Es un método de crianza, se llama 'escucha activa' y va de comprender los berrinches de los críos.
A la prensa inglesa, siempre tan atenta a los movimientos de su casa
real, raramente se le escapa algún detalle.
Lo último que les ha llamado la atención es por qué Guillermo de Inglaterra está en cuclillas en la gran mayoría de las fotos en las que aparece hablando con su hijo, el príncipe Jorge.
En esta posición le hemos visto en el bautizo de su hija pequeña, Carlota; en un partido benéfico de polo e incluso junto al presidente Obama, durante su visita al palacio de Kensington.
En un vídeo que se ha vuelto viral en las redes sociales, se ve cómo su abuela, la reina Isabell II, le da incluso un toque de atención por saltarse el protocolo durante el desfile aéreo de las Fuerzas Armadas (RAF), que se celebró con motivo del 90 cumpleaños de la monarca el pasado mes de junio: "Stand up William"(ponte de pie, Guillermo), le dijo con cara de pocos amigos.
Guillermo lo estaba haciendo de nuevo: se había puesto a la altura del pequeño y, mirándole a los ojos, respondía a todas sus cuestiones sobre las acrobacias de los aviones, tomándose su tiempo y sin importarle que el resto de la familia ya se encontrara en pie.
Él no quería dirigirse a su hijo desde una posición superior. No es nada nuevo: se trata de un método de crianza denominado Escucha Activa, una forma respetuosa de tratar a los niños que busca que se sientan realmente escuchados.
La pedagoga Leticia Garcés Larrea lo define como “una forma de comunicación entre los miembros de la familia que va a permitir desarrollar la empatía, a la vez que proteger los vínculos afectivos”.
Lo último que les ha llamado la atención es por qué Guillermo de Inglaterra está en cuclillas en la gran mayoría de las fotos en las que aparece hablando con su hijo, el príncipe Jorge.
En esta posición le hemos visto en el bautizo de su hija pequeña, Carlota; en un partido benéfico de polo e incluso junto al presidente Obama, durante su visita al palacio de Kensington.
En un vídeo que se ha vuelto viral en las redes sociales, se ve cómo su abuela, la reina Isabell II, le da incluso un toque de atención por saltarse el protocolo durante el desfile aéreo de las Fuerzas Armadas (RAF), que se celebró con motivo del 90 cumpleaños de la monarca el pasado mes de junio: "Stand up William"(ponte de pie, Guillermo), le dijo con cara de pocos amigos.
Guillermo lo estaba haciendo de nuevo: se había puesto a la altura del pequeño y, mirándole a los ojos, respondía a todas sus cuestiones sobre las acrobacias de los aviones, tomándose su tiempo y sin importarle que el resto de la familia ya se encontrara en pie.
Él no quería dirigirse a su hijo desde una posición superior. No es nada nuevo: se trata de un método de crianza denominado Escucha Activa, una forma respetuosa de tratar a los niños que busca que se sientan realmente escuchados.
La pedagoga Leticia Garcés Larrea lo define como “una forma de comunicación entre los miembros de la familia que va a permitir desarrollar la empatía, a la vez que proteger los vínculos afectivos”.
Concéntrese y mire a los ojos de su hijo
La primera vez que se hizo alusión al concepto de "escucha activa" fue en 1957 por los psicólogos estadounidenses Carl Rogers y Richard E. Farson y, más adelante, el también psicólogo Thomas Gordon escribió el manual para aplicarla: Técnicas Eficaces para Padres (MEDICI).
Para la psicóloga y psicoterapeuta Isabel Fuster,
más que una técnica es una postura ante la vida, una forma de escuchar a
las personas, de ponernos en su lugar:
“Entre adultos, esta
comunicación parece más sencilla (aunque no siempre somos tan empáticos
como debiéramos), pero al tratar con niños nos encontramos con la
dificultad de que el pequeño no entiende el mundo de los mayores, cuyo
principal medio de comunicación es el discurso hablado.
Hasta
aproximadamente los 12 años, se encuentra en un mundo sensorial y
perceptivo diferente del nuestro”
La prueba más evidente de que estamos escuchándole es el contacto visual.
Para ello, es necesario colocarse a la altura de sus ojos porque el niño se sentirá más cercano a sus padres, además de ayudarle a empatizar con ellos y transmitirle calma y serenidad.
Los que los expertos destacan es el aspecto emocional de esta comunicación: escuchar es saber qué siente el niño, no solo qué dice.
