Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
23 sept 2016
Todos somos Brad y Angie........................................................................... Luz Sánchez-Mellado
El
eufemismo “diferencias irreconciliables” alegado por Jolie para pedir el
divorcio a Pitt oculta la piel, las vísceras y los pelos que se deja
toda pareja en una ruptura.
Brad Pitt y Angelina Jolie. cordon press
Siempre me ha fascinado la capacidad de los americanos, perdón,
estadounidenses, para ponerle un nombre aséptico y políticamente
ultracorrecto a conceptos y situaciones que casi siempre implican sangre
y sudor e, indefectiblemente, lágrimas. Fuego amigo, peligro inminente,
daños colaterales. Pero si hay uno que me maravilla, por exacto a la
par que elusivo, es el de “diferencias irreconciliables” para describir
la causa de un divorcio. A los que, por edad provecta, nos horrorizamos
al tiempo que nos erotizamos con la escena cumbre de La guerra de los Rose,
con ese Michael Douglas y esa Kathleen Turner en el apogeo de su
tormentosa separación –y de su gancho sexual, todo hay que decirlo-
pugnando abrazados como lapas para no romperse la crisma encaramados a
la lámpara de araña símbolo de sus años de matrimonio, no nos la dan con
tamaña elipsis. ¿Diferencias irreconciliables, de qué? En toda ruptura,
menos quizá, y está por ver, en la de Pedro Sánchez y Susana Díaz, los
dos, o al menos uno de los miembros de la pareja, se dejan piel,
vísceras y marañas de pelos en la gatera.
Apuesto que la de Brad Pitt y Angelina Jolie no es ninguna excepción a esa ley de vida. “Diferencias irreconciliables” es el motivo que ha alegado Jolie para
presentar la demanda de divorcio contra Pitt en la Corte de Los Ángeles. Todo muy legal, todo muy formal, todo muy de mentira. La verdad,
obviamente, solo la conocen ellos. El paraíso y el infierno, por no
hablar del limbo nuestro de cada día, no están ni arriba ni abajo, sino
detrás de las cerraduras, ya sean de las chabolas de El Gallinero o las
de los chateaux del Loira. Lo que sabemos es lo que ha
trascendido. Que una bellísima actriz de Hollywood, madre de seis
bellísimos hijos, le exige el divorcio a su bellísimo esposo y padre de
los bellísimos antedichos. Nada nuevo bajo el firmamento, aunque sea ese
donde dicen que hay más estrellas que en el cielo. Lo nuevo, no tanto
en realidad –también se separaron la bellísima Nieves Álvarez y su amantísimo esposo italiano, por no hablar de Carlos y Diana y otros royals
herederos o eméritos–, es nuestro sentimiento de estupor y de estafa al
respecto. ¿Cómo ha podido pasar?, nos preguntamos. ¿Cómo algo tan ideal
y perfecto ha podido acabar en algo tan vulgar y ordinario como un
divorcio contencioso?, alucinamos, como si hubiéramos nacido hace un
nanosegundo.
Brad Pitt y Angelina Jolie. cordon press
Brad Pitt y Angelina Jolie, acompañados de sus hijos, en el aeropuerto de Los Ángeles en 2014 GVK/Bauer-Griffin
El caso es que teníamos todas las pistas sobre el tablero.
Esa pareja
era, como todas, una bomba de relojería.
Unas explotan tarde o
temprano, otras alcanzan un ralentí confortable para ambas partes y,
otras, cada vez menos, mantienen la tensión indefinidamente a base de
acelerones y frenazos.
Ahí había una mujer compleja, a ojos vista, y un
hombre complejo, no tan a las claras.
Y un hombre con un
matrimonio interrumpido a las bravas con otra idolatrada princesa de
Hollywood y una presunta reputación de no hacerle ascos a las
tentaciones femeninas y determinadas drogas blandas. Todo eso había.
Y, entre una y otro, campaban seis críos de varias
razas y edades, de adolescentes a parvulitos, dando toda la guerra que
se les supone por razón de su cargo.
La suerte, cualquier suerte, estaba
echada.
Ahora saldrán todos los trapos sucios. Todos los dimes y diretes. Que si Brad fue infiel con una actriz francesa.
Que si Brad le da al frasco. Que si Brad gritó y golpeó a los niños en
un vuelo privado. Que si Angelina ha colmado el vaso de su discutible
paciencia. Que si Angelina es inflexible. Que si a Angelina hay que
echarle de comer aparte. Lo de casi siempre, vamos. Lo nuevo, insisto,
es nuestro infantil rasgado de vestiduras. Henos aquí, ilusos,
haciéndonos cruces de lo que estaba cantado. Mientras las redes se llenan de memes
con más o menos gracia con los divinos Brad y Angelina volviendo al
mercado de enésima mano, los humanos suspiramos por el enésimo final
desgraciado del enésimo cuento de príncipes y princesas.
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