Los premios y la historia no siempre reconocen a los científicos que
tuvieron la idea original que ha llevado a grandes descubrimientos.
MIENTRAS EN Europa nos hemos enzarzado en discusiones bizantinas
sobre los transgénicos, el resto del mundo los ha utilizado y ya
empiezan a ser una tecnología anticuada. La tecnología del CRISPR/Cas9
está llamada a revolucionar el mundo en un futuro cercano. Hasta ahora
las modificaciones en el ADN de un organismo las podíamos hacer a lo
bruto y a ciegas, que es lo que llamamos la mejora clásica, basada en
cruces, hibridaciones o en mutar al azar la secuencia de ADN.
Los transgénicos nos dieron la posibilidad de copiar y pegar bloques
enteros de ADN provenientes de otro organismo.
Lo que nos permite el
CRISPR/Cas9 es hacer cambios y correcciones a voluntad en el ADN de
cualquier organismo sin necesidad de incorporar ADN foráneo.
Esta
tecnología ha permitido que la ingeniería genética pase del nivel
máquina de escribir –donde por analogía se podría decir que las mejoras
se producían haciendo tachones o utilizando corrector blanco de pincel–
al del procesador de textos, donde podemos modificar lo que queramos a
voluntad y sin dejar trazas.
Además, al no incorporar ADN foráneo no se encuadraría dentro de la
definición de organismo transgénico, lo que facilitaría el proceso
legal.
Esta tecnología está llamada a ser una herramienta imprescindible
para el futuro cercano.
fue la tenacidad de Florey, Chain y Heatley la que finalmente consiguió que la penicilina salvara vidas
Curiosamente el que descubrió la secuencia bacteriana que fue el
origen de todo fue Francisco Martínez Mójica, investigador de la
Universidad de Alicante, cuando trabajaba en unas bacterias tolerantes a
la sal encontradas en las salinas de Santa Pola. Su nombre ha sido
injustamente olvidado, entre otros por el comité del Premio Princesa de
Asturias, que no le tuvo en cuenta cuando concedió el premio a las
investigadoras Doudna y Charpentier. No obstante, hay otros descubrimientos donde quien tuvo la idea en
origen no ha sido tan injustamente relegado. Si preguntamos quién
descubrió la penicilina, todos pensamos en Fleming, que debe ser una de
las personas que más honores acumula en el mundo. Realmente su mérito
fue hacer la primera observación de la acción antibacteriana del Penicillium notatum,
algo que, siendo estrictos, ya había publicado el francés Eric Duchesne
en 1896. Los primeros intentos de identificar el compuesto responsable
fueron poco satisfactorios y Fleming abandonó el proyecto. Si la
penicilina pudo salvar millones de vidas fue gracias a la tenacidad de
Florey, Chain y Norman Heatley, a los que debemos la modificación de la
molécula que la hizo estable y descubrimientos como que el hongo Penicillium chrysogenum produce 200 veces más penicilina que el notatum, haciendo posible su fabricación a gran escala. La historia también ha olvidado al primer paciente tratado con
penicilina. En septiembre del año 1940 el oficial de policía de Oxford
Albert Alexander, de 48 años, se hizo un pequeño corte en la cara
mientras arreglaba sus rosales. La herida se infectó y se extendió por
todo el rostro. Florey y Chain decidieron probar con Alexander la nueva
droga, algo que hoy no hubiera sido autorizado por ningún comité. Le
pusieron cinco inyecciones, el paciente respondió y la infección
remitió, pero se les acabó el suministro, ya que tenían que purificar y
hacer la modificación química a mano a partir de cultivos de hongos, en
un proceso largo y costoso. Llegaron incluso a tratar de recuperarla de
la orina del paciente. Alexander finalmente murió, y la primera persona
tratada con penicilina de forma efectiva fue Anne Miller, en marzo de
1942. Florey y Chain compartieron Premio Nobel con Fleming, pero Heatley
quedó fuera. Pocas calles y estatuas recuerdan hoy su gesta y todo el
mérito se le ha atribuido a Fleming, justo lo contrario que ha pasado
con Martínez Mójica. A tiempo estamos de reparar el error.
Siempre la otra mirada
El 15 de mayo de 1964 en la plaza de toros de Las Ventas, en
Madrid, se inauguró la estatua que los matadores le dedicaron a
Alexander Fleming cuya leyenda reza: “Al doctor Fleming en
agradecimiento de los toreros”. El gremio de los diestros supo reconocer
las numerosas vidas que la penicilina salvaba. No deja de ser un poco
injusto que el monumento olvide el trabajo de Florey, Chain y Heatley,
que fueron los que consiguieron que la penicilina fuera un fármaco útil. Fleming hizo la primera observación y nadie resta mérito a tal acción
porque si él tiene un Premio Nobel es porque supo ver en las placas
contaminadas cosas que otros investigadores no consiguen nunca.
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