Vocalistas que no cantan, músicos que no tocan, compositores que copian, mánagers que cogen todo el dinero y corren… Repasamos los mayores fraudes.
“¡Tu voz! ¡Me prometiste tu voz! ¿No recuerdas nuestro contrato?”.
Estas frases, exclamadas por el magnate Swan en la película El fantasma del paraíso (Brian de Palma, 1976), resumen muy bien los turbios tejemanejes que rodean a la industria discográfica. En el filme, vemos cómo un diabólico e implacable productor crea y destruye artistas, se apropia de canciones ajenas, y es capaz de todo para alcanzar el éxito.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Desde que el pop es pop, son moneda corriente el plagio, la estafa, el robo y el engaño.
En este negocio (y en otros muchos) las apariencias engañan, y a veces el cantante que sale en los vídeos no es quien canta, ni el que canta se lleva la pasta, ni el que compone es quien figura en los créditos
. El pop es una jungla llena de trampas y espejismos; nos corresponde a nosotros, sufrido público, desenmascararlos y estar atentos para que no nos vuelvan a dar gato por liebre ni bandurria por guitarra.
1.Milli Vanilli: un Grammy y millones de ventas por hacer 'playback'. En 1987, el productor discográfico alemán Frank Farian descubrió al francés Fab Morvan y el alemán Rob Pilatus, dos mulatos que bailaban con la cantante Sabrina.
A ojos de Farian, aquella exótica pareja lo tenía todo para triunfar: dotes para la danza, desparpajo y sex appeal.
Como no sabían cantar, el productor contrató a un par de vocalistas y un puñado de músicos: ellos grabarían los discos, mientras Fav y Rob movían las bocas y el esqueleto
. ¿Resultado? Vendieron millones de discos y recibieron un premio Grammy.
“¡Tu voz! ¡Me prometiste tu voz! ¿No recuerdas nuestro contrato?”. Estas frases, exclamadas por el magnate Swan en la película El fantasma del paraíso
(Brian de Palma, 1976), resumen muy bien los turbios tejemanejes que
rodean a la industria discográfica. En el filme, vemos cómo un diabólico
e implacable productor crea y destruye artistas, se apropia de
canciones ajenas, y es capaz de todo para alcanzar el éxito.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Desde que el pop es pop, son moneda corriente el plagio, la estafa, el robo y el engaño. En este negocio (y en otros muchos) las apariencias engañan, y a veces el cantante que sale en los vídeos no es quien canta, ni el que canta se lleva la pasta, ni el que compone es quien figura en los créditos. El pop es una jungla llena de trampas y espejismos; nos corresponde a nosotros, sufrido público, desenmascararlos y estar atentos para que no nos vuelvan a dar gato por liebre ni bandurria por guitarra.
1.Milli Vanilli: un Grammy y millones de ventas por hacer 'playback'. En 1987, el productor discográfico alemán Frank Farian descubrió al francés Fab Morvan y el alemán Rob Pilatus, dos mulatos que bailaban con la cantante Sabrina. A ojos de Farian, aquella exótica pareja lo tenía todo para triunfar: dotes para la danza, desparpajo y sex appeal. Como no sabían cantar, el productor contrató a un par de vocalistas y un puñado de músicos: ellos grabarían los discos, mientras Fav y Rob movían las bocas y el esqueleto. ¿Resultado? Vendieron millones de discos y recibieron un premio Grammy.
El chasco llegó en 1990, cuando un tal Charles Shaw confesó en un
periódico que él era quien cantaba en los discos y que Milli Vanilli
eran un par de impostores
. Desesperados, Rob y Fav le pidieron a Frank Farian que los cubriera pero, temeroso de hacer más el ridículo, el productor optó por reconocer públicamente la verdad
. Poco después, al dúo le quitaron su Grammy y lo echaron de su sello discográfico.
Tras el escándalo, los Milli grabaron algún disco con sus verdaderas voces, pero ya nadie les creía. Rob no encajó bien el fracaso y acabó muerto por sobredosis en 1998.
2. Jordy: el niño cantor traicionado por sus padres. Marisol, Joselito, Nikka Costa… Casos de niños canores los hay a patadas, pero ninguno tan precoz y tan fugaz como el del francés Jordy.
