Los servicios de Información de casi toda Europa sabían que el ISIS había ordenado el envio de comandos suicidas a varios países.
"El Estado Islámico (ISIS,
en sus siglas en inglés) ha ordenado el envío a Europa de comandos
terroristas entrenados para matar y morir en acciones suicidas”.
Esta frase tan rotunda e inquietante la pronunciaba el pasado miércoles en su despacho oficial en Madrid uno de los principales mandos de la lucha contra el terrorismo.
Cuarenta y ocho horas después, varios comandos armados con armas de guerra y cinturones de explosivos sembraron de terror y muerte el centro de París, en aquel instante la capital más vigilada del continente por el inicio de la cumbre sobre el Cambio Climático, y demostraron nuestra vulnerabilidad y la dificultad de combatir la amenaza yihadista.
El aviso de las intenciones del ISIS en Europa lo recibieron los servicios de información e inteligencia de casi toda Europa hace varios meses y procedía de fuentes de la inteligencia norteamericana, el país que junto al Reino Unido maneja la información más precisa sobre esta organización terrorista que ha conseguido fagocitar a Al Qaeda Central y a su líder Ayman al Zawahiri
. “Nos lo tomamos muy en serio y sabemos que lo van a intentar
. El problema es: dónde. cuándo y cómo”, se preguntaba el alto mando de la seguridad.
La noche del viernes las tres preguntas recibieron respuesta y una vez más Francia —la capital del salafismo en Europa desde que en los años ochenta el Grupo Armado Islámico (GIA) echó raíces en sus calles y barrios— fue la elegida.
El último zarpazo contra la revista Charlie Hebdo y una tienda de alimentación judía llevó el sello de Al Qaeda en la Península arábiga, esta vez los kamizakes suicidas eran del Estado Islámico que domina el norte de Siria y parte de Irak.
La amenaza del “bendito ataque contra los cruzados”, así lo definen sus autores, se ha cumplido.
Con el dramático atentado del pasado viernes el ISIS pretende demostrar que no es solamente uno de los actores principales en la desestabilización de Siria e Irak sino que es capaz de golpear en el centro de Europa, en una ciudad tan emblemática y protegida como Paris.
Y lo ha hecho en una demostración de fuerza que parecía casi imposible de exhibir si tenemos en cuenta que Francia está en el centro de la diana yihadista desde los años ochenta: cadena de bombas en las papeleras, ataques en el metro de Saint Michael con 20 muertos (1995) y la oleada de atentados desde el 2012 hasta hoy con decenas de víctimas en diversas ciudades.
La evidencia de la amenaza en un país vacunado contra el terrorismo yihadista, los recursos de la cuarta potencia del planeta, la colaboración cada vez más estrecha entre los servicios de EE UU y Europa no han conseguido evitar la matanza.
Lo que demuestra la gravedad del desafío al que nos enfrentamos.
Una carnicería en la que se ha elegido a conciencia a las víctimas: los bobos o bourgeois bohémes (burgueses bohemios), jóvenes que inundan los céntricos barrios obreros de los distritos 10 y 11, hoy atestados de estudiantes amantes de la música, el arte, la cultura y la libertad, cuatro palabras odiadas por el salafismo radical.
Esta frase tan rotunda e inquietante la pronunciaba el pasado miércoles en su despacho oficial en Madrid uno de los principales mandos de la lucha contra el terrorismo.
Cuarenta y ocho horas después, varios comandos armados con armas de guerra y cinturones de explosivos sembraron de terror y muerte el centro de París, en aquel instante la capital más vigilada del continente por el inicio de la cumbre sobre el Cambio Climático, y demostraron nuestra vulnerabilidad y la dificultad de combatir la amenaza yihadista.
El aviso de las intenciones del ISIS en Europa lo recibieron los servicios de información e inteligencia de casi toda Europa hace varios meses y procedía de fuentes de la inteligencia norteamericana, el país que junto al Reino Unido maneja la información más precisa sobre esta organización terrorista que ha conseguido fagocitar a Al Qaeda Central y a su líder Ayman al Zawahiri
. “Nos lo tomamos muy en serio y sabemos que lo van a intentar
. El problema es: dónde. cuándo y cómo”, se preguntaba el alto mando de la seguridad.
La noche del viernes las tres preguntas recibieron respuesta y una vez más Francia —la capital del salafismo en Europa desde que en los años ochenta el Grupo Armado Islámico (GIA) echó raíces en sus calles y barrios— fue la elegida.
El último zarpazo contra la revista Charlie Hebdo y una tienda de alimentación judía llevó el sello de Al Qaeda en la Península arábiga, esta vez los kamizakes suicidas eran del Estado Islámico que domina el norte de Siria y parte de Irak.
La amenaza del “bendito ataque contra los cruzados”, así lo definen sus autores, se ha cumplido.
Con el dramático atentado del pasado viernes el ISIS pretende demostrar que no es solamente uno de los actores principales en la desestabilización de Siria e Irak sino que es capaz de golpear en el centro de Europa, en una ciudad tan emblemática y protegida como Paris.
Y lo ha hecho en una demostración de fuerza que parecía casi imposible de exhibir si tenemos en cuenta que Francia está en el centro de la diana yihadista desde los años ochenta: cadena de bombas en las papeleras, ataques en el metro de Saint Michael con 20 muertos (1995) y la oleada de atentados desde el 2012 hasta hoy con decenas de víctimas en diversas ciudades.
La evidencia de la amenaza en un país vacunado contra el terrorismo yihadista, los recursos de la cuarta potencia del planeta, la colaboración cada vez más estrecha entre los servicios de EE UU y Europa no han conseguido evitar la matanza.
Lo que demuestra la gravedad del desafío al que nos enfrentamos.
Una carnicería en la que se ha elegido a conciencia a las víctimas: los bobos o bourgeois bohémes (burgueses bohemios), jóvenes que inundan los céntricos barrios obreros de los distritos 10 y 11, hoy atestados de estudiantes amantes de la música, el arte, la cultura y la libertad, cuatro palabras odiadas por el salafismo radical.
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