Cada
vez que ha venido alguien extranjero a visitarme a España me ha pedido
que por favor le lleve a escuchar flamenco.
Pero no a un sitio para
turistas, sino «donde lo escucháis vosotros».
He tenido que explicar una
y otra vez que no es precisamente mayoritario el español que el viernes
noche se va a escuchar flamenco, que muchos españoles no han pisado una
juerga flamenca en su vida, que la música más genuina del país, con la
que se adornan los anuncios de «visite España», le resbala a la mayoría.
Incluso que es más frecuente el que te suelta un repugnante y medio
racista «me gusta la guitarra, pero no la voz» que quien distinga y
admire los palos del flamenco.
Porque tenemos asumido que el flamenco es un género minoritario. Diego Manrique siempre ha reiterado en su columna que Camarón vendía muy poco en España.
Y encima, La leyenda del tiempo,
el disco que ahora todo el mundo dice admirar, los gitanos iban a
devolverlo al Corte Inglés quejándose de que ese no era Camarón, o su
Camarón.
Sí que debe de haber razones objetivas para el desapego del
español medio hacia esta música.
Para empezar, que no se disfruta de
forma instantánea, hacen falta años profundizando si no se ha mamado de
cuna.
Pero en la triste historia de España quizá haya un hecho
determinante: Franco.
Cierto
es que con la cantidad de sangre que corrió en el genocidio español,
las familias que se separaron y las vidas que se truncaron, puede
resultar obsceno preguntarse por cómo habría sido la evolución del cante
flamenco en nuestro país sin el conflicto.
Pero si este apartado de
nuestra cultura popular cambió para siempre tras la guerra civil, fue
precisamente porque buena parte de estos artistas eran afines a la
república y como tales fueron asesinados, represaliados o
desaparecieron.
Lo mismo que su arte, cuyo contenido social y político
fue silenciado y prohibido durante el régimen.
Para Juan Vergillos,
historiador del flamenco, existe un antes y un después en el cante con
la destrucción del estado democrático de 1931:
«El cambio fue
absolutamente radical. Franco se ocupó de despolitizar el flamenco y
convertirlo en un fenómeno étnico en lugar de político.
También con la
Segunda Guerra Mundial cundió el miedo en todo el planeta, el miedo al
otro, y surgió el arte de los gitanos, de los negros, etc.
Antes el arte
era arte, no tenía un color específico».
En el impagable ensayo de Alfredo Grimaldos Historia social del flamenco
(Península, 2010) se documenta que ya en los inicios del siglo XIX
sucesos de gran importancia política como la invasión de los Cien Mil
Hijos de San Luis o el fusilamiento de Torrijos fueron recogidos por el
cante de la época, que se alineaba con la revolución liberal española.
Y
en el libro del doble cedé Cantes y cantos de la República,
editado por Marita y la Agencia Andaluza del Flamenco, se hace
referencia a los cantaores de los años treinta como precursores de la
canción protesta que conquistó los mercados de todo el mundo en la era
hippie.
«Este tipo de cuestiones está en el flamenco desde su origen»,
opina Vergillos, «ya cantó Siverio la “Seguiriya de Riego”, pero lo que
pasó a partir de 1931 es que por fin se podía hablar abiertamente de
estos temas».
Hasta
el punto de que la exaltación de la República y sus héroes o de la
bandera tricolor y las referencias a problemas sociales llegaron a
convertirse en una moda propiamente dicha, un género en sí mismo.
«Gran
parte de los flamencos eran gente del pueblo, así que la mayoría se
alineó con el nuevo régimen. También fue una moda, no estrictamente
flamenca, sino española, y algunos se sumaron por seguirla, claro.
Tal y
como señaló Pericón de Cádiz en sus deliciosas
memorias, donde comentó que él cantó letras reivindicativas para llegar a
un público mayor», explica este historiador.
Así
aparecieron los fandangos republicanos y sus derivados, la mayoría
grabados por discográficas de Barcelona.
El flamenco había alcanzado
gran relevancia en esta ciudad desde la Exposición Universal con la
apertura de nuevos locales con espectáculos dirigidos tanto al público
local como al primer turismo y visitantes de la aristocracia europea,
como relata Montse Madrilejos en la revista de investigación sobre flamenco La Madrugá (nº2, junio 2010).
Estos sellos juntaron a los guitarristas locales más importantes del momento, como Pepe Hurtado, Manolo Bulerías y Miguel Borrull hijo, con los cantantes que más frecuentaban Cataluña y aprovechaban su estancia para grabar.
Uno de ellos era Manuel Vallejo, autor del primer disco dedicado a la Segunda República con música del maestro Quiroga, un fandango en recuerdo de los militares republicanos sublevados en Jaca en 1930, Galán y García Hernández, fusilados inmediatamente después.
También Chato de Ventas, el Gran Fanegas o el Guerrita
registraron piezas de adhesión al nuevo régimen, como la de este
último, murciano, «España es republicana, de matices tricolor».
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