La entrega de la tercera edición de nuestros galardones propicia el encuentro entre varias generaciones de creadores.
A Ángela Molina
la echaron del colegio Santo Ángel de la Guarda de Madrid por tener la
lengua muy larga y la falda muy corta.
Eso fue mucho antes de que Joaquín Sabina escribiera el himno 19 días y 500 noches, donde se aloja el mítico verso.
Y muchísimo antes de que el rapsoda canalla dispusiera en cuenta del saldo suficiente para agenciarse una camiseta marinera salida de la pluma y la tijera de Jean Paul Gaultier, Gaultier a secas para la historia de la moda, por el puro placer de llevar algo bello sobre el torso.
Que el mundo es un pañuelo de bronquítico no es noticia.
La buena nueva es que anoche se produjo el feliz encuentro entre Molina, Sabina y Gaultier y que brindaron a gusto por las casualidades cósmicas, los buenos ratos de la vida y las más de cuatro décadas de carrera que lleva cada uno a sus espaldas.
La conjunción astral, porque de astros de cada uno en lo suyo hablamos—cine, música, moda— tuvo lugar en la entrega de los III Premios ICON, la revista de tendencias masculina que se entrega un sábado al mes con El País.
Un fiestón presentado por Boris Izaguirre de los de bofetadas por entrar celebrado en la residencia del embajador de Francia en Madrid el mismo día, ya es rizar el bucle, en que le daban el Nobel de Literatura al juglar Bob Dylan y en el que dejaba este valle de lágrimas su antecesor en tales honores Darío Fo, azote de poderosos armado con el estilete de la risa.
De ambas efemérides, además del robobo de la jojoya de Kim Kardashian
en su fonda de lujo de París, no todo va a ser alta cultura, se hablaba
en los preliminares de la cita.
Sabina llegó hecho un pincel. “Llevaré chaqueta de cuero fino, una camisa de pitiminí y un pantalón Príncipe de Gales que me hace culo sin tenerlo”, informaba, solícito, horas antes del eventazo. Dentro, en el discurso del galardón que le entregó Leiva —el artista con quien graba su nuevo disco, Lo niego todo, y que le ha “cambiado la vida”— tenía pensado epatar a gusto a los burgueses, como ha hecho toda su laica vida: “Espanta cuánta usura/ demuestran estos peperos por mi tropa/. En el odio a la cultura/ sí que somos los primeros en Europa”, pensaba rapear en el estrado. Luego, le pudieron los nervios y se declaró emocionado por recibir, él, “un delincuente zarrapastroso”, un premio de una revista de estilo.
Lo de Ángela Molina es otra cosa.
Llega ella y no hay otra ni otro.
Un rostro como un atlas de gozos y sombras, un pelazo de leona alfa con las canas libres de peróxido y un carisma de caerte de espaldas.
“Dedico este premio a la mujer. A esa que tiene los brazos siempre ocupados abrazando a un niño, a una persona, o a un sueño”, dijo, y Gaultier la miraba embobado.
Se conocían. Se habían visto en una cena en Cannes hace equis años, pero no habían estado tan a tiro.
El francés que le puso el corsé a Madonna no podía estar más ufano.
Celebrando cuatro décadas de magisterio —de enfant térrible a clásico vivo— sin salir del territorio francés de su embajada, pero arropado por sus idolatrados musas y musos españoles, se vino arribísima y acabó gritando un "¡Viva España!" que ya quisiera Manolo Escobar en sus mejores tiempos
. Emma Suárez, premio ICON de cine, y flamante Julieta de su íntimo Almodóvar, refulgía cerca.
Especialmente emotivo fue el momento en que un monísimo y diminuto Tom Daley, bronce olímpico de salto de trampolín en Río, recogió el premio al deporte.
Lejos de nadar y guardar la ropa, Daley ha salido del armario, dando un triple mortal en un mundo donde aún no sobran estos gestos. El cineasta y escritor David Trueba, otro de los galardonados, tomaba nota para un artículo.
Entre corrillo y corrillo, el director de ICON, Lucas Arraut, al que
solo le faltó llevarle huevos a las clarisas, como novia en víspera de
boda para que el agua no aguara una fiesta preparada con la mano de seda
de la ilusión y el guante de hierro de la cuadratura del círculo de las
agendas, ejercía de orgulloso padre de la criatura
Las arrugas, las canas y la presbicia de unos convivían, en fin, con la insultante juventud de otros conformando una flora y una fauna —más flora que fauna— francamente interesante.
José María Manzanares, Bárbara Lennie, Paco León, Bibiana Fernández y tantos otros que fueron o podrían ser chicos y chicas ICON cualquier día.
