Sucedió una noche. Imagen: Columbia Pictures.
La película Sucedió una noche (1934) avivó las entrepiernas de la audiencia con una escena arriesgada donde Clark Gable se quitaba el jersey, la corbata y la camisa delante de Claudette Colbert.
Evidentemente en la actualidad aquel topless
masculino no tiene mucho de atrevido, pero hay que considerar que igual
para la decorosa época el gesto era tan osado como si el personaje de
Gable se despelotase por completo y le hiciera un lap dance
a la zagala con molinete simulado incluido.
Revisitar la secuencia en
la actualidad permite descubrir que en aquellos años la línea de
flotación de los pantalones se situaba por encima del ombligo,
adelantándose a las tendencias estéticas recientes de altos cargos
marbellís, y también comprobar un detalle del vestuario de Gable que lo
convertiría en un auténtico rebelde de la moda: el galán no llevaba
camiseta interior debajo de la camisa.
Aquello era rompedor y atrevido,
tanto como para que cinco meses después del estreno del film el
periódico Lowell Sun
aventurase de boquilla que la ausencia de camiseta interior en el
vestuario de la estrella iba a ser tendencia entre varones y acabaría
provocando el descenso de las ventas de algodón y una remesa de nuevos
parados.
El texto publicado en el Lowel Sun finalizaba con un rotundo: «Clark Gable está destruyendo deliberadamente a su público en aras de mostrar su pecho desnudo».
Aquella
opinión exagerada sobre las tetillas de la estrella de Hollywood y su
relevancia en la industria textil acabó convirtiéndose en una bola de
nieve: en 1949 la Pittsburgh Post Gazette publicaba que la escena había provocado un descenso del 50% en la venta de camisetas interiores, el Cumberland Evening Times aseguraba en 1955 que la demanda de aquellas prendas se había reducido en un 73%, en 1956 el Daytona Beach Morning Journal acotaba la caída en un 40% y días después el Alton Democrat la elevaba al 80%. En 2008 el Time
mencionaba el pecho de Gable como supuesto culpable de un hundimiento
del 75% en las ventas del sector textil pero aclarando que dicha
afirmación navegaba en el mundo de las leyendas y no había sido
verificada.
En 1995 el documental de la AMC The Hollywood Fashion Machine
daba como válido el rumor y aseguraba que la cinta había provocado
pérdidas millonarias a la industria textil.
Todos los razonamientos se
apoyaban en una idea que parecía lógica, la de imaginar a los caballeros
de la época diciendo:
«Si Clark Gable no necesita llevar algo debajo de
la camisa ¿por qué iba a necesitarlo yo?».
Lo cierto es que de haber
existido pérdidas importantes en el sector textil lo probable es que se
hubiesen sido debidas a la Gran Depresión y no a la película.
Pero lo
llamativo de aquel chascarrillo sobre la ropa interior era que reflejaba
de alguna manera la influencia que el cine podía ejercer sobre la
sociedad.
A nadie parecía extrañarle que una película tuviese la
capacidad de desplomar una industria ya que Hollywood y su influjo se
antojaban algo enorme y todopoderoso.
Y tampoco era una idea muy alejada
de la realidad: años más tarde Marlon Brando
provocaría el efecto inverso, pondría de moda la camiseta como prenda
de vestir y reavivaría el mercado gracias a llevarla ceñida en Un tranvía llamado deseo (1951) y como complemento de una chupa de cuero en Salvaje (1953).
Moda y milagros
La protagonista de la película Rebeca de Alfred Hitchcock
no se llamaba Rebeca.
En realidad, la película (al igual que la novela
original) nunca llegaba a mencionar el nombre del personaje principal
interpretado por Joan Fontaine
y aquella «Rebeca» que titulaba la cinta hacía alusión a una mujer
desaparecida cuyo legado atormentaba a la auténtica protagonista
. Lo
curioso es que por estas tierras dicho nombre acabó bautizando a un tipo
de prenda solo porque Fontaine lo vestía durante el largometraje: el
cárdigan, la rebequita de entretiempo de toda la vida de Dios, se
llamaría así por culpa del éxito cinematográfico de un inglés orondo.
Audrey Hepburn instruiría al planeta en la moda beatnik en Una cara con ángel y cuatro años más tarde gracias a un Desayuno con diamantes
establecería que el glamur se hallaba en las gafas gigantescas, las
perlas, las diademas, los vestidos de cóctel negros y las boquillas
eternas.
El armario de Diane Keaton en Annie Hall descubrió al público que no era necesario tener pito para que la ropa masculina te quedase estupendamente.
El Gordon Gekko de Wall Street puso de moda entre los brokers con ínfulas ese power suit que quedaría atado a la estética ochentera.
Ray-Ban sacó la pasta para meter sus gafas en la película Risky Business
y aquel movimiento disparó las ventas de manera tan demencial que los
cristales acabaron convertidos también en icono de esa década. Flashdance popularizó las sudaderas de hombro descubierto de manera delicada: con una escena que demostraba lo cómodas que resultaban las mismas a la hora de quitarse el sujetador.
Madonna en Buscando a Susan desesperadamente convirtió en moda todo aquello que se puso encima.
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