Su primer éxito, con solo cuatro años, fue Dur dur d’être bébé! (1992), donde, sobre una base dance, el niño balbuceaba una letra sobre las tribulaciones de ser pequeño
. Los responsables de la música eran sus padres, el productor Claude Lemoine y la compositora Patricia Clerget, que se hicieron de oro gracias a la simpatía de su vástago.
Con su primer disco, Jordy entró en el Libro Guiness de los Records como el artista más joven (4 años) en llegar al número uno en todo el mundo.
El segundo disco mantuvo el éxito, y una de sus canciones fue incluida en la película Mira quién habla también (1993). Pero el tercero fracasó.
Mientras, los padres de Jordy dilapidaron la fortuna ganada por su hijo y hasta montaron La granja de Jordy,
una fallida atracción turística.
Arruinado, el matrimonio se divorció y el nene volvió al cole.
Cuando llegó a la mayoría de edad no quedaba ni un céntimo de todo aquel dinero que había ganado de niño, y acabó haciendo reality shows, esos grandes vertederos de juguetes rotos.
Antes de retirarse, dejó sus asuntos económicos en manos de su mujer
de confianza, Kelly Lynch, que durante 17 años había sido asesora
financiera y amante esporádica del cantautor.
Pero, traicionando su confianza, Lynch se fugó con los cinco millones de dólares que Cohen tenía ahorrados para su jubilación, dejándolo casi en la bancarrota.
Así las cosas, el cantante tuvo que colgar los hábitos para volver a
la carretera y ganar algo de dinero. Y Kelly Lynch fue condenada a 18
meses de cárcel.
6. Rihanna: plagiando con descaro. Pese a tener una preciosa voz y un desarmante atractivo físico, la cantante de Barbados nunca se ha caracterizado por su originalidad.
Su efervescente R&B suele picotear de aquí y allá, homenajeando y sampleando (coger partes de otra canción) a su antojo
. Por ejemplo, uno de sus mayores éxitos, Don’t stop the music, está construido sobre Wanna be starting something, de Michael Jackson, que la cantante sampleó a golpe de talonario.
Héroes del Silencio: que me devuelvan el dinero. 42 euros, de 2007, costaba la entrada del concierto sevillano de los Héroes del Silencio en el estadio olímpico de La Cartuja; una cita enmarcada en la gira de despedida que llevó al grupo por diferentes capitales españolas y americanas. El de Sevilla era uno de los tres conciertos que dieron en España, por eso mucha gente peregrinó desde sus localidades para verlos, gastándose un buen puñado de euros en viaje, alojamiento y entrada.
El estadio estaba abarrotado y, al ser un recinto tan grande, los que no estaban muy cerca creyeron que todo iba bien, pero los asistentes de las primeras filas vieron con horror cómo su grupo favorito perpetraba un playback de agárrate y no te menees:
Bunbury no atinaba a mover la boca cuando sonaba su voz enlatada, y por los altavoces sonaban armónicas y otros instrumentos que brillaban por su ausencia en el escenario. Indignados, muchos asistentes escribieron críticas en Internet y reclamaron a la promotora del concierto unas indemnizaciones que nunca llegaron a pagarse.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Desde que el pop es pop, son moneda corriente el plagio, la estafa, el robo y el engaño. En este negocio (y en otros muchos) las apariencias engañan, y a veces el cantante que sale en los vídeos no es quien canta, ni el que canta se lleva la pasta, ni el que compone es quien figura en los créditos. El pop es una jungla llena de trampas y espejismos; nos corresponde a nosotros, sufrido público, desenmascararlos y estar atentos para que no nos vuelvan a dar gato por liebre ni bandurria por guitarra.
1.Milli Vanilli: un Grammy y millones de ventas por hacer 'playback'. En 1987, el productor discográfico alemán Frank Farian descubrió al francés Fab Morvan y el alemán Rob Pilatus, dos mulatos que bailaban con la cantante Sabrina. A ojos de Farian, aquella exótica pareja lo tenía todo para triunfar: dotes para la danza, desparpajo y sex appeal. Como no sabían cantar, el productor contrató a un par de vocalistas y un puñado de músicos: ellos grabarían los discos, mientras Fav y Rob movían las bocas y el esqueleto. ¿Resultado? Vendieron millones de discos y recibieron un premio Grammy.
. Desesperados, Rob y Fav le pidieron a Frank Farian que los cubriera pero, temeroso de hacer más el ridículo, el productor optó por reconocer públicamente la verdad
. Poco después, al dúo le quitaron su Grammy y lo echaron de su sello discográfico.
