Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
4 sept 2016
La magia del bien..........................................................................................Rosa Montero
La maldad individual nos ensucia a todos, pero no hay que olvidar que la
humanidad sigue viva y en pie por la solidaridad de la especie.
ESTOY PASANDO unos días de vacaciones fuera de España. Desde la ventana
de mi apartamento veo la piscina de la comunidad. Todos los días, una
mujer gordita de unos 65 años baja a bañarse con su hijo. El chico ya
debe de haber cumplido los 40 y obviamente tiene alguna discapacidad
psíquica. Lo primero que hace la mujer es ayudarle a ponerse el
flotador, maniobra no exenta de dificultades porque al hijo parece
costarle entender que debe levantar ambos brazos por encima de la cabeza
para poder meter la rueda de goma. Al fin los alza, con una inocencia
de movimientos que resulta chocante para su edad y muy conmovedora. Ya
abrazado a su flotador, indefenso y niño, la madre lo mete en la piscina
y se pasa por lo menos una hora dentro, dando vueltas por la pileta,
llevándolo de aquí para allá, salpicándole juguetonamente con paciencia
infinita. Me imagino que cuando salen del agua están los dos arrugaditos
como pasas. Y felices. Un par de veces me he encontrado a esa mujer a la entrada de la
urbanización, sacando a su hijo a pasear. Siempre sola (¿qué habrá sido
del padre, se murió, se borró?), siempre con una sonrisa en los labios,
como si la vida fuera maravillosa. Leo en el último y aterrador informe de Amnistía Internacional que
300 presos mueren por torturas al mes en las cárceles sirias. Les
infligen espeluznantes tormentos porque sí, ni siquiera para extraerles
información, sólo con sádica crueldad. Pero, claro, como ahora estamos
sobrecogidos por el miedo a los integristas, ya no nos acordamos de la
dictadura siria. Todo ese dolor y ese horror con el que convivimos (está
sucediendo ahora, en este mismo momento) nos mancha el corazón, nos
ensucia el karma, nos condena como humanidad a un destino nefasto. Creo o
más bien siento que la especie se toca, que somos como un cardumen de
peces de movimientos sincronizados y nerviosos, que existe una
interacción profunda entre los individuos. Es una intuición poética,
digamos, que algunos científicos como Jung o el biólogo Sheldrake han
intentado desarrollar en diversos niveles, pero que de alguna manera
está en nuestra conciencia desde siempre. Recordemos la leyenda de
Sodoma y Gomorra de la Biblia: Dios estaba dispuesto a salvar las
ciudades si Abraham encontraba a 10 justos. Esto es, el contrapeso de la
bondad de una decena de humanos hubiera servido para salvarlos a todos. Como ese Dios primitivo, yo presiento que la maldad individual nos
ensucia a todos, pero también que la bondad personal puede rescatarnos.
Y hay tanta bondad, en realidad. La humanidad sigue viva y en pie
por la solidaridad de la especie. Estoy convencida de que, dentro de
las estrategias evolucionistas de supervivencia, hay muchas más basadas
en la empatía y la colaboración que en la depredación. Kant se admiraba
de que el ser humano no se dejara llevar siempre por la ley del más
fuerte. Le extrañaba, por ejemplo, que un soldado no matara a toda
anciana desvalida que encontrara para robarle el dinero. De esa
constatación de que el mal no triunfa siempre, ni mucho menos, terminó
sacando su idea del imperativo moral. Y es cierto, actuamos bien casi
siempre. Ayudamos a los demás, cuidamos, protegemos. Todo ello fomenta
la perdurabilidad de la especie. El hecho mismo de que nos horrorice
tanto el mal y de que sucesos como las torturas de las cáceles sirias
nos espanten indica que estamos fundamentalmente dirigidos hacia el
bien. Si fuéramos intrínsecamente malvados, esas noticias nos dejarían
indiferentes. En España hay unos cuatro millones de personas que invierten unas cinco
horas semanales en labores de voluntariado. Pero eso no es más que la
punta del iceberg. Mi asistenta Julia, de 64 años, dedica sus domingos a
tomar varios autobuses y, tras dos horas de viaje, visitar a una
anciana para la que antaño trabajó y que ahora está internada en una
residencia en Guadalajara. Sé que la generosidad de Julia también me
alcanza de rebote a mí. Al igual que la de esa madre que baña cada día a
su hijo: su amor tan puro compensa muchos horrores. Cuando llegan a la
piscina, se ilumina el mundo. Es la magia poderosa del bien, que nos
protege.
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