Esta necesidad hace que no lleguemos a analizar qué es lo que realmente le sucede a nuestro hijo para encontrar el trasfondo de su rabieta. ¿Por qué no quiere ir al cole? ¿Por qué patalea y llora al irse de la fiesta de cumpleaños?
Si practicamos la escucha activa, quizá descubramos que el niño tiene miedo de enfrentarse a un examen para el que no ha estudiado lo suficiente o que no podía explicar con palabras que no quería irse de la fiesta sin despedirse de su mejor amigo".
“Detrás de su mal comportamiento se esconde una emoción y un niño necesita que los padres puedan identificarla.
Si un niño está rompiendo cosas, pegando o insultando, le está pasando algo: está buscando una solución a través de su acción. Si le amenazamos o castigamos antes de comprenderle, quizá haga lo que queremos, pero de una manera manipulada con la que aprenderá a tener miedo en lugar de descubrir qué le ocurre y cómo solucionarlo.
Un niño de 4 o 5 años no comprenden aún las leyes de la responsabilidad ni tienen un pensamiento reflexivo, por lo que volverá a repetir sus comportamientos”, reflexiona la psicóloga Isabel Fuster.
Para el especialista, los adultos tendemos a contestarles y enfrentarnos verbalmente a ellos como si nos estuviéramos justificando, sin darnos cuenta de que el joven está luchando contra sus propios problemas, que no son nuestros.
Uno de los ejemplos con los que ilustra su argumento es el siguiente: un padre de un hijo problemático de 12 años se pasaba los días preguntándole infructuosamente qué le pasaba, por qué tenía ese comportamiento; así, hasta que decidió cambiar el discurso:
"Por favor, hijo, necesito entender el motivo por el que te encuentras siempre tan enfadado".
Este pequeño cambio dejó las puertas abiertas a que su hijo reflexionara sobre ello.
Poco después, cuenta Bernstein, comenzó a abrirse y compartir sus pensamientos.
“Una educación condicionante que modifica conductas generando temor al castigo, las amenazas, los gritos o las comparaciones entre hermanos ('mira qué grande está tu hermano, porque se lo ha comido todo y tú no…') no generará hábitos que permitan desarrollar una voluntad con la que el niño aprenda a marcarse sus propios límites”, afirma Gardés.
Ir a la cama pronto o lavarse los dientes pueden ser reglas que le hagan enfadarse y que sencillamente se niegue a cumplir. Pero las frases amenazantes como “si no te lavas los dientes se te van a caer”, van a grabar en su cerebro el estado alterado de los padres y, en ningún caso, la necesidad de una correcta higiene.
Fuster insiste en lo importante que es no ceder ante el castigo, por mucho que su vida no sea tan desenfadada como la del príncipe y los nervios afloren con más naturalidad.
“Si al hijo le cuesta mucho lavarse los dientes, mejor es cogerle en brazos y decirle con una sonrisa: 'comprendo que te cueste, pero hay que hacerlo, cariño”, dice.
No hay que confundir esta técnica con un modelo sin límites que
convierta al niño en un tirano egocéntrico.
Pero, ¿es compatible la escucha activa con la disciplina? ¿Qué ocurre si los padres confunden este tipo de comunicación respetuosa y asertiva con la permisividad más absoluta, con darles todo lo que quieran? Isabel Fuster lo tiene claro:
"El amor no es sinónimo de flaqueza, ni establecer límites es sinónimo de dureza.
Hay que ponerlos, aunque a veces nos cueste.
Cada casa debe tener unos valores y los padres deben hacerlos cumplir desde el amor.
Evidentemente, el niño se enfadará ante las negativas o las obligaciones, pero es normal, tiene que frustrarse, si no tuviera frustraciones sería un tirano”, recomienda Fuster.
Garcés coincide: “Precisamente, para una familia muy permisiva, es más complicado practicar la escucha activa.
Los límites son necesarios, la cuestión es cómo los ponemos: están para ayudarnos, no para que resulten una imposición”.
La prueba más evidente de que estamos escuchándole es el contacto visual.
Para ello, es necesario colocarse a la altura de sus ojos porque el niño se sentirá más cercano a sus padres, además de ayudarle a empatizar con ellos y transmitirle calma y serenidad.
Los que los expertos destacan es el aspecto emocional de esta comunicación: escuchar es saber qué siente el niño, no solo qué dice.
