Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 abr 2016

TESTIGO IMPERTINENTE / CARMEN RIGALT

La realidad se empeña en demostrar que los personajes más seguidos son los mismos desde hace tiempo. Isabel Preysler ha renacido, y lo ha hecho en brazo de Vargas Llosa, un hombre tan interesante como Boyer. En días como éste escribo sobre la fiesta del Orgullo Gay, aunque normalmente prefiero resistirme

EEUU: UNA VICTORIA POR LOS PELOS

Este año, la fiesta del Orgullo Gay viene marcada por la aprobación del matrimonio homosexual en todo el territorio de EEUU (hasta ahora eran 36 estados de un total de 50). 

La sentencia del Tribunal Supremo ha sido histórica (y ajustada: cinco magistrados contra cuatro) y ha puesto fin a largos años de luchas legales y activismo.
 En EEUU, la tradición puritana ha hecho callo, de ahí que se haya tardado tanto en reivindicar el matrimonio homosexual. 
El primer estado en legalizarlo fue Massachusetts (2004). El presidente Obama también se lo pensó dos veces. No sería hasta 2012 cuando declararía públicamente estar a favor del matrimonio gay.

En esto, como en otras cosas, Europa le ha ganado la batalla a los EEUU. Irlanda, que estaba llamada a ser la última de la lista europea, también celebra este año su incorporación a la bandera del Arco Iris.

 Que siga la fiesta. Eso sí: sin expropiar más palabras (orgullo y diversidad están en el diccionario y son de todos). Por mi parte, yo sugiero compartir la palabra normalidad, que también es de todos, pero se echa un poco en falta.




Cierro los ojos y en vez de contar corderitos, cuento personajes que se han puesto de moda en los últimos meses
. De entrada me salen dos o tres políticos tipo Pablo Iglesias, Cristina Cifuentes, Ada Colau, o tipo Pichi, Tichi, Chati, o como se llame el alcalde de Cádiz, y de salida un puñado de figuras del couché que están en la mente de todos. 
Por citar que no quede, pero como los últimos serán los primeros, que dijo el otro (San Mateo), la primera que me viene a la mente es Manuela Carmena.

Semejante colección de nombres estaría bien si no fuera porque, como digo, he cerrado los ojos y seguramente estoy soñando.

 La realidad, que no solo es tozuda sino repetida, se empeña en demostrar que los personajes más seguidos son los mismos desde hace mucho tiempo: la baronesa Thyssen y Julio Iglesias, Jordi Hurtado y María Teresa Campos, Manolo Santana y Paquirrín.
 Pero el ejemplo más elocuente es el de las isabeles: Isabel Pantoja e Isabel Preysler, divergentes en sus respectivos estilos pero poseedoras ambas de gran magnetismo personal.
 Al menos eso es lo que se deduce de sus intensas biografías. Preysler y Pantoja ya eran, hace 30 años, símbolos de la España del momento
. Se lo copio a Boris Izaguirre, que sólo pone objeciones donde otros hacen crítica. 
Es su personal manera de ejercer la supervivencia. En su último artículo, publicado ayer, Boris pasa por Isabel Preysler sin romperse ni mancharse. Una proeza.

Hablando de Preysler, ella ha renacido de sus cenizas y lo ha hecho en brazos de Mario Vargas Llosa (Mario Viagra Llosa, según nuestra magnífica Beatriz Miranda), un hombre casi tan interesante como Miguel Boyer.

También Isabel Pantoja ha vuelto a la actualidad, pero ella por un camino algo más sórdido. Pantoja se ha metido en el bolsillo a la directora de la cárcel de Alcalá de Guadaíra y juntas trazan planes de futuro a corto plazo.

 O sea, de aquí a su salida de la cárcel. Que no cunda el pánico. Ya hemos visto a Isabel en tesituras parecidas y siempre ha salido airosa y generosamente compensada.

Como la actualidad manda no puedo olvidar a los gays. De esos tengo para aburrir: guapos y feos, conocidos, desconocidos y los que están hasta en la sopa; los que salen del armario y los que seguirán bajo llave.

 En fin. Con el paso de los años se me ablanda la fibra y en días como éste escribo sobre el Orgullo (lo de gay queda elíptico), aunque normalmente prefiero resistirme. Los rosarios de lisonjas se me dan mal, así que para escribir una crónica empalagosa, prefiero no escribirla. 
Me encuentro incómoda entre eufemismos y estoy harta de que por llamar a las cosas por su nombre salgan los Molina Foix de turno a ponerme verde calificándome de homófoba.
 A lo mejor soy homófoba, no digo que no, pues colecciono neurosis de todas las categorías, pero en mi particular retablo de homosexuales (desde hace unos años me muerdo la mano cada vez que voy a escribir la palabra maricas) tengo estereotipos tan variados que podría dar de comer a un regimiento de escritores costumbristas.

Madrid se prepara para celebrar el próximo 4 de julio la manifestación más grande del mundo.

 Llegado este punto, dedico un recuerdo para Pedro Zerolo, del que unos cafres han destruido un altarcito que el barrio de Chueca le había dedicado
. Pedro solía felicitarme todos los años el día 16 de julio deseándome «feliz santo laico». En justa correspondencia, yo deseo que haya visto su manifa desde la mejor localidad que pueda imaginarse: la fila cero del cielo.

Chueca es, según reza el eslogan, el barrio de la diversidad, como si en los demás barrios todo el mundo marcara el mismo paso. Eso tendrán que explicármelo algún día.

 Lo que yo planteo no es un tema de opción sexual sino de semántica.
 A mi la diversidad me suena a reserva de la Biosfera con muchas avutardas y buitres leonados.
 Ahora que lo pienso, Fernando Grande Marlaska quedaría muy bien de buitre leonado con su penacho de Tintín al frente.
 Y Pedro Almodóvar, en su papel de avutarda, ni les cuento.

No hay comentarios: