Un golpe decimonónico
Un fallido golpe de Estado que puso a prueba la joven Constitución de 1978
Joaquín Prieto
Periodista de EL PAÍS
. Una serie de frecuentes algaradas e insubordinaciones militares marcaron aquellos años febriles hasta desembocar en la rebelión del 23 de febrero de 1981
. El golpe de Estado se vino abajo en 18 horas, pero eso nadie lo sabía cuando el teniente coronel Antonio Tejero reclutó a 445 guardias civiles y asaltó el Congreso de los Diputados, mientras el teniente general Jaime Milans del Bosch movilizaba tropas a su mando en Valencia.
Sublevar al Ejército fue la obsesión más grande de los grupos políticos ultras a lo largo de toda la Transición
Con este pronunciamiento decimonónico buscaban la adhesión del Ejército a una coacción, que pretendían poner ‘a disposición del Rey’.
Don Juan Carlos se negó a ser el rehén de los golpistas y eso explica el fracaso de la pieza clave de la conspiración, el general Alfonso Armada, quien intentó convertirse en presidente del Gobierno durante la intentona.
La maniobra de “ofrecerse” como salvador le salió mal porque Tejero, con la lógica del golpismo elemental que guiaba a este sublevado, le cerró el paso al hemiciclo: él quería un verdadero Gobierno militar y no una componenda.
Al fracaso contribuyó no poco la firme actitud del capitán general de Madrid, Guillermo Quintana, quien logró parar la ocupación de la capital por la división acorazada Brunete cuando varias de sus unidades estaban repostando los vehículos y municiando a las dotaciones. Lo mismo que fue decisiva la noticia de que el general Armada, a quien los golpistas suponían a sus anchas en La Zarzuela, no estaba allí ‘ni se le esperaba’, desmintiéndose así el embuste del amparo regio al golpe.
El Ejército terminó paralizándose el día en que a algunos espadones se les había antojado dar un golpe de Estado
Con la Acorazada nerviosa –un grupo ocupó RTVE, otro se sumó tardíamente a Tejero en el Congreso-, y con el rey Juan Carlos al habla con los capitanes generales dubitativos para que no secundaran la rebelión, el Ejército terminó paralizándose el día en que a algunos espadones se les había antojado dar un golpe de Estado.
Fue una partida peligrosa, jugada estrictamente entre el Monarca y los mandos militares en medio del silencio de la sociedad civil, roto por la edición de EL PAÍS en defensa de la Constitución.
De la intentona golpista se sabe casi toda la verdad, aunque no toda.
Lo suficiente como para estar seguros de que los golpistas habrían recibido mucho más calor sin la labor previa del teniente general Manuel Gutiérrez Mellado.
El ministro de Defensa y vicepresidente de Adolfo Suárez trató de controlar en lo posible a los más peligrosos de sus compañeros de armas y en el 23-F se enfrentó directamente con los sublevados, lo mismo que el propio Suárez.
Años más tarde, la reforma promovida por el Gobierno de Felipe González sentó la primacía del poder civil y encarriló a los militares hacia unas Fuerzas Armadas más reducidas, pero del nivel profesional de la OTAN
. En definitiva, las recondujo al lugar que les corresponde en una democracia, salvo chispazos aislados
. Consolidar el fin del militarismo ha sido uno de los servicios más icónicos de ese “régimen del 78” que ahora no pocos se empeñan en denigrar.
Se impone la democracia
La partida se jugó entre el Rey y los mandos militares.
El silencio de la sociedad civil fue roto por la edición de EL PAÍS en defensa de la Constitución.
El silencio de la sociedad civil fue roto por la edición de EL PAÍS en defensa de la Constitución.
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