El tenor americano Gregory Kunde abre la temporada del Real y los fastos del bicentenario erigido en el mejor protagonista de la ópera de Verdi.
Kankakee se llama.
Y probablemente la ha puesto en el mapa su vecino más ilustre. Que nació allí en 1954 y que se ha convertido en misionero de la ciudad -24.000 almas- sin pretenderlo ni imaginarlo.
O despeñándose como tenor, más bien, pues su debut en Europa proporcionó a su carrera tantas frustraciones como carcajadas proporcionó a los espectadores de la Ópera de Niza en la temporada de 1984.
Desvaría Wikipedia cuando relaciona aquel acontecimiento -Los pescadores de perlas, Bizet- con un flechazo del público continental.
Pues sucedió al revés.
A Kunde se le rompió la voz y se le rompieron los nervios. Parecía malograrse prematuramente una carrera sin ambiciones. Porque Kunde era un “tenorino”, diminutivo de tenor ligerísimo que aspira a papeles ligerísimos y que sólo una mutación inverosímil podría transformarlo en Otello. Casi dándole la vuelta al escarabajo de Kafka.
Y Otello es Kunde.
O es el Otello del siglo XXI, tal como demuestra su agenda, su reputación, su identificación con el supremo rol verdiano.
Aquel tenor frágil y pusilánime que interpretaba a Nadir en Niza, que sobrepasó un cáncer de testículos -1994- y que pudo haberse resignado al mejor cantante de Kankakee, se ha erigido en una figura hegemónica del escalafón y en el reclamo de la apertura de la temporada en el Teatro Real este mismo miércoles.
Allí comparece en una suerte de éxtasis conmemorativo. Primero porque Otello implica un recordatorio al quinientos aniversario de la muerte de Shakespeare, cuyo patrimonio teatral permitió a Verdi dar lo mejor de sí mismo (Macbeth, Otello, Falstaff) y explorar hasta sus últimas consecuencias el concepto de la “palabra escénica” en su embrión dramatúrgico.
Y en segundo lugar porque este mismo Otello, ramificado en 13 funciones con la coproducción de la English National Opera, remarca el inicio de los fastos que celebran el bicentenario del Teatro Real. No llegó a concebirse la primera función hasta 1850, pero fue en 1818 cuando se colocó la piedra inaugural.
Y fue en octubre de 1890 cuando se estrenó Otello en el Teatro Real, dos años después de haberse alumbrado en la Scala de Milán y con una acogida bastante aséptica de los espectadores.
Le corresponde ahora a Gregory Kunde remediar el malentendido.
Lo hace representando él mismo un caso muy impresionante por su mutación de tenor ligero o ligerísimo a tenor dramático (y viceversa).
Más o menos como si Fred Astaire se hubiera metamorfoseado en James Cagney, aunque la mayor proeza de semejante "elasticidad" consiste en que Kunde, provisto de una técnica prodigiosa, es capaz de hacer reversible el camino.
Sigue cantando Rossini y Donizetti, como si una mariposa pudiera convertirse en gusano.
De hecho, el tenor norteamericano conserva en su repertorio, al mismo tiempo, el "Otello" rossiniano y el papel de Verdi.
El único enlace entre ambos consiste en el trasunto del drama shakespereano, pero compaginarlos equivale pedirle a un boxeador de los pesados que compita a la vez en la categoría de los pesos ligeros.
Y resulta que Kunde lo hace, quizá para cuestionarnos si el Otello que eligió el propio Verdi para su ópera, o sea, Francesco Tamagno, acaso no era menos robusto y corpulento de cuanto hayan podido acreditarlo los Otellos que han representado con más acierto el papel del moro de Venecia en el siglo XX, es decir, el triunvirato absoluto que conforman los casos de Ramón Vinay, Mario del Mónaco y Plácido Domingo (no sobrarían en el banquillo ni James McCracken ni Jon Vickers).
La temporada que se avecina representa un buen ejemplo al respecto, puesto que su Otello de Madrid, que luego repetirá en Londres, antecede en el propio Teatro Real al estreno de la Norma de Bellini, una nueva incursión belcanista a la que luego suceden experiencias veristas -Andrea Chénier en Roma y Bilbao-, un Trovador londinense y una inmersión en el patrimonio francés -Sansón y Dalila, en Turín- con la que el tenor de Kankakee reivindica su condición de omnívoro.
Es la prueba de que se ha convertido en un cantante total. No forma parte de los tenores más conocidos, pero es probable que este matiz obedezca a que Kunde abjura de la mercadotenia, tiende a evitar los de los estudios de grabación -la excepción es un disco de arias que va a poner en órbita Universal brevemente- en beneficio de una carrera a la antigua usanza: en los teatros, en vivo, como si cada función fuera la última. Y como si Kunde se muriera como Otello, dejando escapar entre sus manos el cabello de Desdémona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario