El anuncio de que el Vaticano prohíbe guardar o esparcir los restos de los incinerados desata una polémica global.
El don de la oportunidad no se le puede negar al Vaticano.
Su polémico y controvertido anuncio de esta semana, el que insta a que las cenizas de los fallecidos no se esparzan en la naturaleza o en el mar, el que conmina a que no se custodien en el hogar, el que niega el funeral al que opte por la cremación por razones contrarias a la fe cristiana, llega en fechas solemnes, en vísperas del Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y de la Conmemoración de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), en noches de disfraces de muertos vivientes importadas de otras latitudes.
Procede, por tanto, acordarse de los expirados.
La Iglesia católica lo hace para recordarnos que los muertos no son propiedad de los familiares, que son hijos de Dios, que forman parte de Dios y que “esperan en un campo santo su resurrección”. Así lo anunciaba el martes Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, órgano colegiado que custodia la doctrina católica de la Iglesia, sucesor de la Santa Inquisición.
Ad resurgendum cum Christo (Para resucitar con Cristo) es el nombre del documento de la polémica.
Las redes sociales empezaron a hervir a escala global poco después de producirse el anuncio.
La noticia publicada por Pablo Ordaz en elpais.com alcanzaba en poco tiempo los 1.241 comentarios.
El debate era acalorado.
En un reportaje de la cadena hispana Univision, una madre mostraba su desconsuelo ante la perspectiva de tener que separarse de las cenizas de su hijo, que le hacen compañía cada día —la decisión vaticana, afortunadamente, no tiene efecto retroactivo —. ¿Quién decide dónde reposan mejor las cenizas del difunto?
Mientras los que apoyan el pronunciamiento vaticano hablaban de manipulación informativa por mencionar prohibición (al no haber jurisdicción para ello; el documento dice que “no se permite”), y la revista mexicana Observador Católico sometía la medida a una votación online (el 70% de sus usuarios se declaraban a favor de la medida papal), los críticos tiraban de humor negro y señalaban que la instrucción esconde intereses pecuniarios.
Se citaba, entre otros, el don de la oportunidad de la catedral de Albacete, que esta semana anunciaba su renovada oferta de columbarios (entre 1.200 y 3.500 euros) para que las cenizas reposen en lugar santo.
El debate está en el aire.
Las cenizas, no tanto.
La instrucción papal pretende impedir abusos y faltas de respeto con los restos (ha habido más de un caso de urnas que han acabado por los suelos durante una mudanza).
Se trata de evitar que se produzcan situaciones como la de aquella memorable secuencia de El Gran Lebowski: frente a un acantilado, en día ventoso, Walter (John Goodman) abre el bote de café que contiene los restos de su amigo Donny; al esparcirlos, una ráfaga se los lleva; The Dude (El Nota, Jeff Bridges), aparentemente imperturbable, recibe los vestigios en plena cara.
Su polémico y controvertido anuncio de esta semana, el que insta a que las cenizas de los fallecidos no se esparzan en la naturaleza o en el mar, el que conmina a que no se custodien en el hogar, el que niega el funeral al que opte por la cremación por razones contrarias a la fe cristiana, llega en fechas solemnes, en vísperas del Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y de la Conmemoración de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), en noches de disfraces de muertos vivientes importadas de otras latitudes.
Procede, por tanto, acordarse de los expirados.
La Iglesia católica lo hace para recordarnos que los muertos no son propiedad de los familiares, que son hijos de Dios, que forman parte de Dios y que “esperan en un campo santo su resurrección”. Así lo anunciaba el martes Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, órgano colegiado que custodia la doctrina católica de la Iglesia, sucesor de la Santa Inquisición.
Ad resurgendum cum Christo (Para resucitar con Cristo) es el nombre del documento de la polémica.
Las redes sociales empezaron a hervir a escala global poco después de producirse el anuncio.
La noticia publicada por Pablo Ordaz en elpais.com alcanzaba en poco tiempo los 1.241 comentarios.
El debate era acalorado.
En un reportaje de la cadena hispana Univision, una madre mostraba su desconsuelo ante la perspectiva de tener que separarse de las cenizas de su hijo, que le hacen compañía cada día —la decisión vaticana, afortunadamente, no tiene efecto retroactivo —. ¿Quién decide dónde reposan mejor las cenizas del difunto?
Mientras los que apoyan el pronunciamiento vaticano hablaban de manipulación informativa por mencionar prohibición (al no haber jurisdicción para ello; el documento dice que “no se permite”), y la revista mexicana Observador Católico sometía la medida a una votación online (el 70% de sus usuarios se declaraban a favor de la medida papal), los críticos tiraban de humor negro y señalaban que la instrucción esconde intereses pecuniarios.
Se citaba, entre otros, el don de la oportunidad de la catedral de Albacete, que esta semana anunciaba su renovada oferta de columbarios (entre 1.200 y 3.500 euros) para que las cenizas reposen en lugar santo.
El debate está en el aire.
Las cenizas, no tanto.
La instrucción papal pretende impedir abusos y faltas de respeto con los restos (ha habido más de un caso de urnas que han acabado por los suelos durante una mudanza).
Se trata de evitar que se produzcan situaciones como la de aquella memorable secuencia de El Gran Lebowski: frente a un acantilado, en día ventoso, Walter (John Goodman) abre el bote de café que contiene los restos de su amigo Donny; al esparcirlos, una ráfaga se los lleva; The Dude (El Nota, Jeff Bridges), aparentemente imperturbable, recibe los vestigios en plena cara.
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