El FBI ha renunciado, después de 45 años, a seguir investigando el
caso NORJAK.
Es el tiempo que la agencia norteamericana lleva tratando
de averiguar la verdadera identidad de
Dan
Cooper, el hombre que secuestró un avión de pasajeros y saltó en
paracaídas a 3.000 metros de altitud con los 200.000 dólares que
había obtenido como rescate.
El FBI comunicó este martes que, tras
seguir todas las pistas creíbles durante más de cuatro décadas,
ha decidido derivar los recursos de la investigación hacia otras "prioridades investigadoras".
El 24 de noviembre de 1971, un hombre de mediana edad en traje negro y
corbata se subió en Portland (EE UU) al vuelo 305 de la compañía
NorthWest Orient Airlines, con destino Seattle
. Desde la última fila del
pasaje, y tras haber pedido un
bourbon con soda, el pasajero
entregó una nota a una azafata en la que le advertía de que tenía una
bomba.
Con el rostro escondido tras unas gafas oscuras, D. B. Cooper
—como le ha recordado la leyenda—, informó de sus exigencias a los
pilotos, que se encargaron de comunicarlas al control en tierra: cuatro
paracaídas y 200.000 dólares.
El FBI ha renunciado, después de 45 años, a seguir investigando el
caso NORJAK. Es el tiempo que la agencia norteamericana lleva tratando
de averiguar la verdadera identidad de
Dan
Cooper, el hombre que secuestró un avión de pasajeros y saltó en
paracaídas a 3.000 metros de altitud con los 200.000 dólares que
había obtenido como rescate. El FBI comunicó este martes que, tras
seguir todas las pistas creíbles durante más de cuatro décadas,
ha decidido derivar los recursos de la investigación hacia otras "prioridades investigadoras".
El 24 de noviembre de 1971, un hombre de mediana edad en traje negro y
corbata se subió en Portland (EE UU) al vuelo 305 de la compañía
NorthWest Orient Airlines, con destino Seattle
. Desde la última fila del
pasaje, y tras haber pedido un
bourbon con soda, el pasajero
entregó una nota a una azafata en la que le advertía de que tenía una
bomba.
Con el rostro escondido tras unas gafas oscuras, D. B. Cooper
—como le ha recordado la leyenda—, informó de sus exigencias a los
pilotos, que se encargaron de comunicarlas al control en tierra: cuatro
paracaídas y 200.000 dólares.
Un dinero que Cooper obtuvo en Seattle, tras un aterrizaje tranquilo,
a cambio de los 36 pasajeros del vuelo.
El enigmático secuestrador
retuvo entonces a la tripulación y dio una orden: poner la aeronave
rumbo a México D.F. Es entonces cuando puso en marcha la última fase de
su plan.
Cooper saltó con uno de los paracaídas que había pedido y el
dinero del rescate a buen recaudo en algún punto entre las ciudades de
Seattle y Reno, a 900 kilómetros del lugar del despegue.
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