto es un objeto, como una pipa, como la pipa de Mark Twain, como las gafas de un antepasado. Martín Casariego ha escrito una novela que es la metáfora de esto último:
¿Qué sucede con las gafas que heredas? ¿Qué pasa con las fotos que te dejan?
Ahora el presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, ha salido en defensa de unos aforados desaforados que destruyeron, guillotinaron, en sede parlamentaria, la fotografía del rey Felipe VI. La rompieron, es lo que se ve en las instantáneas que ha transmitido la prensa, pero se habla también del incendio.
Fotos incendiadas, fotos rotas, qué más da.
Fotos guillotinadas. La metáfora no es grosera o sangrienta. Es bárbara, como antiguamente.
Después del incendio vino el presidente de la Generalitat a decir que no pasa nada por quemar una fotografía.
Lo hace, se supone, para que no se enfaden sus aliados. Los políticos, y los periodistas, hablan para que no se enfaden sus aliados, y dicen cualquier cosa que no dirían si no esperaran el aplauso o el abrazo del graderío.
Una fotografía quemada es un recuerdo violado, un rostro arrojado al descrédito, un gesto torcido de la civilización.
Tendría que leer Puigdemont la Oda a las cosas rotas de Pablo Neruda.
Va de cuando empiezan a romperse cosas y luego se rompen todas las cosas.
Una fotografía es el rescoldo de un instante, algo sagrado no solo para las tribus que creen que el alma está en una imagen; es una señal de respeto.
Lo contrario, su incendio, la guillotina, es una señal de irrespeto. Eso no califica para el informe PISA pero descalifica a un país e incluso descalifica sus ambiciones.
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