lo gobernara un partido distinto del PP.
Con éste, y por imposible que pareciera, todo fue siempre a peor. Era inimaginable alguien más nocivo para la ciudad que Álvarez del Manzano, hasta que vino Gallardón.
Lo mismo, hasta que vino Botella.
Entonces asomó en lontananza la figura de Aguirre, que podría arrasar con facilidad lo poco que sus correligionarios habían dejado sin destruir.
Fue muy votada pero no lo bastante, así que por fin se hizo con las riendas (es un decir) Manuela Carmena, de otra formación.
He sido prudente, he dejado pasar año y medio sin apenas opinar, confiando en ver mejoras.
Al cabo de ese tiempo, no cabe sino concluir que la capital está maldita, con alcaldes y alcaldesas empeñados en destrozarla y sumirla en el esperpento, procedan de donde procedan.
Seguir los avatares municipales es siempre deprimente, cutre y sórdido.
Pero, sin seguirlos muy de cerca, la impresión que la mayoría de los madrileños tenemos es que Carmena está ida con excesiva frecuencia; cuando no, le sale algún resabio autoritario de su época de juez halagada por sus camarillas; y, cuando no, mete la pata hasta el fondo con declaraciones demagógicas o estupefacientes.
La versión benévola que corre es la siguiente: ella no sabe ni se ocupa mucho; ni siquiera conocía a los concejales que nombró (si es que los nombró ella y no se los impusieron desde Podemos, Ganemos, Ahora Madrid o como se llame la agrupación que manda); no se entera de casi nada y la manipulan sus ediles, levemente famosos por sus ideas de bombero, sus tuits desagradables o sus juicios pendientes de cuando eran meros “civiles”.
Un informe interno de IU ha revelado que hay profundas divisiones en su Gobierno.
Hemos sabido de algunas iniciativas demenciales, como la de crear “gestores de barrio” y “jurados vecinales”, que por suerte no salió adelante (¿se imaginan a sus vecinos dirimiendo altercados y hurtos, sin idea de la justicia y de sus garantías? Da pavor).
A la Policía Municipal, que está a su servicio, la enfadó y humilló al prohibir a sus miembros celebrar en el Retiro el homenaje anual a su patrón, porque al parecer “desfilaban” y eso contravenía su carácter “no-militar”.
Casi ningún madrileño estaba al tanto de esta ceremonia en un parque, luego poco podía molestar a nadie.
Carmena organizó una votación popular para decidir qué hacer con la Plaza de España (a la que se podría dejar en paz), en la que participaron menos de 27.000 personas, el 1% de la población.
Aun así, el Ayuntamiento dio por validada su opción, terrorífica como de Botella o Gallardón.
Seguir los avatares municipales es siempre deprimente, cutre y
sórdido.
Pero, sin seguirlos muy de cerca, la impresión que la mayoría de los madrileños tenemos es que Carmena está ida con excesiva frecuencia
Pero, sin seguirlos muy de cerca, la impresión que la mayoría de los madrileños tenemos es que Carmena está ida con excesiva frecuencia
Si ya había una tendencia municipal a ellas en todas partes, desde que gobiernan Carmena y su equipo locoide éstas se han multiplicado.
Ya no hay sábado ni domingo del año en que la ciudad no sea intransitable y sus principales arterias no estén cortadas durante diez o doce horas, las centrales del día.
Jornadas “peatonales”, infinitas maratones y carreras por esto o lo otro, concursos de monopatines, permanente adulación de los ciclistas fanáticos.
En la última jornada reservada a las bicis, 70.000 individuos salieron a pedalear por todo el centro (siempre todo en el centro, puro exhibicionismo y ganas de fastidiar).
Por muchos ciclistas que sean, no dejan de ser una minoría en una ciudad de casi tres millones, igual que los de las carreras y otras abusivas zarandajas.
Es decir, se complace a las minorías más gritonas y exigentes, siempre en detrimento de la mayoría.
Muchos de esa mayoría han de llegar al aeropuerto o a la estación en domingo o sábado, o ir a almorzar, y el reiterativo capricho de unos pocos les impide llevar su vida seminormal. Eso tiene el nombre de discriminación.
La suciedad es igual o peor que con el PP, sobre
todo en el centro. Papeleras y contenedores a rebosar, churretones de
orina y olor a orina por doquier, suelos porquerosos, favelas
cada vez más esparcidas por la Plaza Mayor y las zonas turísticas,
atronadores músicos callejeros que impiden trabajar y descansar.
Botella
y Carmena, en este capítulo, son idénticas, como en el de los árboles
que se caen y matan.
En cuanto a las declaraciones, difícil elegir entre
la famosa “cup of café con leche” o las recientes de la actual
alcaldesa (cito de memoria): “Interiormente aplaudía a los
subsaharianos que lograban saltar la verja de Melilla, y les decía: ‘Os
queremos, sois los mejores”.
Al hacer público su sentimiento, ya no era
“interiormente”.
La civil Carmena es muy dueña de tener las simpatías
que quiera, y quizá coincidan con las de usted y mías.
Pero lo cierto es
que ahora es la regidora de una capital europea, y que estaba animando a
algo ilegal, alentando a quienes saltan la verja por las bravas a
continuar y venir. Si se compromete a albergar en su casa particular a
cuantos lo consigan, bien está.
Si no, la ex-juez ha perdido el juicio,
ahora que ya no juzga, sino que ejerce un cargo público de gran
responsabilidad.
Madrid, capital maldita.
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