Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 oct 2016

Una vida robada................................................................................. Víctor Erice

El autor denuncia la apropiación del nombre de su exesposa, la escritora Adelaida García Morales, en la última novela de Elvira Navarro.

Adelaida García Morales, retratada en 1990.
A comienzos de septiembre tuve noticia de que se iba a publicar una “biografía” de Adelaida García Morales centrada en los días previos a su muerte
 Además de sorprenderme, el asunto me produjo una cierta inquietud, ya que, como pude comprobar de inmediato, nadie se había puesto en contacto con los familiares y amigos de Adelaida. Ni en el pueblo de Dos Hermanas —en donde había vivido con su hijo mayor y falleció—, ni en Sevilla —en donde residen sus hermanos y sobrinos—, ni en Madrid —en donde vive su hijo menor—.
Tuve que recurrir a Internet para encontrar alguna información al respecto: en efecto, el libro existía.
 Se anunciaba bajo el título Los últimos días de Adelaida García Morales, había sido escrito por Elvira Navarro, lo editaba Literatura Random House y saldría a la venta el 22 de septiembre, la fecha exacta en que se cumplirían dos años de la muerte de Adelaida.
 No se trataba de una biografía, sino de “una suerte de falso documental en clave de ficción”; y, por lo leído, lo único real que contenía el texto era una anécdota protagonizada por Adelaida pocos días antes de morir, según la cual había acudido a la Delegación de Igualdad del Ayuntamiento de Dos Hermanas pidiendo 50 euros para poder ir a ver a su hijo en Madrid.
Al parecer, este triste episodio había sido el principal motivo por el que Elvira Navarro decidió escribir su libro, convirtiendo a Adelaida García Morales en protagonista absoluta del mismo. 
De ahí no solamente el título, sino también que en su portada figurase una foto coloreada de Adelaida (imagen que, por cierto, yo tomé en blanco y negro años atrás).
 Curiosamente, Navarro no tenía el menor problema en afirmar que no sabía nada sobre los últimos días de Adelaida García Morales (salvo la anécdota aludida) y que no había indagado sobre los mismos.
 Subrayaba que su libro no era una biografía, sino una ficción. Así las cosas, no pude evitar preguntarme con qué autoridad moral e intelectual se apropiaba Elvira Navarro del nombre y los apellidos de la escritora fallecida.
Dada mi condición de exmarido de Adelaida, y pensando en el hijo que ella y yo tuvimos, me preocupaba que el libro de Navarro incurriera en un uso vano de nuestros nombres.
 Intentando salir de dudas cuanto antes, y puesto que la obra no estaba aún a la venta, recurrí a un amigo que conocía a Elvira Navarro para que me hiciese llegar, si era posible, un ejemplar. 
Y así fue.
Tras la lectura pude comprobar que Navarro me hace irrumpir en su texto en más de una ocasión, aludiendo no sólo a mi condición de director de la película El Sur, sino también como expareja de Adelaida. 
Y aunque en la contraportada del libro se advierte al lector que está ante un relato en “clave de ficción”, ante una “narración cercana al falso documental”
 Confieso que yo ignoraba que las ficciones de la novela másà la page que se escribe hoy en España necesitaran de semejante furgón de cola repleto de advertencias y cautelas.
 Un ejemplo: en el apartado ‘Aclaraciones’, Navarro, puesta a ordenar el tráfico, acentúa la identidad de la obra delimitando el tránsito del lector y sus deberes escribiendo lo siguiente:
 “Este libro es una obra de ficción. Todo lo que se narra es falso, y en ningún caso debe leerse como una crónica de los últimos días de Adelaida García Morales”. 
Esa referencia al carácter “falso” de su propia narración delata en Navarro una confusión elemental ante el hecho literario.
 Porque las ficciones narrativas verdaderamente logradas no se ocupan de la disyuntiva verdadero-falso, sino que partiendo de lo ficticio aspiran a alcanzar un vínculo sólido y perdurable con lo verosímil.
 No se caracterizan por inspirarse necesariamente en lo real, sino por comunicar por sí mismas —sin el auxilio de un rasgo externo a ellas— un fondo de veracidad.
Estupefacto, pensé que Elvira Navarro o bien era una cándida o bien era una cínica.
 Y que, en cualquier caso, no había sido consciente en el menor grado de lo que suponía su premisa literaria —la descarnada utilización de las vidas ajenas—, y que no había sopesado ni por un momento las consecuencias morales que su proceder pudiera causar en terceras personas.
Pensé que la autora era una cándida o una cínica y que no había sopesado los efectos de su proceder en terceras personas
Como se ha repetido hasta la extenuación, de los últimos días de la vida de Adelaida García Morales a Elvira Navarro sólo le había interesado la anécdota que aquélla protagonizó al pedir dinero en el Ayuntamiento de Dos Hermanas.
 El episodio se lo contó Rosario Izquierdo Chaparro, socióloga empleada en la Delegación de Igualdad, que no había presenciado directamente el hecho, sino que se lo había relatado una compañera de trabajo.