Tras el escándalo, los Milli grabaron algún disco con sus verdaderas voces, pero ya nadie les creía. Rob no encajó bien el fracaso y acabó muerto por sobredosis en 1998.
2. Jordy: el niño cantor traicionado por sus padres. Marisol, Joselito, Nikka Costa… Casos de niños canores los hay a patadas, pero ninguno tan precoz y tan fugaz como el del francés Jordy.
Su primer éxito, con solo cuatro años, fue Dur dur d’être bébé! (1992), donde, sobre una base dance, el niño balbuceaba una letra sobre las tribulaciones de ser pequeño
. Los responsables de la música eran sus padres, el productor Claude Lemoine y la compositora Patricia Clerget, que se hicieron de oro gracias a la simpatía de su vástago.
Con su primer disco, Jordy entró en el Libro Guiness de los Records como el artista más joven (4 años) en llegar al número uno en todo el mundo.
El segundo disco mantuvo el éxito, y una de sus canciones fue incluida en la película Mira quién habla también (1993). Pero el tercero fracasó.
Arruinado, el matrimonio se divorció y el nene volvió al cole.
Cuando llegó a la mayoría de edad no quedaba ni un céntimo de todo aquel dinero que había ganado de niño, y acabó haciendo reality shows, esos grandes vertederos de juguetes rotos.
“¡Tu voz! ¡Me prometiste tu voz! ¿No recuerdas nuestro contrato?”. Estas frases, exclamadas por el magnate Swan en la película El fantasma del paraíso
(Brian de Palma, 1976), resumen muy bien los turbios tejemanejes que
rodean a la industria discográfica. En el filme, vemos cómo un diabólico
e implacable productor crea y destruye artistas, se apropia de
canciones ajenas, y es capaz de todo para alcanzar el éxito.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Desde que el pop es pop, son moneda corriente el plagio, la estafa, el robo y el engaño. En este negocio (y en otros muchos) las apariencias engañan, y a veces el cantante que sale en los vídeos no es quien canta, ni el que canta se lleva la pasta, ni el que compone es quien figura en los créditos. El pop es una jungla llena de trampas y espejismos; nos corresponde a nosotros, sufrido público, desenmascararlos y estar atentos para que no nos vuelvan a dar gato por liebre ni bandurria por guitarra.
1.Milli Vanilli: un Grammy y millones de ventas por hacer 'playback'. En 1987, el productor discográfico alemán Frank Farian descubrió al francés Fab Morvan y el alemán Rob Pilatus, dos mulatos que bailaban con la cantante Sabrina. A ojos de Farian, aquella exótica pareja lo tenía todo para triunfar: dotes para la danza, desparpajo y sex appeal. Como no sabían cantar, el productor contrató a un par de vocalistas y un puñado de músicos: ellos grabarían los discos, mientras Fav y Rob movían las bocas y el esqueleto. ¿Resultado? Vendieron millones de discos y recibieron un premio Grammy.
El chasco llegó en 1990, cuando un tal Charles Shaw confesó en un
periódico que él era quien cantaba en los discos y que Milli Vanilli
eran un par de impostores. Desesperados, Rob y Fav le pidieron a Frank
Farian que los cubriera pero, temeroso de hacer más el ridículo, el
productor optó por reconocer públicamente la verdad. Poco después, al
dúo le quitaron su Grammy y lo echaron de su sello discográfico.
Tras el escándalo, los Milli grabaron algún disco con sus verdaderas voces, pero ya nadie les creía. Rob no encajó bien el fracaso y acabó muerto por sobredosis en 1998.
2. Jordy: el niño cantor traicionado por sus padres. Marisol, Joselito, Nikka Costa… Casos de niños canores los hay a patadas, pero ninguno tan precoz y tan fugaz como el del francés Jordy. Su primer éxito, con solo cuatro años, fue Dur dur d’être bébé! (1992), donde, sobre una base dance, el niño balbuceaba una letra sobre las tribulaciones de ser pequeño. Los responsables de la música eran sus padres, el productor Claude Lemoine y la compositora Patricia Clerget, que se hicieron de oro gracias a la simpatía de su vástago. Con su primer disco, Jordy entró en el Libro Guiness de los Records como el artista más joven (4 años) en llegar al número uno en todo el mundo. El segundo disco mantuvo el éxito, y una de sus canciones fue incluida en la película Mira quién habla también (1993). Pero el tercero fracasó.
