La semana en que Kate y Geoff van a celebrar el 45 aniversario de su
boda, reciben una noticia que perturba la monótona tranquilidad de su
vida conyugal.
Geoff se encierra cada vez más en sí mismo y Kate empieza
a preguntarse si realmente conoce a su marido.
Para los que sueñan con las bodas de oro
Lo mejor: los ojos de Charlotte Rampling, todo un poema.
Lo peor: que la confundan con una obra menor.
Por Sergi Sánchez Podría
ser un relato de Charles Baxter o Alice Munro, tan frágil como una
estalactita a punto de derretirse sobre una herida.
No es tanto la vejez
lo que se debate en '45 años' sino el amor azotado por el tiempo, que
es lo mismo que el amor moldeado por el silencio
. Es la otra cara de la
moneda de la magnífica Weekend (2011), la anterior película de Andrew
Haigh, tan preocupada por el nacimiento del amor, con sus titubeos, su
falta de sincronización, su precaria timidez, su miedo a quedarse corto o
a pasarse de la raya.
Aquí también sólo hay dos personajes, pero
su lucha es otra: entender qué queda de una relación cuando se descubre
el secreto definitivo; que la vida es una mentira que te cuenta el que
más te ama.
Sería injusto quitarle mérito a la dirección de Haigh, delicada como un origami, y a Tom Courtenay, cascarrabias hasta cuando se siente culpable, pero la dueña y señora de '45 años' es
una
Charlotte Rampling que mira, y nos mira, como si todo en lo que creía
esté a punto de desmoronarse, y no hay nada que pueda remediar el
desastre.
‘45 años’:Amor y matrimonio
El filme descansa en su capacidad de hacer evidente algo que se olvida
con facilidad: que las pasiones se modulan con el tiempo, pero no nos
abandonan jamás
Tentado está uno, al acercarse a 45 años,
de empezar por hablar de los desafíos y los compromisos de la pareja,
“la menos mala de las desgracias”, según feliz definición de Eva Piquer
.
La conmovedora y sutil película del británico Andrew Haigh, una de las
mejores del año, parte de ahí: de una pareja de largo recorrido, Kate y
Geoff, con una semana por delante antes de la celebración de sus 45
años de matrimonio.
Empezar, pues, con referencias a la añoranza de
pasiones extintas y deseos enterrados.
Hablar del paso del tiempo; de
recuperar las ilusiones perdidas y luchar contra el tedio cotidiano y
bla, bla, bla
. Acercarse, en fin, a estos 45 años como si fuera una
–otra– de esas películas de tercera edad, pensadas para la tercera
edad...
Sería un error.
Porque 45 años nos habla a todos.
Lo esencial del filme
de Haigh, a poco que uno consiga escapar de los lugares comunes que
rodean el asunto de la vejez, descansa en su capacidad de hacer evidente
algo que se olvida con facilidad: que las pasiones se modulan con el
tiempo, pero no nos abandonan jamás. Que los reproches no tienen edad.
Ni las decepciones tampoco.
Todo empieza cuando Geoff, interpretado por Tom
Courtenay, recibe una carta que le anuncia el descubrimiento del cuerpo
congelado de su primer amor, muerta hace cincuenta años en un accidente
en un glaciar de los Alpes. Courtenay, hay que recordarlo, es uno de los
grandes de la interpretación británica desde aquella airada
La soledad del corredor de fondo (1962),
, Un maravilloso actor que, en 45 años, mediante un juego
de murmullos, diferencia muy bien entre lo que dice, lo que piensa y lo
que calla.
Esa carta inesperada agita la plácida vida de la
pareja,y pone alerta a Kate, su mujer, en manos de Charlotte Rampling,
en la mejor interpretación que jamás ha realizado la protagonista de Portero de noche.
Rampling suma su evidente capacidad para los personajes apasionados y
fríos, a la vez, aunque parezca imposible, con una generosa paleta de
matices de una mujer de mediana edad, muy british, en tensión creciente.
Una mujer feliz en su matrimonio hasta que esa carta conmueve los cimientos de su felicidad.
La genialidad del director reside en el control: 45 años
podría haber sido un grito desesperado, lleno de reproches y
recriminaciones, un drama desaforado.
Pero Haigh, por el contrario, hace
que viva –y crezca– en los espacios que dejan las palabras.
En las
miradas, en el movimiento de los cuerpos.
Hasta que se impone un gesto.
Un gesto puede ser suficiente para que la barca de ese amor de 45 años
esté a punto de zozobrar en medio de la tormenta que agita su vida
cotidiana.
Es un asunto, otro, de pareja.
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