Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

21 mar 2016

Fotos tomadas por Lewis Carroll y su amistad con Alice "Autorretrato" - Lewis Carrol Marco este día con una piedra blanca”. Con esta frase Charles Lutwigde Dodgson señala en su diario su primer encuentro con Alice Pleasance Liddell, la niña de cuatro años que transformó en obsesión y para quien imaginó un perenne universo literario. Desde aquel 6 de marzo de 1856, el matemático de Oxford rindió sus días a adorar un idealizado hechizo que rompe la propia Alice con su adolescencia, abriendo lecturas tan múltiples como sugerentes. Y es que las sospechosas tendencias del futuro Lewis Carroll no son más un secreto ni un rumor. Pese al discreto silencio que le compró su fama como cuentista e intelectual, el querido autor de Alice in Wonderland y su musa componen una historia plena en claroscuros, donde los vacíos suelen ofrecer respuestas incómodas. Dodgson conoce a los Liddell en 1856, cuando Henry George Liddell es nombrado capellán de la Christ Church y el profesor le visita para fotografiar la catedral. Aunque primero entabla amistad con los hermanos mayores Harry y Lorina, el ingreso del joven Harry al colegio lo acerca a las pequeñas Alice y Edith, invitándolas a paseos en barca e incursiones campestres donde les relata cuentos, muchas veces disfrazándolas para tomarles fotos. Se ha dicho que Alice fue la modelo favorita de Dodgson, mas no existen evidencias para afirmarlo. Menos confusa es su inclinación a las niñas pequeñas, que gusta fotografiar semidesnudas o vistiendo disfraces mientras les cuenta historias fantásticas; su labor docente tampoco es casual, pues le permite más horas libres que dedicar a la poesía y las fotos.

La misma fantasía adorna la Tarde Dorada, el famoso paseo en bote por el Támesis aquel 4 de julio de 1862.
 Acompañado por las hermanas Liddell y el Reverendo Robinson Duckworth, Dodgson ameniza un descanso junto al río improvisando una disparatada historia que entusiasmó a Alice: “Lo que nos relató esa vez fue mejor de lo normal – recordó en una tardía entrevista -. Al día siguiente empecé a insistirle en que me escribiese el cuento y mi pesadez le movió, tras decir que lo pensaría, a hacer la vacilante promesa de escribirlo.”




Lewis Carroll y la fotografía



Parece que el principal pasatiempo de Lewis Carroll, y que le proporcionó mayores alegrías, fue regalar y agasajar a las niñas
. “Me encantan las niñas (no los niños)”, escribió una vez.
Por los niños sentía auténtico horror, y en la última etapa de su vida, los evitó cuanto pudo. Consideraba el cuerpo de las niñas (al contrario que el de los niños) sumamente bello, y cuando las dibujaba o fotografiaba desnudas, lo hacía siempre con permiso de los padres por supuesto.
 Al respecto, escribió lo siguiente: “Si tuviese que dibujar o fotografiar a la niña más preciosa del mundo y notase en ella una pudorosa resistencia (por ligera y fácil de vencer que fuese) a quedarse desnuda, consideraría un solemne deber para con Dios renunciar por completo a semejante petición”. De hecho, para que estos retratos desnudos no crearan complicaciones a las niñas más tarde, dispuso que, a su muerte, fuesen destruidos o devueltos a las niñas o a sus padres.
 En principio no existen, pues, indicios de que Carroll tuviera conciencia de otra cosa que de la más pura inocencia en sus relaciones con las niñas, ni existe la más leve insinuación o falta de decoro en ninguno de los cariñosos recuerdos que muchas de ellas dejaron escrito después sobre él.
 Según refiere Gardner, en la Inglaterra victoriana había una tendencia, que refleja la literatura de esa época, a idealizar la belleza y la pureza virginal de las niñas:
 “Esto hizo más fácil a Carroll suponer que su debilidad por ellas se situaba en un elevado plano espiritual”.

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