Mientras, los padres de Jordy dilapidaron la fortuna ganada por su hijo y hasta montaron La granja de Jordy,
una fallida atracción turística. Arruinado, el matrimonio se divorció y
el nene volvió al cole. Cuando llegó a la mayoría de edad no quedaba ni
un céntimo de todo aquel dinero que había ganado de niño, y acabó
haciendo reality shows, esos grandes vertederos de juguetes rotos.
3. U2: un directo lleno de sonido enlatado. En 1992, tras un radical cambio de imagen y sonido, la banda irlandesa más famosa del mundo emprendió el Zoo TV Tour, una gira de conciertos por los cinco continentes
. En ella, el grupo cambió por completo su concepción del directo, que pasó de la austeridad de las giras anteriores a ser un espectáculo multimedia.
Para quitarse trabajo y sincronizar bien imágenes, luces y sonidos, Bono y los suyos llevaron todos los instrumentos pregrabados.
Como a menudo había fallos de sincronización, fueron muchos los que los acusaron de fraude.
Uno de los que los que más cizaña metió fue el cantante de Kiss Gene Simmons: “Si, como U2, cobras 100 dólares por la entrada, hacer mímica sincronizada es una falta total de honradez”, sentenció en una entrevista.
Lo más curioso es que, más de una década después, el grupo Kiss también fue sorprendido haciendo playback y tuvo que pedir perdón en Twitter.
4. Technotronic: la despampanante chica de portada no sabe cantar. Este grupo belga de eurodance fue ideado por el productor Jo Bogaert, alias Thomas de Quincey
. Cuando lanzaron su primer disco, el rompepistas house Pump up the jam (1989), la chica que salía en la portada y en el vídeo era la despampanante modelo Felly Kilingi, pero cantaba Manuela Kamosi, alias Kid K, mucho menos atractiva.
En 2009, coincidiendo con el vigésimo aniversario del disco, MC Eric, el otro miembro del dúo, explicaba así el fraude en Tentaciones: “Kid K firmó un contrato ilegal porque era menor de edad. Cuando todo el mundo se dio cuenta, era tarde, porque la canción ya era un éxito en los clubes. Así que encontraron a esta chica parecía africana y tenía una imagen muy fuerte.
La compañía la escogió sin que lo supiéramos”.
A partir del siguiente disco, rectificaron, saliendo en todas las
fotos y videos y tocando mucho en directo. Pero el éxito nunca les
volvió a acompañar.
5. Leonard Cohen: su mánager y amante le robó todo el dinero. En 1994, harto del mundanal ruido, el cantautor Leonard Cohen tomó la decisión de raparse la cabeza, hacerse monje y recluirse en un monasterio zen de Mount Baldy, Los Ángeles.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Desde que el pop es pop, son moneda corriente el plagio, la estafa, el robo y el engaño. En este negocio (y en otros muchos) las apariencias engañan, y a veces el cantante que sale en los vídeos no es quien canta, ni el que canta se lleva la pasta, ni el que compone es quien figura en los créditos. El pop es una jungla llena de trampas y espejismos; nos corresponde a nosotros, sufrido público, desenmascararlos y estar atentos para que no nos vuelvan a dar gato por liebre ni bandurria por guitarra.
1.Milli Vanilli: un Grammy y millones de ventas por hacer 'playback'. En 1987, el productor discográfico alemán Frank Farian descubrió al francés Fab Morvan y el alemán Rob Pilatus, dos mulatos que bailaban con la cantante Sabrina. A ojos de Farian, aquella exótica pareja lo tenía todo para triunfar: dotes para la danza, desparpajo y sex appeal. Como no sabían cantar, el productor contrató a un par de vocalistas y un puñado de músicos: ellos grabarían los discos, mientras Fav y Rob movían las bocas y el esqueleto. ¿Resultado? Vendieron millones de discos y recibieron un premio Grammy.
Tras el escándalo, los Milli grabaron algún disco con sus verdaderas voces, pero ya nadie les creía. Rob no encajó bien el fracaso y acabó muerto por sobredosis en 1998.
