Parte de la muestra titulada 'Catwalk' que se presenta en el Rijksmuseum, de Ámsterdam. Carola van Wijk
“¿Lo reconoce? Es un diseño de Balenciaga elaborado en tafetán de seda,”, dice Bianca du Mortier, conservadora de la colección de vestidos del Rijksmuseum,
de Ámsterdam, indicando un modelo negro de cóctel que perteneció a una
dama de la alta sociedad holandesa. El centro posee una colección de
10.000 trajes y accesorios fechados entre 1700 y 1960, y ha reunido casi
un centenar en una muestra titulada Catwalk (Pasarela),
abierta hasta mayo. No es una metáfora facilona, porque la pieza del
español está montada, junto con otras del siglo XX, sobre maniquís que
giran lentamente ante el espectador, acomodado en la primera fila de un
desfile de excepción. En medio de una auténtica fiesta de seda y
bordados, puede seguirse luego la evolución de la silueta femenina,
desde los escotes estilo imperio y los corsés, a la liberación de la
minifalda dedicada por el modisto francés Yves Saint Laurent al pintor Mondrian.
Parte de la muestra titulada 'Catwalk' que se presenta en el Rijksmuseum, de Ámsterdam. Carola van Wijk
“¿Lo reconoce? Es un diseño de Balenciaga elaborado en tafetán de seda,”, dice Bianca du Mortier, conservadora de la colección de vestidos del Rijksmuseum,
de Ámsterdam, indicando un modelo negro de cóctel que perteneció a una
dama de la alta sociedad holandesa. El centro posee una colección de
10.000 trajes y accesorios fechados entre 1700 y 1960, y ha reunido casi
un centenar en una muestra titulada Catwalk (Pasarela),
abierta hasta mayo. No es una metáfora facilona, porque la pieza del
español está montada, junto con otras del siglo XX, sobre maniquís que
giran lentamente ante el espectador, acomodado en la primera fila de un
desfile de excepción. En medio de una auténtica fiesta de seda y
bordados, puede seguirse luego la evolución de la silueta femenina,
desde los escotes estilo imperio y los corsés, a la liberación de la
minifalda dedicada por el modisto francés Yves Saint Laurent al pintor Mondrian.
Parte de la muestra titulada 'Catwalk' que se presenta en el Rijksmuseum, de Ámsterdam. Carola van Wijk
“¿Lo reconoce? Es un diseño de Balenciaga elaborado en tafetán de seda,”, dice Bianca du Mortier, conservadora de la colección de vestidos del Rijksmuseum,
de Ámsterdam, indicando un modelo negro de cóctel que perteneció a una
dama de la alta sociedad holandesa. El centro posee una colección de
10.000 trajes y accesorios fechados entre 1700 y 1960, y ha reunido casi
un centenar en una muestra titulada Catwalk (Pasarela),
abierta hasta mayo. No es una metáfora facilona, porque la pieza del
español está montada, junto con otras del siglo XX, sobre maniquís que
giran lentamente ante el espectador, acomodado en la primera fila de un
desfile de excepción. En medio de una auténtica fiesta de seda y
bordados, puede seguirse luego la evolución de la silueta femenina,
desde los escotes estilo imperio y los corsés, a la liberación de la
minifalda dedicada por el modisto francés Yves Saint Laurent al pintor Mondrian.
Parte de la muestra titulada 'Catwalk' que se presenta en el Rijksmuseum, de Ámsterdam. Carola van Wijk
“¿Lo reconoce? Es un diseño de Balenciaga elaborado en tafetán de seda,”, dice Bianca du Mortier, conservadora de la colección de vestidos del Rijksmuseum,
de Ámsterdam, indicando un modelo negro de cóctel que perteneció a una
dama de la alta sociedad holandesa. El centro posee una colección de
10.000 trajes y accesorios fechados entre 1700 y 1960, y ha reunido casi
un centenar en una muestra titulada Catwalk (Pasarela),
abierta hasta mayo. No es una metáfora facilona, porque la pieza del
español está montada, junto con otras del siglo XX, sobre maniquís que
giran lentamente ante el espectador, acomodado en la primera fila de un
desfile de excepción. En medio de una auténtica fiesta de seda y
bordados, puede seguirse luego la evolución de la silueta femenina,
desde los escotes estilo imperio y los corsés, a la liberación de la
minifalda dedicada por el modisto francés Yves Saint Laurent al pintor Mondrian.
Tal vez la ropa actual marque más tendencias que clases sociales,
pero en el Siglo de Oro, solo el conde Hendrik Casimir I de Nassau podía
permitirse un impecable calzoncillo de lino, “lavado por los sirvientes
incluso en plena campaña militar”
. Los nombres de estos primeros
sastres, costureras (y abnegadas lavanderas) no han pasado a la
historia, pero uno de sus trabajos tiene apellido propio.
Es el vestido
más voluminoso de Holanda, fabricado para la boda de Helena Slicher, una
plebeya que se casó en 1759 con un barón. “En realidad, ni siquiera su
recién adquirido estatus social permitía algo tan espectacular.
Es lo
más parecido a la ropa de las meninas españolas.
Muy difícil de llevar, y
maravilloso en su ejecución”, dice Du Mortier, que señala luego un
vestido dorado. “En Holanda, este modelo era para la nobleza. En
Francia, su estampado de grandes motivos se consideraba tela de cortina.
Cara, pero cortina”.
Muestra 'Catwalk' en Rijksmuseum, en Ámsterdam. Carola van Wijk
La colección del museo se ha formado gracias a donaciones de los
dueños de los vestidos. Monarcas incluidos. Por eso presume de la bata
de seda japonesa de Guillermo III de Orange, rey de Inglaterra en el
siglo XVII, a la vez que estatúder (gobernador general) de las
Provincias Unidas de los Países Bajos.
“En su día, era violeta, aunque
ahora parece dorada. Imagínese cómo debía imponer con este atuendo
intenso y de un tejido excepcional”, apunta la conservadora. En la
pasarela solo hay vestidos del siglo XX para que las vibraciones no
desprendan los adornos. En una sala contigua, por el contrario, destaca
un grupo de piezas a partir de 1800, que evidencian la evolución de la
silueta femenina. En particular el corsé, que también abandonó la
cintura de avispa. “Se trataba de que ellas caminaran con gracia
evitando movimientos bruscos”. A cambio, la hechura era preciosista y
los detalles y accesorios interminables.
Carola van Wijk
Para mostrar la liberación de la rígida vestimenta femenina del pasado, Erwin Olaf,
el fotógrafo holandés encargado de la escenografía, ha metido en un
marco gigantesco el último vestido expuesto. Pertenece a la serie
dedicada por Yves Saint Laurent a la pintura geométrica de Mondrian, y
semeja un altar laico. “Quería conmemorar la vida, la revolución sexual y
la igualdad de derechos cantadas por la generación de los años
sesenta”.
Conocido por sus campañas publicitarias para marcas como
Microsoft, Nokia o Levi´s, Olaf aceptó el encargo porque le parecía un
reto “darle movimiento a un trabajo en tres dimensiones, yo que vengo de
la fotografía”, reconoce.
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