Camilo Sesto cumplió 70 años y dio la cara al mundo tras años de retiro.
En todos estos años, privilegios del oficio, he podido hacerles un fondo de ojo a unos cuantos divos.
Y en todos estos años, júrolo, he visto de todo en esos humores vítreos.
Soberbia y pudor, tristeza y euforia, cortesía y desprecio, compasión genuina y autocompasión pura y dura.
Lo que menos he visto, pero no he podido quitarme de encima, ha sido soledad absoluta, desamparo, desesperación, llamadas mudas de auxilio, incluso.
Y lo he visto en las pupilas más insospechadas por la policía política de mis prejuicios.
En fin, que no somos nadie. Y menos, en iris vivos.
Camilo Sesto cumplió 70 años y dio la cara al mundo tras años de retiro.
Todos los asistentes al evento pensábamos lo mismo de ese rostro a la vez atrayente y repulsivo, pero nadie osó decírselo.
“Mírame a los ojos. Soy lo que ves en ellos”, me pidió luego, leyéndome la mente, cuando los tuve a un palmo de los míos.
Eso hice. Vi soledad, vi dolor, vi amargura.
Vi Melancolía a litros, por citar su gran himno, ese sí, inmarcesible. Mientras las redes escupían juicios sumarísimos sobre la máscara de Camilo, el enmascarado solo pedía que le miraran las tripas.
He visto más corazas esta semana.
La de dos compañeros volviendo a hacer radio después de enterrar a sus hermanos del alma.
La de mi asistenta cantando arias con un hermano alcohólico autodestruyéndose a miles de kilómetros.
La mía propia, sonriendo a toda piñata para exorcizar fantasmas internos.
Máscaras de autodeterminación, de respeto al prójimo y de amor propio, que no esa autoestima de baratillo que le hemos comprado a los mercachifles de la autoayuda.
Antifaces bajo los que camuflar la inseguridad y la pena de estar vivo.
Puede que esté haciéndome películas, perdonadme, estoy en uno de esos días, pero para mí que esa careta de Camilo que tanta mofa y befa suscita es solo una versión más tosca y cara de la que nos ponemos tantos para sobrevivir a la jornada.
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