Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 jun 2016

Cuando la ficción alteró el mundo real....................................................Diego Cuevas

Sucedió una noche. Imagen: Columbia Pictures.
Sucedió una noche. Imagen: Columbia Pictures.
La película Sucedió una noche (1934) avivó las entrepiernas de la audiencia con una escena arriesgada donde Clark Gable se quitaba el jersey, la corbata y la camisa delante de Claudette Colbert.
 Evidentemente en la actualidad aquel topless masculino no tiene mucho de atrevido, pero hay que considerar que igual para la decorosa época el gesto era tan osado como si el personaje de Gable se despelotase por completo y le hiciera un lap dance a la zagala con molinete simulado incluido. 
Revisitar la secuencia en la actualidad permite descubrir que en aquellos años la línea de flotación de los pantalones se situaba por encima del ombligo, adelantándose a las tendencias estéticas recientes de altos cargos marbellís, y también comprobar un detalle del vestuario de Gable que lo convertiría en un auténtico rebelde de la moda: el galán no llevaba camiseta interior debajo de la camisa.
 Aquello era rompedor y atrevido, tanto como para que cinco meses después del estreno del film el periódico Lowell Sun aventurase de boquilla que la ausencia de camiseta interior en el vestuario de la estrella iba a ser tendencia entre varones y acabaría provocando el descenso de las ventas de algodón y una remesa de nuevos parados.
 El texto publicado en el Lowel Sun finalizaba con un rotundo: «Clark Gable está destruyendo deliberadamente a su público en aras de mostrar su pecho desnudo».
Aquella opinión exagerada sobre las tetillas de la estrella de Hollywood y su relevancia en la industria textil acabó convirtiéndose en una bola de nieve: en 1949 la Pittsburgh Post Gazette publicaba que la escena había provocado un descenso del 50% en la venta de camisetas interiores, el Cumberland Evening Times aseguraba en 1955 que la demanda de aquellas prendas se había reducido en un 73%, en 1956 el Daytona Beach Morning Journal acotaba la caída en un 40% y días después el Alton Democrat la elevaba al 80%. En 2008 el Time mencionaba el pecho de Gable como supuesto culpable de un hundimiento del 75% en las ventas del sector textil pero aclarando que dicha afirmación navegaba en el mundo de las leyendas y no había sido verificada.
 En 1995 el documental de la AMC The Hollywood Fashion Machine daba como válido el rumor y aseguraba que la cinta había provocado pérdidas millonarias a la industria textil.
 Todos los razonamientos se apoyaban en una idea que parecía lógica, la de imaginar a los caballeros de la época diciendo:
 «Si Clark Gable no necesita llevar algo debajo de la camisa ¿por qué iba a necesitarlo yo?».
 Lo cierto es que de haber existido pérdidas importantes en el sector textil lo probable es que se hubiesen sido debidas a la Gran Depresión y no a la película. 
Pero lo llamativo de aquel chascarrillo sobre la ropa interior era que reflejaba de alguna manera la influencia que el cine podía ejercer sobre la sociedad. 
A nadie parecía extrañarle que una película tuviese la capacidad de desplomar una industria ya que Hollywood y su influjo se antojaban algo enorme y todopoderoso.
 Y tampoco era una idea muy alejada de la realidad: años más tarde Marlon Brando provocaría el efecto inverso, pondría de moda la camiseta como prenda de vestir y reavivaría el mercado gracias a llevarla ceñida en Un tranvía llamado deseo (1951) y como complemento de una chupa de cuero en Salvaje (1953).
Moda y milagros
La protagonista de la película Rebeca de Alfred Hitchcock no se llamaba Rebeca.
 En realidad, la película (al igual que la novela original) nunca llegaba a mencionar el nombre del personaje principal interpretado por Joan Fontaine y aquella «Rebeca» que titulaba la cinta hacía alusión a una mujer desaparecida cuyo legado atormentaba a la auténtica protagonista
. Lo curioso es que por estas tierras dicho nombre acabó bautizando a un tipo de prenda solo porque Fontaine lo vestía durante el largometraje: el cárdigan, la rebequita de entretiempo de toda la vida de Dios, se llamaría así por culpa del éxito cinematográfico de un inglés orondo.
Audrey Hepburn instruiría al planeta en la moda beatnik en Una cara con ángel y cuatro años más tarde gracias a un Desayuno con diamantes establecería que el glamur se hallaba en las gafas gigantescas, las perlas, las diademas, los vestidos de cóctel negros y las boquillas eternas.
 El armario de Diane Keaton en Annie Hall descubrió al público que no era necesario tener pito para que la ropa masculina te quedase estupendamente.
 El Gordon Gekko de Wall Street puso de moda entre los brokers con ínfulas ese power suit que quedaría atado a la estética ochentera.
 Ray-Ban sacó la pasta para meter sus gafas en la película Risky Business y aquel movimiento disparó las ventas de manera tan demencial que los cristales acabaron convertidos también en icono de esa década. Flashdance popularizó las sudaderas de hombro descubierto de manera delicada: con una escena que demostraba lo cómodas que resultaban las mismas a la hora de quitarse el sujetador.
 Madonna en Buscando a Susan desesperadamente convirtió en moda todo aquello que se puso encima.


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