La mezquindad que no falte.........................................................................Javier Marias
No sé ahora, pero durante siglos se aprendía desde la niñez que en las peleas no podía abusarse.
Una de las características más dañinas de nuestro tiempo y de nuestro
país es la resistencia a aplaudir y a admirar nada. Sobre todo entre las
nuevas generaciones, está tan extendida la idea de que todo
debe ser puesto a caldo, que no hay logro ni acción noble que no
despierten furibundas diatribas.
Si alguien es generoso o se comporta
ejemplarmente, en seguida se dice que es “postureo”.
Si un magnate como
Bill Gates (u otros filántropos) entrega una inmensa porción de su
fortuna para combatir enfermedades o paliar el hambre, casi nadie se lo
agradece, y las reacciones oscilan entre frases del tipo “Con el dinero
que tiene, eso carece de mérito” (olvidando que podría no haberse
desprendido de un céntimo y nadie se lo habría reprochado), y del tipo
“Eso lo hace para mejorar su imagen, así que de altruismo nada, es una
inversión como otra cualquiera”.
Y, desde luego, lo que jamás existe es la unanimidad ante una buena
reacción.
Casi la consiguió Alejandro Sanz hace poco, cuando interrumpió
un concierto suyo en México al observar que un hombre maltrataba a una
mujer entre el público. Se fue hacia él, lo riñó, lo increpó, y el
equipo de seguridad lo expulsó del recinto.
Al parecer, el cantante fue
ovacionado y las redes sociales se llenaron, con justicia, de
parabienes. Pero leo que, inevitablemente, también ha habido comentarios
censurando su conducta, incluido un artículo-editorial de este periódico,
que le reprochaba lo que esos comentarios tuiteros, a saber: a) que
“sus formas podrían haber sido igual de aleccionadoras pero menos
musculosas: Sanz se fue hacia el tipejo en cuestión como quien se decide
a cortar una injusticia por las bravas … El músico podría haber
ordenado la expulsión del agresor desde el escenario …” (es probable
que, de haber hecho eso, se lo acusara ahora de cobardía); y b) que, a
lo dicho por Sanz una vez zanjado el incidente, “le sobraron las cinco
últimas palabras, que arrastran un deje de la tradicional concepción de
la mujer como sexo débil”.
¿Y cuáles fueron esas palabras que, según los tuiteros y el comentarista de este diario, le sobraron? Lo que dijo el cantante al regresar a su sitio fue:
“Yo no concibo que nadie toque a nadie, y menos a una mujer”.
Así que
lo que se debería haber ahorrado, por machista o sexista, es “y menos a
una mujer”. Llama la atención, porque ¿en qué quedamos?
La actual
legislación española estipula una agravante, dentro de la mal llamada
“violencia de género”, cuando la agresión o el maltrato son de un varón a
una mujer, y poco antes de las últimas elecciones una torpe
representante de Ciudadanos estuvo a punto de hundir la campaña de su
partido por defender, antipáticamente, la supresión de esta agravante.
Si ésta existe, y la mayor parte de la sociedad está de acuerdo en que
exista, es justamente porque, por lo general, en la paliza que le da un
hombre a una mujer (o a un niño, o a un anciano) hay un abuso añadido.
Con la salvedad de algunas mujeres entrenadas en artes marciales y de
las señoras enormes que solía dibujar Mingote junto a maridos
escuchimizados (existen esas parejas), a la hora de un enfrentamiento
físico el varón acostumbra ser más fuerte y lleva las de ganar.
La expresión “sexo débil”, que por lo visto ahora ofende a quienes
ansían ofenderse, no supone menosprecio hacia el femenino, ni alude a
otra cosa que a la mencionada ventaja física.
Cualquier mujer no
susceptible o no soliviantada sabe, para su desgracia, que si tiene un
mal encuentro en la calle o en su casa, lleva las de perder (con las
excepciones ya apuntadas). Que si un varón se pone bestia, lo más
probable es que ella sufra mucho más daño del que ella a él pueda
infligirle.
Por la misma razón, el 99% de las violaciones que se dan en
el mundo (y aún me quedo corto en el porcentaje) son de hombres a
mujeres, y seguramente el 1% restante se corresponda más con las de
hombres a otros hombres que con las de mujeres a varones.
Lejos de
parecerme criticable, “y menos a una mujer” es una apostilla necesaria,
más en un país como México, en cuya Ciudad Juárez se han producido
incontables asesinatos de muchachas a lo largo de décadas, la mayoría
premiados con la impunidad más absoluta.
Claro que la mujer es “el sexo débil”, en ese exclusivo sentido, y
precisamente por ello las leyes son como son y la sobreprotegen. No sé
ahora, pero durante siglos se aprendía desde la niñez que en las peleas
no podía abusarse.
A eso responde la frase tantas veces oída en las
películas, “Búscate a uno de tu tamaño”, cuando el que pegaba era
palmariamente más alto, grande y fornido que el pegado. Por eso resulta
repugnante el adulto que se ensaña con un niño, que no puede defenderse.
Por eso resulta también repugnante el hombre que pega a una mujer, la
cual, aunque se defienda, sabe que las más de las veces llevará la peor
parte.
Nadie puede negar que las mujeres aún viven con un suplemento de
miedo, y a menudo tienen que ir por el mundo con la vista y el oído
alerta.
Porque saben que es más fácil atacarlas a ellas con
posibilidades de éxito.
Los peros a la actuación de Sanz sólo demuestran
lo que dije al principio: la mezquindad de nuestro tiempo y de nuestro
país, incapaz de aplaudir, agradecer y admirar sin reservas … nada.
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