La historia de un concierto donde el músico abandonó desolado el escenario y luego retornó para ofrecer una interpretación memorable.
Leonard Cohen
entró abruptamente en el camerino. Se sentó abatido en un rincón y dijo:
"No puedo, me estoy rompiendo". Había dejado precipitadamente el
escenario ante el asombro de los espectadores
. Era 1972 y aquel era uno de sus primeros conciertos en Israel, importantísimo para él debido a su filiación judía.
Pero el músico (fallecido hoy), 38 años en la época, no pudo acabar el recital en la sala Binyanei Ha'uma de Jerusalén.
Antes de dejar la tarima, Cohen ya advirtió al público: "No estoy sintiendo profundamente las canciones.
Y creo sinceramente que os estoy engañando. Lo voy a intentar de nuevo. Si no funciona lo dejo y os devolveremos el dinero.
Hay noches en las que uno se eleva en el aire y otras en las que simplemente no despega".
La honestidad brutal del músico pilló por sorpresa tanto a los espectadores como a los músicos, que no tenían una opinión tan sombría de lo que estaban presenciando.
Aquella noche tan importante para él, Cohen estaba atenazado por la responsabilidad y el compromiso, por elevar la pureza artística a un nivel místico.
Y, aunque el público no lo estaba percibiendo, él sí. Se levantó, y dijo, como se ve en el documental de Tony Palmer, Bird on a wire: "Vamos a dejar el escenario ahora y a meditar profundamente en el camerino para intentar recuperar la forma.
Si lo logramos, volveremos".
El músico se sumió en una actitud de melancolía profunda, hundido por su derrota ante uno de sus conciertos más relevantes.
Su exigencia artística estaba por encima de todo. Tan alta que daba igual que el público estuviera disfrutando plenamente de la actuación.
Según cuenta Sylvie Simmons en el libro Soy tu hombre: la vida de Leonard Cohen, el representante del músico se acercó a Cohen y le dijo: "Tenemos que velar por el negocio y acabar la actuación, o puede que no salgamos de aquí de una pieza".
Lo materialista contra el arte.
Afuera, nadie había abandonado la sala.
Ni una sola petición de devolución del dinero. Ni un solo abucheo. Al contrario: comenzaron a cantar Hevenu shalom aleichem (La paz sea contigo), un poema judío de felicidad.
Y, en ese momento, ocurrió. Cohen siguió el consejo de su madre: "Cuando las cosas te vayan mal, aféitate".
Alguien le llevó una navaja y crema, él se acercó al lavabo y comenzó a rasurarse la barba mientras escuchaba de fondo los cánticos de los espectadores: "Que la paz esté con vosotros, ángeles del altísimo. /El supremo rey de reyes es el santo bendito".
Cuando terminó el aseo, Leonard Cohen
retornó al escenario seguido de sus músicos.
No se había marchado nadie. La ovación fue atronadora.
Después, se hizo el silencio
. El músico cogió su guitarra y comenzó a cantar So long Marianne: "Nos conocimos cuando éramos jóvenes./ Fue en un parque de colores lila y verde./ Me cogiste como si fuera un crucifijo mientras nos adentrábamos de rodillas en la oscuridad./ Hasta la vista, Marianne, ya es hora de que empecemos a reírnos y a llorar y llorar, y a reírnos de todo".
. Era 1972 y aquel era uno de sus primeros conciertos en Israel, importantísimo para él debido a su filiación judía.
Pero el músico (fallecido hoy), 38 años en la época, no pudo acabar el recital en la sala Binyanei Ha'uma de Jerusalén.
Antes de dejar la tarima, Cohen ya advirtió al público: "No estoy sintiendo profundamente las canciones.
Y creo sinceramente que os estoy engañando. Lo voy a intentar de nuevo. Si no funciona lo dejo y os devolveremos el dinero.
Hay noches en las que uno se eleva en el aire y otras en las que simplemente no despega".
La honestidad brutal del músico pilló por sorpresa tanto a los espectadores como a los músicos, que no tenían una opinión tan sombría de lo que estaban presenciando.
Aquella noche tan importante para él, Cohen estaba atenazado por la responsabilidad y el compromiso, por elevar la pureza artística a un nivel místico.
Y, aunque el público no lo estaba percibiendo, él sí. Se levantó, y dijo, como se ve en el documental de Tony Palmer, Bird on a wire: "Vamos a dejar el escenario ahora y a meditar profundamente en el camerino para intentar recuperar la forma.
Si lo logramos, volveremos".
El músico se sumió en una actitud de melancolía profunda, hundido por su derrota ante uno de sus conciertos más relevantes.
Su exigencia artística estaba por encima de todo. Tan alta que daba igual que el público estuviera disfrutando plenamente de la actuación.
Según cuenta Sylvie Simmons en el libro Soy tu hombre: la vida de Leonard Cohen, el representante del músico se acercó a Cohen y le dijo: "Tenemos que velar por el negocio y acabar la actuación, o puede que no salgamos de aquí de una pieza".
Lo materialista contra el arte.
Afuera, nadie había abandonado la sala.
Ni una sola petición de devolución del dinero. Ni un solo abucheo. Al contrario: comenzaron a cantar Hevenu shalom aleichem (La paz sea contigo), un poema judío de felicidad.
Y, en ese momento, ocurrió. Cohen siguió el consejo de su madre: "Cuando las cosas te vayan mal, aféitate".
Alguien le llevó una navaja y crema, él se acercó al lavabo y comenzó a rasurarse la barba mientras escuchaba de fondo los cánticos de los espectadores: "Que la paz esté con vosotros, ángeles del altísimo. /El supremo rey de reyes es el santo bendito".
Mientras cantaba, las lágrimas del músico
comenzaron a resbalar por sus mejillas.
Se escucharon sollozos desde la
multitud. La congoja envolvió a los músicos
No se había marchado nadie. La ovación fue atronadora.
Después, se hizo el silencio
. El músico cogió su guitarra y comenzó a cantar So long Marianne: "Nos conocimos cuando éramos jóvenes./ Fue en un parque de colores lila y verde./ Me cogiste como si fuera un crucifijo mientras nos adentrábamos de rodillas en la oscuridad./ Hasta la vista, Marianne, ya es hora de que empecemos a reírnos y a llorar y llorar, y a reírnos de todo".
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