Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

20 dic 2016

La historia de amor entre el fundador de McDonald’s y la mujer que regaló su fortuna


Él levantó un imperio a partir de una hamburguesería, ella encontró buenas causas para invertirlo.

 A la espera de que se estrene en España el biopic sobre Ray Kroc ('El Fundador'), un nuevo libro analiza su relación con su tercera esposa.

 

Mcdonalds
Ray y Joan.
En 2017 se hablará de Ray Kroc, el preclaro hombre de negocios que supo ver el potencial de la hamburguesería que los hermanos McDonald habían abierto en la California de los años 40. 
La hizo crecer a través de una red de franquicias y cambió la manera de comer del mundo.
 A la espera de que se estrene a finales de febrero en España la película El Fundador, un biopic protagonizado por Michael Keaton, un nuevo libro se aproxima a su figura. Ray & Joan: The man who made the McDonald’s fortune and the woman who gave it all away (Ray & Joan: el hombre que hizo la fortuna de McDonalds y la mujer que la regaló, de la editorial Dutton, por ahora sólo en inglés) se centra en la tumultuosa relación que el creador de McDonald’s mantuvo con su tercera mujer, Joan, famosa por su filantropía en Estados Unidos. 
 Tras la muerte del magnate en 1984, Joan Kroc heredó 3.000 millones de dólares, más de lo que podía gastar en cientos de vidas.
 En vez de utilizarlos para afianzar la dinastía familiar, optó por donar su fortuna a las causas más diversas: de la investigación del sida a la preservación de la vida silvestre, paliar la hambruna etíope o financiar los hospitales para enfermos terminales.
 La autora de la doble biografía, Lisa Napoli, compara sus idas y venidas con las de Elizabeth Taylor y Richard Burton.
 Los reyes de la comida rápida también fueron temperamentales, carismáticos y obscenamente ricos.
Lo suyo fue amor a primera vista.
 Cuando Ray Kroc encontró a Joan, ella tocaba al piano Because of you, de Tony Bennett, en el elegante restaurante Criterion.
 A sus 55 años, Ray Kroc llevaba dos vendiendo franquicias para los McDonald.
 Recorría Estados Unidos para sentar las bases de un imperio que había nacido en San Bernardino (California), al pie de la Ruta 66. Ray Kroc había puesto todo su talento persuasivo al servicio de convencer a los hermanos Dick y Mac, que revolucionaron la producción de hamburguesas aplicando los mismos criterios de cadena de montaje que Henry Ford, de la necesidad de hacer negocios juntos.
 Sin embargo, comenzaba a cansarse de hacerles el trabajo sucio. Su hartazgo culminaría en 1960, cuando pudo permitirse el lujo de pagar 2,7 millones de dólares a los McDonald –un millón limpio a cada uno, tras impuestos– para quedarse con los derechos de la compañía. 
 De los hombres que crearon McDonald’s cuando en California sólo interminables campos de naranjas brillaban bajo el Sol quedó la inmortalidad de su apellido.
Pero antes de que el kétchup le nublara la vista, Ray Kroc, obsesivo y enérgico, ya había tenido muchas vidas: de aprender a conducir ambulancias en la Primera Guerra Mundial junto a su colega Walt Disney a “míster Multimixer”, como le apodaron los McDonalds, por dedicarse a las máquinas de batidos. 
En sus inicios, el joven Kroc combinaba sus aventuras como empresario –empezó vendiendo vasos de papel– con tocar el piano en emisoras de radio por las noches.
 De ahí que al entrar en el Criterion y ver las manos de Joan deslizándose por el teclado se quedase prendado de la rubia pianista, de sólo 28 años.
 Pero existían un par de incovenientes: el marido y la hija de Joan estaban entre el público y Ray Kroc estaba, a su vez, casado.
 Al hombre que dijo “los contratos, como los corazones, están para romperse” le haría falta un divorcio y una segunda mujer hasta unir su destino al de Joan quien, a pesar de su fortuna, dudó mucho antes de darle el “sí quiero”.
Una obra social que empezó contra el alcoholismo
Porque el amor más duradero de Ray Kroc, con permiso de Joan y Mcdonald’s, fue hacia el whisky Early Times, una de las marcas que se salvó de la prohibición durante la ley seca por considerarse “medicinal”. 
Kroc le daba tanto a la botella que, tras pagar 12 millones de dólares por hacerse con el equipo de béisbol San Diego Padres, no pudo evitar presentarse borracho al primer partido que presenciaba en 1974 en calidad de dueño. 
Desde el palco presidencial tomó el micrófono para gritar, ante una afición atónita: “Señores y señoras, sufro con ustedes. Es el peor partido que he visto en mi vida”. 
El alcohol convertía el carácter de Ray Kroc, de natural irascible, en una olla a presión.
 Asumiendo que no podía salvar del alcoholismo a su marido, Joan se propuso erradicarlo de Estados Unidos y en 1965 inició la Operación Cork –Kroc, al revés– para advertir de sus peligros y concienciar a la sociedad de la época de que se trataba de una enfermedad.
 Fue su primera labor social y tuvo grandes frutos. 
Hasta Betty Ford, toda una primera dama de los Estados Unidos, dio un paso al frente en los setenta para reconocer que era alcohólica.

Sin embargo, una de las virtudes del libro de Lisa Napoli es desmitificar la figura de Joan Kroc, que disecciona a lo largo de todo un capítulo con el irónico título de “San Joan” por la forma edulcorada en que la ha retratado la prensa estadounidense. Fumadora compulsiva, tenía un procaz sentido del humor y era aficionada al juego hasta el punto de no dudar en subirse a su avión privado para apostar 16 horas seguidas en Las Vegas.
 Lo cual, lejos de quitarle mérito, la hace más interesante, considera la autora, que tampoco duda en explicar cómo la muerte de su marido supuso en muchos sentidos una liberación para ella. 
 Joan Kroc, ya sin Ray, se permitió patrocinios de corte más político que su conservador esposo no hubiese aprobado: fue la primera persona en donar un millón de dólares al Partido Demócrata, y una activa pacifista, promoviendo varias campañas antinucleares tras el ataque a Hiroshima.
Al enterarse de que sufría el cáncer cerebral que acabaría por matarla en 2003, a los 75 años, Joan Kroc reunió a su familia para decirle que no quería lágrimas puesto que, al fin y al cabo, había tenido una buena vida.
 Los meses que le quedaron los empleó en planificar su funeral de forma concienzuda: en él sonó un arpa en vez del piano que tanto había tocado a lo largo de sus días.
 También diseñó su legado, ya que las donaciones más suculentas de Joan Kroc vinieron, de hecho, tras su muerte.
El Ejército de Salvación recibió 1.500 millones de dólares para construir centros comunitarios en barrios deprimidos.
 El segundo mayor beneficiario de la herencia fue la Radio Nacional Pública (NPR), a la que dejó el futuro asegurado con unos 200 millones de euros, el doble de su escuálido presupuesto anual. Y luego fueron premiadas diversas instituciones de la ciudad de San Diego, donde Joan Kroc pasó la parte más feliz de su vida: 50 millones fueron a parar a su universidad, 20 millones al hospicio, 10 millones al zoo, otros tantos a la ópera y un millón al hospital infantil McDonald’s, a la que llegó a llamar “corporación chovinista”, emitió un sentido comunicado.
 “Hemos perdido a una verdadera amiga”, consideraron a pesar de todo, “y el mundo a una verdadera humanista”. 

Mcdonalds

La portada de Ray y Joan

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