2. Jordy: el niño cantor traicionado por sus padres. Marisol, Joselito, Nikka Costa… Casos de niños canores los hay a patadas, pero ninguno tan precoz y tan fugaz como el del francés Jordy. Su primer éxito, con solo cuatro años, fue Dur dur d’être bébé! (1992), donde, sobre una base dance, el niño balbuceaba una letra sobre las tribulaciones de ser pequeño. Los responsables de la música eran sus padres, el productor Claude Lemoine y la compositora Patricia Clerget, que se hicieron de oro gracias a la simpatía de su vástago. Con su primer disco, Jordy entró en el Libro Guiness de los Records como el artista más joven (4 años) en llegar al número uno en todo el mundo. El segundo disco mantuvo el éxito, y una de sus canciones fue incluida en la película Mira quién habla también (1993). Pero el tercero fracasó.
3. U2: un directo lleno de sonido enlatado. En 1992, tras un radical cambio de imagen y sonido, la banda irlandesa más famosa del mundo emprendió el Zoo TV Tour, una gira de conciertos por los cinco continentes
. En ella, el grupo cambió por completo su concepción del directo, que pasó de la austeridad de las giras anteriores a ser un espectáculo multimedia.
Para quitarse trabajo y sincronizar bien imágenes, luces y sonidos, Bono y los suyos llevaron todos los instrumentos pregrabados.
Como a menudo había fallos de sincronización, fueron muchos los que los acusaron de fraude.
Uno de los que los que más cizaña metió fue el cantante de Kiss Gene Simmons: “Si, como U2, cobras 100 dólares por la entrada, hacer mímica sincronizada es una falta total de honradez”, sentenció en una entrevista.
Lo más curioso es que, más de una década después, el grupo Kiss también fue sorprendido haciendo playback y tuvo que pedir perdón en Twitter.
4. Technotronic: la despampanante chica de portada no sabe cantar. Este grupo belga de eurodance fue ideado por el productor Jo Bogaert, alias Thomas de Quincey
. Cuando lanzaron su primer disco, el rompepistas house Pump up the jam (1989), la chica que salía en la portada y en el vídeo era la despampanante modelo Felly Kilingi, pero cantaba Manuela Kamosi, alias Kid K, mucho menos atractiva.
En 2009, coincidiendo con el vigésimo aniversario del disco, MC Eric, el otro miembro del dúo, explicaba así el fraude en Tentaciones: “Kid K firmó un contrato ilegal porque era menor de edad. Cuando todo el mundo se dio cuenta, era tarde, porque la canción ya era un éxito en los clubes. Así que encontraron a esta chica parecía africana y tenía una imagen muy fuerte.
La compañía la escogió sin que lo supiéramos”.
5. Leonard Cohen: su mánager y amante le robó todo el dinero. En 1994, harto del mundanal ruido, el cantautor Leonard Cohen tomó la decisión de raparse la cabeza, hacerse monje y recluirse en un monasterio zen de Mount Baldy, Los Ángeles.
Pero, traicionando su confianza, Lynch se fugó con los cinco millones de dólares que Cohen tenía ahorrados para su jubilación, dejándolo casi en la bancarrota.
6. Rihanna: plagiando con descaro. Pese a tener una preciosa voz y un desarmante atractivo físico, la cantante de Barbados nunca se ha caracterizado por su originalidad.
Su efervescente R&B suele picotear de aquí y allá, homenajeando y sampleando (coger partes de otra canción) a su antojo
. Por ejemplo, uno de sus mayores éxitos, Don’t stop the music, está construido sobre Wanna be starting something, de Michael Jackson, que la cantante sampleó a golpe de talonario.
Héroes del Silencio: que me devuelvan el dinero. 42 euros, de 2007, costaba la entrada del concierto sevillano de los Héroes del Silencio en el estadio olímpico de La Cartuja; una cita enmarcada en la gira de despedida que llevó al grupo por diferentes capitales españolas y americanas. El de Sevilla era uno de los tres conciertos que dieron en España, por eso mucha gente peregrinó desde sus localidades para verlos, gastándose un buen puñado de euros en viaje, alojamiento y entrada.
El estadio estaba abarrotado y, al ser un recinto tan grande, los que no estaban muy cerca creyeron que todo iba bien, pero los asistentes de las primeras filas vieron con horror cómo su grupo favorito perpetraba un playback de agárrate y no te menees:
Bunbury no atinaba a mover la boca cuando sonaba su voz enlatada, y por los altavoces sonaban armónicas y otros instrumentos que brillaban por su ausencia en el escenario. Indignados, muchos asistentes escribieron críticas en Internet y reclamaron a la promotora del concierto unas indemnizaciones que nunca llegaron a pagarse.
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