A Claude Lanzmann se le ocurrió una vez decir que el Holocausto no se podía representar con imágenes reconstruidas y solo por eso se ganó un puesto en la historia del cine.
Bueno, no solo por eso, pues lo dijo a propósito de su película Shoah
(1985), una obra maestra de casi diez horas que hablaba del extermino
utilizando únicamente testimonios orales
. Steven Spielberg no dijo nada
cuando estrenó La lista de Schindler
(1993), quizá porque resultaba evidente que no quería abordar el tema
en cuestión, sino confeccionar otra de sus odiseas aventureras, esta vez
con un nazi perverso ocupando el lugar de sus monstruos habituales (del
tiburón del film homónimo a La guerra de los mundos o Parque jurásico)
y un alemán más o menos decente en el papel de bueno de la película
(una especie de Indiana Jones de la burocracia bélica).
En cualquier
caso, estas dos propuestas representan dos extremos opuestos: por un
lado, el horror evocado; por otro, el horror
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