"No quiero ir al cole porque no sé hacer los ejercicios"
Garcés cuenta cómo los padres, “muchas veces, más que educar, pretenden obtener una obediencia inmediata y conveniente: 'no hagas ruido porque me molestas' o 'no te muevas que me pones nerviosa'.Esta necesidad hace que no lleguemos a analizar qué es lo que realmente le sucede a nuestro hijo para encontrar el trasfondo de su rabieta. ¿Por qué no quiere ir al cole? ¿Por qué patalea y llora al irse de la fiesta de cumpleaños?
Si practicamos la escucha activa, quizá descubramos que el niño tiene miedo de enfrentarse a un examen para el que no ha estudiado lo suficiente o que no podía explicar con palabras que no quería irse de la fiesta sin despedirse de su mejor amigo".
“Detrás de su mal comportamiento se esconde una emoción y un niño necesita que los padres puedan identificarla.
Si un niño está rompiendo cosas, pegando o insultando, le está pasando algo: está buscando una solución a través de su acción. Si le amenazamos o castigamos antes de comprenderle, quizá haga lo que queremos, pero de una manera manipulada con la que aprenderá a tener miedo en lugar de descubrir qué le ocurre y cómo solucionarlo.
Un niño de 4 o 5 años no comprenden aún las leyes de la responsabilidad ni tienen un pensamiento reflexivo, por lo que volverá a repetir sus comportamientos”, reflexiona la psicóloga Isabel Fuster.
Su mal comportamiento con usted no es algo personal
El psicólogo norteamericano experto en adolescentes y autor del libro 10 days to a less Defiant Child (10 días para un niño menos desafiante), Jeffrey Bernstein, explica en su blog de la revista especializada Psychology Today que los padres no deben tomarse nada de forma personal, sobre todo de los adolescentes o preadolescentes.Para el especialista, los adultos tendemos a contestarles y enfrentarnos verbalmente a ellos como si nos estuviéramos justificando, sin darnos cuenta de que el joven está luchando contra sus propios problemas, que no son nuestros.
Uno de los ejemplos con los que ilustra su argumento es el siguiente: un padre de un hijo problemático de 12 años se pasaba los días preguntándole infructuosamente qué le pasaba, por qué tenía ese comportamiento; así, hasta que decidió cambiar el discurso:
"Por favor, hijo, necesito entender el motivo por el que te encuentras siempre tan enfadado".
Este pequeño cambio dejó las puertas abiertas a que su hijo reflexionara sobre ello.
Poco después, cuenta Bernstein, comenzó a abrirse y compartir sus pensamientos.
“Una educación condicionante que modifica conductas generando temor al castigo, las amenazas, los gritos o las comparaciones entre hermanos ('mira qué grande está tu hermano, porque se lo ha comido todo y tú no…') no generará hábitos que permitan desarrollar una voluntad con la que el niño aprenda a marcarse sus propios límites”, afirma Gardés.
Ir a la cama pronto o lavarse los dientes pueden ser reglas que le hagan enfadarse y que sencillamente se niegue a cumplir. Pero las frases amenazantes como “si no te lavas los dientes se te van a caer”, van a grabar en su cerebro el estado alterado de los padres y, en ningún caso, la necesidad de una correcta higiene.
Fuster insiste en lo importante que es no ceder ante el castigo, por mucho que su vida no sea tan desenfadada como la del príncipe y los nervios afloren con más naturalidad.
“Si al hijo le cuesta mucho lavarse los dientes, mejor es cogerle en brazos y decirle con una sonrisa: 'comprendo que te cueste, pero hay que hacerlo, cariño”, dice.
Esto no es jauja
“La escucha activa no está reñida con poner
límites al niño.
A sus practicantes a veces les cuesta, pero es
necesario que este se frustre, o se convertirá en un tirano" (Isabel
Fuster, psicóloga)
Pero, ¿es compatible la escucha activa con la disciplina? ¿Qué ocurre si los padres confunden este tipo de comunicación respetuosa y asertiva con la permisividad más absoluta, con darles todo lo que quieran? Isabel Fuster lo tiene claro:
"El amor no es sinónimo de flaqueza, ni establecer límites es sinónimo de dureza.
Hay que ponerlos, aunque a veces nos cueste.
Cada casa debe tener unos valores y los padres deben hacerlos cumplir desde el amor.
Evidentemente, el niño se enfadará ante las negativas o las obligaciones, pero es normal, tiene que frustrarse, si no tuviera frustraciones sería un tirano”, recomienda Fuster.
Garcés coincide: “Precisamente, para una familia muy permisiva, es más complicado practicar la escucha activa.
Los límites son necesarios, la cuestión es cómo los ponemos: están para ayudarnos, no para que resulten una imposición”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario