Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 ago 2016

El cadáver gratuito.................................................................................... Juan Tallón

Pensé en una anécdota del estreno de 'La ventana indiscreta' cuando un portavoz de Ciudadanos dio 48 horas al PP para cerrar un acuerdo, o todo se iría al traste.

Fotograma de 'La ventana indiscreta'

 

En el estreno de La ventana indiscreta, en 1954, Alfred Hitchcock estaba sentado al lado del actor Joseph Cotten y su mujer, la pianista Leonore Kipp. 
La proyección discurrió con normalidad hasta la escena en la que Grace Kelly registra la habitación del asesino, y de pronto este aparece por el pasillo. 
Kipp se puso tan nerviosa en su butaca que se volvió hacia su marido, lo agarró por un brazo y le dijo: “Haz algo, haz algo”.
 No soportaba tanto suspense.
 Pensé en esta anécdota cuando un portavoz de Ciudadanos dio 48 horas al PP para cerrar un acuerdo, o todo se iría al traste.
 “El tiempo se acaba”, añadió, intensificando el suspense. 
El ultimátum sonó como un grito en la oscuridad, después del cual se escucha un “¡ohhhh!”
Si dos partidos rivales pretenden establecer un acuerdo, las reglas de la narración casi los obligan a que, un poco antes de sellarse, parezca que va a descarrilar.
 Eso removerá al espectador en su silla.
 Lo contrario sería sensato, eficaz y aburrido. Incluso podría despertar suspicacias.
 En cambio, la amenaza del fracaso empuja el relato hacia delante. Cosa distinta es que el ultimátum sea un recurso trillado, predecible, que se emplea hasta para obligar a los niños a comer lentejas.
 Llega un día en que no da miedo.
 Este peligro también lo advirtió Hitchcock, mientras buscaba el mejor modo de hacer creer al espectador que un personaje podía acabar asesinado.
El director británico le explicó a François Truffaut durante la entrevista de cincuenta horas que mantuvieron en 1962, que lo habitual es filmar “una noche oscura” en la plaza de una ciudad y situar a la víctima “de pie en el círculo luminoso de un farol”, mientras espera.
 A continuación, se añade un primer plano de un gato negro a la carrera, otro de una ventana más allá de la cual se intuye el rostro de alguien que mueve los visillos, y, finalmente, se ve un coche negro aproximándose. 
Ya todo está preparado para que intenten asesinar al personaje.
 Muy utilizado, puede que el espectador ya no se tape los ojos, muerto de miedo.
 En cierto sentido, PP y Ciudadanos cumplen también con lo que se hace habitualmente en caso de negociación: amenazar con que el pacto se va a pique.
 Pero ¿es suficiente? Para Hitchcock no lo sería.
 En Con la muerte en los talones quiso grabar lo contrario a la escena oscura del farol, y producir el mismo suspense.
 ¿Qué hizo? Trasladar a Cary Grant a una llanura desierta, a pleno sol, sin ventanas, ni gatos, ni banda sonora, y en ese escenario rodar cómo alguien intentaba matarlo desde una avioneta.
Cabe alegar que una negociación no es ningún intento de asesinato. Verdad.
 No sería la primera vez, sin embargo, que un acuerdo deja cadáveres al acabar, a veces amistosamente.
 No parece que vaya a ser el caso del pacto PP-Ciudadanos. 
Y eso que no hace tanto que Rivera soñaba con deshacerse de Rajoy.
 Pero una escena así, con un cadáver caído del cielo, gratis, no consiguió rodarla ni Hitchcock. 
Y lo intentó. Fascinado por las fábricas de automóviles de Ford, trabajó en una escena dialogada entre Cary Grant y un contramaestre de la fábrica ante una cadena de montaje.
 Tras ellos -le contó a Truffaut-, el automóvil empezaría a ajustarse pieza a pieza, desde cero. 
Al final del diálogo, Grant y el empleado se volverían a contemplar el coche totalmente montado a partir de un simple tornillo, y comentarían: “¡Es formidable, eh!”. 
Y en ese instante, abrirían la puerta del automóvil y caería un cadáver.
 A Truffaut le pareció una idea maravillosa. Pero se suscitaba un problema. ¿De dónde había salido el cadáver?
 Del coche no, porque al principio de la escena no era más que un tornillo.
 El cadáver había caído de la nada, sin más. 
La idea era tan bella y gratuita que Hitchcock, que amaba las escenas gratuitas, no logró integrarla en la historia. 

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