Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 nov 2016

Sylvia Kristel, Emmanuelle por suerte o por desgracia.................................Álvaro Corazón Rural

Sylvia Kristel en La marge, de Walerian Borowczyk,1976. Imagen: Robert et Raymond Hakim / Paris Film Productions.
Cuando toco oro se convierte en polvo. (Sylvia Kristel)
Una tasación de semovientes.
 Eso han parecido siempre todas las noticias sobre la actriz Sylvia Kristel en la prensa española. 
Daba igual si era La Vanguardia en los noventa —«a sus cuarenta y un años, es una señora de buen ver»—, o El Mundo en 2007 —«conserva el pelo corto y los ojos clarísimos, a imagen y semejanza del mito masturbatorio, pero su aspecto orondo, ajado y sobrio la confunden con una catequista, con una matrona anónima o con una vecina jubilada del barrio»—.
 Sea cual fuera el sentido, siempre se ha atendido a sus características físicas porque nunca, ni el público ni los productores, supieron verla como algo más.
 No en vano, en ninguna de las tres películas de la saga Emmanuelle que protagonizó dejaron de doblar las frases que tenía que decir.
Su peripecia vital, convertirse en el máximo icono sexual mundial casi de casualidad, como por accidente, siendo durante años una especie de intrusa en el mundo del cine, ahora podría resultar anecdótica, divertida.
 Un puntazo. 
Pero si leemos sus memorias, de reiterativo título, Desnuda, hay pocas carcajadas que dar. 
Sylvia Kristel no tardó en pagar la fama con drogadicción y alcoholismo, fue estafada hasta la ruina e insultada en no pocas ocasiones, hasta que enferma de dos cánceres abandonó el mundo de los vivos. 
Es posible que en este punto quien me lea, si es joven, se pregunte: «Vale ¿pero quién era esta tía?»; es posible que me lean personas que no tuvieron grabada Emmanuelle en una cinta escondida discretamente en la estantería. 
Habrá hasta gente por ahí que ni siquiera sus padres vivieron sus momentos con alguna entrega de la saga y el título les suene a Linux.
 El potencial sexual de estas películas quedó obsoleto en pocos años, en cuanto el porno saltó de los cines al VHS y la gente ya no necesitó música evocadora y un guion de más de diez folios para envolver lo que realmente quería ver a solas en su casa: penetraciones hasta que sangren los oídos.
Hagamos pues algo de contexto.
 Emmanuelle fue la primera película erótica para el gran público. Hasta ese momento, 1974, había habido escenas, pero no un argumento basado exclusivamente en el sexo accesible para todo el mundo. 
El único antecedente era El último tango en París, rodada dos años antes, pero que le resultaba soporífera a la mayoría de los espectadores.
 En Emmanuelle no hubo filosofía ni búsqueda en las profundidades del yo como en la cinta de Bertolucci
 Se fue a saco a por lo importante, el sexo por el sexo, y su éxito fue descomunal.
 Una chavala holandesa que estaba empezando como modelo y había trabajado en alguna película erótica en su país se convirtió, de la noche a la mañana, en la mujer más deseada del mundo. Desde entonces, su vida fue un descenso a los infiernos. 
Pero empecemos por el principio, porque Emmanuelle no fue el primer escándalo de Sylvia Kristel. 
Nació en un hotel, en Utrech, lo regentaban sus padres.
 Con nueve años tuvo una experiencia traumática que la marcaría de por vida.
 Uno de los empleados, tío Hans le llamaba, junto a un cliente, la ató de manos y la puso encima de una mesa.
 Mientras lamía su cara del cuello hasta la sien, apareció su tía y sorprendió a los dos sujetos en plena violación de la menor.
 El elemento fue despedido en el acto.
Hans era de alguna manera el encargado de educar a Sylvia en aquel hotel.
 Comía con ella, la obligaba a acabarse las verduras y la tenía siempre rondando.
 En una ocasión, Sylvia le vio enrollándose con otro hombre.
 Se conoce que Hans era un caballero muy fogoso, del tipo del que en excursión campestre muy bien podríamos haber sorprendido violando a un burro.
 Fue de algún modo su tutor porque sus padres no tenían tiempo para nada. 
En realidad, eso sí que definió su carácter, la ausencia de sus padres
. Era una familia fría, que siempre estaba trabajando, y nadie reparó afectuosamente ni en ella ni en sus hermanos. 
¿La historia de siempre? Más o menos, pero no. Había más.
Su tía era maniacodepresiva, también trabajaba en el hotel.
 Y su abuela fue una mujer calvinista hasta el extremo de reprenderla por egocéntrica y narcisista cuando se la encontraba poniendo caras delante del espejo, la única afición que desarrolló de niña en ese entorno.
 Encima, esos padres, además de distantes, tenían un problema con el alcohol.
 El que bebían ellos y el que daban a sus hijos en la cuna a cucharadas.
 Coñac, para que se durmieran y no dieran por saco.
 Al menos su padre cuando estaba borracho se dedicaba a hacer reír a los críos.
 Tenía buen beber. «Era mi payaso«, dijo Sylvia, recordando su niñez junto a ese hombre, medio sordo por un accidente de caza y en permanente estado de ebriedad.

El resto del tiempo, cuando no estaban bebiendo, se lo dedicaban todo al curro. 
«Eché de menos a mis padres cuando todavía estaban vivos».
 Quizá por eso el segundo escándalo que protagonizó Sylvia fue cuando una vecina la soreprendió bailando desnuda por las habitaciones vacías del hotel.
 La señora que la pilló vino a comunicárselo indignada a su madre, que en un instante vio hacerse añicos su reputación en el vecindario.
 Un dramón para la época y el país.
Aunque, pese al pánico al qué dirán, sus padres hablaban de sexo con ella con naturalidad.
 Especialmente cuando estaban borrachos. Un día, completamente ebria, su madre le confesó que no le gustaba el sexo con penetración.
 Que su marido, cuando venía oliendo mal de cazar, borracho, y se metía en la cama con intención de consumar el matrimonio, a ella lo que le daba era asco.
Estas declaraciones no eran plato de buen gusto para una niña, pero Sylvia pudo refugiarse de esta familia disfuncional con la primera televisión que entró en el hotel, de cuya pantalla fue muy difícil despegarla en lo sucesivo.
 Como teleadicta, el poco caso que le habían hecho de cría, se lo devolvió a sus padres en la edad del pavo.
 Se convirtió en una chica vaga e indolente. Eso dejó escrito.

Twenty-year-old Dutch actress and model Sylvia Kristel, who was tonight crowned Miss TV Europe 1973, sits on one of her prizes - a Mercedes 350SL sports car - after her election at ATV's Elstree Studios.
Sylvia Kristel, con 20 años, la noche que fue coronada Miss TV Europe, 1973.
 Fotografía: Cordon Press.
Así que, como respuesta a su insolencia, la ingresaron en un colegio interno de monjas. 
  Por las costumbres de su casa, Sylvia nada más entrar por la puerta le pidió a las novicias un poco de coñac para poder dormirse. Las religiosas, en su lugar, le recomendaron que rezase.
 No le fue mal con las hermanas a Sylvia, por raro que pudiera parecer, hasta que recibió la noticia de divorcio de sus padres. Primero se lo contó su madre por carta, que su padre tenía una amante
. Luego, él mismo reunió a los hijos, se lo anunció a todos y les presentó a su madrastra.
 Sylvia pensó, según dijo en su libro: «A esta sí que le debe de gustar la penetración».
Mi madre no disfrutaba del grande y duro pene de mi padre. No era por su cuerpo robusto, por su lacerante olor o por lo que pesaba cuando le tenía encima estrujando sus curvas. 
Mi madre quería bailar. Dar vueltas grácilmente. Lo que no quería era que la agitasen.
Con estas alforjas psicológicas fue a la universidad y salió de ella tarifando.
 En la calle empezaron a silbarle los hombres a su paso, se vino arriba de algún modo y, en una serie de enfrentamientos que tuvo con su madre, la acusó de que si le hubiera dado mejor sexo a su padre, él aún permanecería a su lado.
 Sí, era otra odiosa adolescente. 
Fueron cayendo también los novios. 
Primero Bernard, con el que se besó por primera vez.
 Y luego Jan, guapísmo, propietario de un Alfa Romeo, con el que empezó a salir en la época en la que descubrió el baile, como su madre, e ingresó en una academia.
 Los duros para pagarla venían de que fue primero camarera y, después, secretaria.
El jefe, por supuesto, intentó tirársela, pero ella lo rechazó. 
Por esas fechas, en una fiesta, la descubrió Jacques Charrier, exmarido de Brigitte Bardot.
 La invitó a París prometiéndole el oro y el moro, pero con idénticas intenciones que su jefe y el mismo éxito.
 Pasó de él y entonces el gentleman le dijo que cuando aprendiera francés volviera a la ciudad del amor a ver si caía algo.
 El mundo del espectáculo es así. Por suerte, consiguió ir haciendo trabajos como modelo en su país sin necesidad de acostarse con nadie.
 En este curro como maniquí le fue muy bien, aunque Kees, el peluquero que trabajaba con ella, le robó a Jan, su novio.
 Sorpresa. «Los perdí a los dos», se lamentó.
 Entendió que había hombres diferentes en una sola lección. Instantánea.
Sin novio, se presentó a un concurso de belleza y ganó.
 Fue siendo conocida en Holanda, salía en la prensa, y trabajó en su primera película Because of the Cats, un thriller erótico.
 El film se iniciaba con una sádica violación, muy al gusto de la época.
 Tras el espantoso asesinato de Sharon Tate, esposa de Polanski, por Charles Manson y su pandilla execrable, ese tipo de escena se convirtió en recurrente en el cine más barato. 
Aunque el papel de Sylvia en esa cinta iba de lo contrario, hacía el amor en el mar con un chaval al que luego ahogaban un grupo de mujeres en una emboscada mortal.
 Ese argumento y planteamiento daban para escándalo, lo que más cotizaba en los setenta, pero la censura le metió mano y quedó como obra menor, por llamarlo de alguna manera.

No obstante, Sylvia siguió con su ascenso. Ganó un concurso de belleza internacional en Londres, conoció al hombre de su vida, el escritor Hugo Claus, veintitrés años mayor, y fue elegida para protagonizar una película francesa.
 Emmanuelle, se titulaba. 
Iba a ser la adaptación de la presunta autobiografía de Emmanuelle Arsan, un libro prohibido en la Francia de los cincuenta por su alto contenido erótico, o pornográfico, que circulaba clandestinamente. Hugo le dijo a Sylvia que no dudase en aceptar el papel, que el libro estaba muy bien, que en su día recibió muy buenas críticas y elogios, incluso de André Breton, nada menos.
La coprotagonista era Marika Green.
 Dijo Sylvia en sus memorias que esta actriz pertenecía al «cine underground», pero más bien venía de la televisión tras haber debutado en el celuloide con Pickpocket, de Robert Bresson, maravilla calificada por el programa Días de cine de la época de Antonio Gasset como una de las diez mejores películas del siglo XX.
Durante el rodaje en Tailandia estuvieron a punto de ser detenidos todos por escándalo público. 
Hubo que sobornar a un príncipe, acabar la película atropelladamente y salir huyendo del país.
 El resultado estuvo a la altura. Emmanuelle es una película carente de sentido.
 Una inocente Sylvia Kristel se iba iniciando en el sexo libertino, entre cóctel y cóctel, propio de los franceses expatriados en el sudeste asiático. 
Lo que comienza con unas escenas lésbicas jugando al squash, acaba en un supuesto clímax sexual en el que Emmanuelle es llevada a meterse opio a un fumadero donde la violan entre varios, para acto seguido irse a presenciar un combate de boxeo y ofrecerse al ganador a cuatro patas en mitad del ring con un púgil que se cobra el trofeo sin dudarlo frente un público que observa atentamente con mirada bovina. 
En fin, una comedia más disparatada que Aterriza como puedas que por lo visto dio para más de una paja. 
 Sin embargo, los productores tuvieron la osadía de venderla como un ejemplo de la liberación de la mujer de aquel tiempo tan moderno
. Ninguna feminista mínimamente seria vio en la película tal cosa. Más bien entendieron que era una fantasía sexual masculina personificada en la delicada Sylvia. 
Todo lo contrario. La única nota discordante con este discurso tan evidente en nuestras latitudes la dieron en Japón.
 La actriz contó en sus memorias que allí las mujeres, en el cine, se ponían de pie para aplaudir la escena en la que Emmanuelle se colocaba encima de su marido haciendo el amor. 
Aquello allí supuso una liberación. Pues nada: Japón, liberado. Enhorabuena.



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