 Un par de meses después de la muerte de Adelaida, Izquierdo envió dos e-mails a su amiga escritora dándole cuenta del caso y sus averiguaciones. 
No sabemos lo que Navarro le contestó (curiosa omisión), pero lo que escribe Izquierdo no tiene desperdicio:
 “En fin, quería contártelo… Estoy triste.
 Qué mierda de país… Esto es todo, querida.
 Como para escribir un relato a lo Raymond Carver, vamos”. Está visto que para cierta clase de sensibilidades es imposible salir del Panteón de la Literatura.
La anécdota referida aparece en el libro de Elvira Navarro sumergida en una ficción protagonizada por unos personajes de cartón piedra, meras abstracciones al servicio de las obsesiones de la autora, como esa documentalista —su intermediaria, quien mejor la representa en el desarrollo de la trama— a la que traslada sus dudas: 
“Para la realizadora”, ha declarado la escritora, “el conflicto está en hacer una historia de ficción con una persona que existió de verdad”. Lejos de cualquier género de ingenuidad, Navarro pone ahí el dedo en la llaga. 
 Ante los peligros que le acechan, levanta una suerte de burladero intelectual recurriendo a unas dramatis personae cuya función básica no es otra que resguardarla de los riesgos que entraña pisar el ruedo.
 Pero con este resultado: que la ficción que el libro contiene hace aguas por todas partes mostrándose incapaz de alcanzar el auténtico valor de la literatura, su cualidad desveladora, su capacidad de despertar las ideas y las emociones del lector.
 En definitiva, una trascendencia que no se da porque, lamentablemente, la raquítica escritura de Elvira Navarro —incapaz de suspender la incredulidad del lector— no alcanza aquí esa clase de redención.
Adelaida no fue una persona común; tampoco una fantasmagoría. Nunca logró integrarse en la sociedad, y eso la honra
No hay literatura inocente; y no sólo en relación a aquello que los escritores pretenden contar. 
Descendiendo al barro del negocio actual de la literatura, más de uno habrá pensado y pensará que este uso de la persona real de Adelaida García Morales posee también una dimensión claramente publicitaria en el mercado.
 Porque es evidente que, si Elvira Navarro hubiese titulado su libro Los últimos días de Paquita Martínez, no habría producido las plusvalías mediáticas y comerciales de las que su autora se está beneficiando. Adelaida no fue una persona común; tampoco una fantasmagoría. Logró cierta fama literaria, aunque efímera.
 Escribió siempre desde un dolor verdadero.
 Su herida primordial era muy profunda, venía de lejos.
 Nunca logró integrarse en la sociedad de su tiempo, y eso la honra. Vivía en precario en todos los planos de la existencia. 
Lo sé porque convivimos durante mucho tiempo; también porque, tras nuestro divorcio, me mantuve siempre próximo a ella. Sin embargo, el libro de Elvira Navarro entraña una falsa reivindicación de su figura; desde una ignorancia temeraria, no sólo banaliza su memoria como escritora, sino —lo que es peor— su identidad como ser humano.
 Hechizada por arquetipos y leyendas con las que abonar sus ideas, Navarro ni siquiera pensó seriamente que Adelaida pudiera tener hijos, familiares y amigos dignos de respeto. 
Pero resulta que sí: existen hijos, familiares y amigos que, en la medida de lo posible, ayudamos a Adelaida, y que hoy, a la vista de ese libro que se vende como una reconstrucción de sus últimos días —el equívoco está servido y los medios ya han empezado a alimentarlo—, están sufriendo.
De este dolor puedo dar fe, y no solamente en nombre propio. El caso más cercano es el del hijo menor de Adelaida, que vive conmigo desde hace 17 años, para quien la persona de su madre ha sido y sigue siendo decisiva. El efecto de este libro en su conciencia puede ser grave.
Hay pocos casos en la literatura española más o menos reciente que cumplan de forma tan completa ese papel que a partir de ahora algunos le van a adjudicar a Adelaida (y no sólo como escritora). Me refiero a esa leyenda trufada de sensacionalismo periodístico y mala literatura que, si nadie lo remedia, no va a hacer otra cosa que crecer y crecer. 
He aquí un par de ejemplos: “Adelaida García Morales, Ángel Negro de la literatura española”, según una crónica publicada en el diario Abc;
  “De vender miles de ejemplares a pedir dinero para el autobús”, titula El Confidencial.

Como era de esperar, al cabo de unas semanas de entrevistas a toda página, la advertencia de Navarro de que su obra pertenece al género de ficción ha acabado por resultar irrelevante.
 No pocos titulares mediáticos se han lanzado a pregonar que el libro es una crónica de los últimos días de Adelaida en la que ésta aparece como una indigente, “hambrienta y desahuciada”, poseída además (gracias al fervor creativo de Elvira Navarro) por grotescos delirios góticos.
 En suma, una imagen estrafalaria y esperpéntica que nada tiene que ver con el carácter, el aliento y el humor —sí, el humor— de la mujer que conocimos y cuya memoria conservamos con el mayor de los respetos.
Víctor Erice es cineasta, director de El Sur.


 

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