Ni por edad ni por trayectoria hay explicación para los fallos que está cometiendo en Oporto el gran portero español.
Una vez más, su primera reacción fue levantar el brazo para
echar la culpa al árbitro y a su defensa; pero su palidez le delata:
era su balón y está dentro de la red. Una pifia de Iker Casillas fue el
origen de la última derrota de su equipo en la liga portuguesa.
No es el
primer gran fallo desde su llegada en julio a Oporto, ni siquiera el
único de su partido contra el Vitoria de Guimaraes
Fallos suyos
facilitaron la eliminación de la Champions del equipo.
El gran portero
de España ha cumplido 34 años, pero en su especialidad, esa edad no es
la de la inmadurez, síntoma que flota en sus actuaciones.
Esta vez, nadie le tapaba ni le habían dejado vendido; no tenía que
conseguir imposibles.
Era él y la pelota.
Solo había que cogerla o
despejarla; pero era tan blanda, cayendo como un copo de nieve, que ni
bajaba con fuerza para expulsarla; pero Casillas tampoco la cogió, se
quedó entre medias mientras un jugador contrario se acercó por si acaso,
por incordiar más que otra cosa, cuando de improviso se encontró con el
balón a sus pies, caído del cielo, y se la metió al ex mejor guardameta
del mundo.
Como otras veces, como cuando Williams (Chelsea) le clavó
una falta por el lado que guardaba, como cuando se autogoleó a un tirito
de David González
(Dinamo de Kiev), la primera culpa fue de otros; pero
Iker Casillas es un buen tío, una buena persona, y después, ante los
periodistas, reconoce sus culpas sin ambages.
Ayer, tras pitar el
árbitro, se fue humildemente hacia la grada de sus seguidores, y les
pidió perdón. De un tiempo a esta parte, Casillas más que un buen
portero es un portero bueno.
Fuera del césped, nadie podrá decir algo
malo de él; lo grave es que su vida se la gana dentro de cuatro rayas de
cal.
Después de una carrera consagrada al Real Madrid, Casillas
decidió este verano dejar ese ambiente enrarecido, dividido entre filias
y fobias.Con 34 años y un contrato fabuloso para las posibilidades de la economía futbolística portuguesa, llegó a Oporto -gracias también a la ley fiscal favorable a los residentes no habituales- con su fama incólume de un futbolista excepcional.
También arrastraba una jugada de marketing para disparar al club portugués en el mundo.
Gracias a Casillas, radios y televisiones españolas solicitaron señales para seguir sus partidos, además de la atención internacional.
No hay explicación para el declive de un portero
excepcional de 34 años, dos menos que Julio César, que va a renovar
hasta los 38.
Su admirado Buffon tiene 38, Cech, 33; Claudio Bravo 32 y
el mismo Iraizoz, 34.
Antes de su llegada, el equipo no tenía un grave problema de porteros, pero la operación de marketing
y, sobre todo, la amistad con su entrenador, Julen Lopetegui, animaron
al presidente del club, Pinto da Costa, a ese sacrificio económico.
El
Porto, club siempre rivalizando con el poderío del Benfica de Lisboa, levantaba un trofeo inigualable: jamás el fútbol portugués había tenido un jugador tan laureado.
El amor de los dragoes (la afición del Porto) era
correspondido por la familia Casillas, que salía del infierno madrileño
para vivir en absoluta paz y tranquilidad.
En el campo, cualquier nimia intervención del madrileño era
subrayada con aplausos, y los pequeños descuidos tampoco tenían mayor
importancia en la liga local; pero llegaron los partidos de compromiso,
la Champions, y la misma Liga en avanzado estado, y los fallos del
guardameta se han ido haciendo más trascendentes.
El domingo fue contra
el Vitoria de Guimaraes, pero antes en los dos partidos ante el Dinamo,
que apearon al Oporto de la Champions.
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