"A cuenta de la muy celebrada transversalidad, ha ido creciendo el
número de libros que, amparados en fórmulas de la ficción narrativa,
combinan otras modalidades de la prosa como el ensayo, la crónica, el
reportaje, la apuntación diarística, el recuerdo autobiográfico,
etcétera.
Hay algunos muy serios; otros, sin embargo, más bien parecen confiarse en exceso a una ocurrencia o una idea simpática.
Algunos incluso pretenden provocar un efecto epatante". Por ANA RODRÍGUEZ FISCHER
Hay algunos muy serios; otros, sin embargo, más bien parecen confiarse en exceso a una ocurrencia o una idea simpática.
Algunos incluso pretenden provocar un efecto epatante". Por ANA RODRÍGUEZ FISCHER
- Foto:ANAGRAMA
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A cuenta de la muy celebrada transversalidad, ha ido creciendo el número de libros que, amparados en fórmulas de la ficción narrativa, combinan otras modalidades de la prosa como el ensayo, la crónica, el reportaje, la apuntación diarística, el recuerdo autobiográfico, etcétera. Hay algunos muy serios; otros, sin embargo, más bien parecen confiarse en exceso a una ocurrencia o una idea simpática.
Algunos incluso pretenden provocar un efecto epatante.
Varados en Río, de Javier Montes, se presenta como una indagación sobre el destierro en el paraíso
. El paraíso es Río de Janeiro en su versión de tarjeta postal: “La cidade maravilhosa donde reinan la belleza, el sol y la voluptuosidad de los cuerpos, la alegría de un Carnaval perpetuo”. Los desterrados son Rosa Chacel, Manuel Puig, Elizabeth Bishop y Stefan Zweig, con un gran protagonismo de la primera y muy escaso el del último.
A cuenta de la muy celebrada transversalidad, ha ido creciendo el número de libros que, amparados en fórmulas de la ficción narrativa, combinan otras modalidades de la prosa como el ensayo, la crónica, el reportaje, la apuntación diarística, el recuerdo autobiográfico, etcétera. Hay algunos muy serios; otros, sin embargo, más bien parecen confiarse en exceso a una ocurrencia o una idea simpática.
Algunos incluso pretenden provocar un efecto epatante.
Varados en Río, de Javier Montes, se presenta como una indagación sobre el destierro en el paraíso.
El paraíso es Río de Janeiro en su versión de tarjeta postal: “La cidade maravilhosa donde reinan la belleza, el sol y la voluptuosidad de los cuerpos, la alegría de un Carnaval perpetuo”. Los desterrados son Rosa Chacel, Manuel Puig, Elizabeth Bishop y Stefan Zweig, con un gran protagonismo de la primera y muy escaso el del último.
La indagación se desarrolla de muy distintas maneras según los casos, pero sigue un mismo esquema.
Partiendo de unos datos —obras de los autores, declaraciones en entrevistas, testimonios y confidencias de quienes los trataron, anécdotas y chismes—, se reconstruyeron las andanzas de los protagonistas cuyos pasos se persiguen.
Al mismo tiempo, se aprovecha la ocasión para contarnos las propias peripecias del autor, justificadas por un llamativo fenómeno de mimetismo, muy práctico y rentable para el relato, pero casi siempre rozando el parasitismo, y con la particularidad de que al yuxtaponer las escrituras, la propia y la ajena, el contraste es clamoroso.
Tal identificación abarca acciones, conducta e incluso emociones y sentimientos.
“Es lo que he hecho yo”, “es exactamente lo que siento yo” o “lo mismo le pasó a X cuando estuvo por aquí” son expresiones reiteradas una y otra vez.
Y no nos engañemos, la presencia de un yo desaforado en un texto sólo se digiere en el caso de los muy grandes
. Pero aquí nos cuesta avanzar en una lectura que se apoya en la hinchazón más que en la divagación o digresión pertinentes, y que demasiado a menudo bordea la banalidad e incluso la cursilería:
“El débil haz de luz que Puig enciende en la oscuridad de la noche tropical para convocar fugazmente los rostros del sueño”, por ejemplo.
En el caso del escritor argentino, para no revelarnos de él nada más que lo ya sabido: su tacañería, la omnipresencia de la madre o la curiosidad de que en Río nunca fue al cine (lo que Montes aprovecha para contarnos con cuánta frecuencia lo hizo él).
En el caso de Rosa Chacel, tanto vagabundeo le conduce a detectar algunos síntomas, que sin embargo se traducen en un diagnóstico errado.
Desconoce o parece ignorar el autor que la escritora pasó más de una década de su exilio en Buenos Aires, lo cual afecta al mencionado diagnóstico.
Por otra parte, la lectura de La sinrazón —aunque no esté ambientada en Río— le permitiría entender la naturaleza del conflicto al que apunta
. Y, sobre todo, elevar la anécdota a categoría.
Podrían subrayarse otras flaquezas, ya que Montes parece desconocer textos fundamentales que afectan tanto a la visión de Chacel sobre Río como a sus relaciones con algunos escritores u otros pormenores.
No puedo pronunciarme sobre el caso de Elizabeth Bishop.
Pero en cuanto a Stefan Zweig, escribir que “se suicidó por cansancio” me resulta muy grave. También la apostilla ingeniosa: “El suicidio de Zweig es el de quien se exilia de su exilio”. Sorprende además la total ausencia de referencias a Brasil, el libro de Zweig publicado en 1941 —y traducido de inmediato en España; hay reedición de 2006—, donde Javier Montes encontraría abundantes y sugestivos materiales para sus pesquisas.
Y es que a cuenta de sacudirse la caspa académica, algunos libros se confeccionan con espumas, lacas y reflejos.
¿El resultado? Peinados estilosos y cardadísimos. Es decir, huecos.
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