Al final, después de unos cuantos blancos de los que patrocinaban la cosa, una se iba a casa con una idea loca.
Se vio a Gaultier tan castizo y desatado que no sería inverosímil que acabara la noche cantando por Sabina solo o en compañía de otros: y nos dieron las once y las doce la una y las dos y las tres y desnudos al amanecer nos encontró la lune.
Eso fue mucho antes de que Joaquín Sabina escribiera el himno 19 días y 500 noches, donde se aloja el mítico verso.
Y muchísimo antes de que el rapsoda canalla dispusiera en cuenta del saldo suficiente para agenciarse una camiseta marinera salida de la pluma y la tijera de Jean Paul Gaultier, Gaultier a secas para la historia de la moda, por el puro placer de llevar algo bello sobre el torso.
Que el mundo es un pañuelo de bronquítico no es noticia.
La buena nueva es que anoche se produjo el feliz encuentro entre Molina, Sabina y Gaultier y que brindaron a gusto por las casualidades cósmicas, los buenos ratos de la vida y las más de cuatro décadas de carrera que lleva cada uno a sus espaldas.
La conjunción astral, porque de astros de cada uno en lo suyo hablamos—cine, música, moda— tuvo lugar en la entrega de los III Premios ICON, la revista de tendencias masculina que se entrega un sábado al mes con El País.
Un fiestón presentado por Boris Izaguirre de los de bofetadas por entrar celebrado en la residencia del embajador de Francia en Madrid el mismo día, ya es rizar el bucle, en que le daban el Nobel de Literatura al juglar Bob Dylan y en el que dejaba este valle de lágrimas su antecesor en tales honores Darío Fo, azote de poderosos armado con el estilete de la risa.
Sabina llegó hecho un pincel. “Llevaré chaqueta de cuero fino, una camisa de pitiminí y un pantalón Príncipe de Gales que me hace culo sin tenerlo”, informaba, solícito, horas antes del eventazo. Dentro, en el discurso del galardón que le entregó Leiva —el artista con quien graba su nuevo disco, Lo niego todo, y que le ha “cambiado la vida”— tenía pensado epatar a gusto a los burgueses, como ha hecho toda su laica vida: “Espanta cuánta usura/ demuestran estos peperos por mi tropa/. En el odio a la cultura/ sí que somos los primeros en Europa”, pensaba rapear en el estrado. Luego, le pudieron los nervios y se declaró emocionado por recibir, él, “un delincuente zarrapastroso”, un premio de una revista de estilo.
Lo de Ángela Molina es otra cosa.
Llega ella y no hay otra ni otro.
Un rostro como un atlas de gozos y sombras, un pelazo de leona alfa con las canas libres de peróxido y un carisma de caerte de espaldas.
“Dedico este premio a la mujer. A esa que tiene los brazos siempre ocupados abrazando a un niño, a una persona, o a un sueño”, dijo, y Gaultier la miraba embobado.
Se conocían. Se habían visto en una cena en Cannes hace equis años, pero no habían estado tan a tiro.
El francés que le puso el corsé a Madonna no podía estar más ufano.
Celebrando cuatro décadas de magisterio —de enfant térrible a clásico vivo— sin salir del territorio francés de su embajada, pero arropado por sus idolatrados musas y musos españoles, se vino arribísima y acabó gritando un "¡Viva España!" que ya quisiera Manolo Escobar en sus mejores tiempos
. Emma Suárez, premio ICON de cine, y flamante Julieta de su íntimo Almodóvar, refulgía cerca.
Especialmente emotivo fue el momento en que un monísimo y diminuto Tom Daley, bronce olímpico de salto de trampolín en Río, recogió el premio al deporte.
Lejos de nadar y guardar la ropa, Daley ha salido del armario, dando un triple mortal en un mundo donde aún no sobran estos gestos. El cineasta y escritor David Trueba, otro de los galardonados, tomaba nota para un artículo.
Las arrugas, las canas y la presbicia de unos convivían, en fin, con la insultante juventud de otros conformando una flora y una fauna —más flora que fauna— francamente interesante.
José María Manzanares, Bárbara Lennie, Paco León, Bibiana Fernández y tantos otros que fueron o podrían ser chicos y chicas ICON cualquier día.
Al final, después de unos cuantos blancos de los que patrocinaban la cosa, una se iba a casa con una idea loca.
Se vio a Gaultier tan castizo y desatado que no sería inverosímil que acabara la noche cantando por Sabina solo o en compañía de otros: y nos dieron las once y las doce la una y las dos y las tres y desnudos al amanecer nos encontró la lune.
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