El presidente se enfrenta en el último control parlamentario con su legado al catálogo de los horrores que pinta la oposición.
Sí, ya era hora.
La última sesión de control al Gobierno en el Parlamento de esta décima legislatura derivó en la enésima repetición de unos duelos resecos entre el optimismo irredento de un presidente del ejecutivo en busca de señales positivas con las que parchear su legado ya como candidato y una oposición dura, variada, también necesitada de encontrar su perfil diferente con la presión encima de la campaña electoral.
Un enfrentamiento repetido que sonó a desgastado.
Un cara a cara muy calculado, cada uno en su papel, que no aportó más novedad que la seguridad de que para la historia será el último.
La hora de repasar las verdades y las mentiras, de no encontrarse en ningún punto
. Una legislatura, seguro, de tránsito hacia lo incierto.
El primero en enumerar el catálogo de los horrores de todo lo mucho y malo que le ha ocurrido al presidente Mariano Rajoy en su mandato fue el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, que no se ahorró ningún dardo.
Esteban le tachó de autocomplaciente, le recordó que ningún portavoz de la cámara le respalda excepto el de su propio grupo, lamentó que le haya faltado diálogo y sobrado soberbia y enumeró las tres R de su herencia: recortes, recesión y recentralización.
La última frase de denuncia sonó a lamento y cansancio: "Ya era hora de que acabara esta legislatura".
Rajoy, claro está, ni escuchó los reproches.
Los da por amortizados. Los presupone. Su guion es otro.
El dilema es sencillo. Según el presidente-candidato, España estaba hace cuatro años en la UVI y ahora crece y crece más que nadie en Europa, como sostienen incluso varios organismos internacionales. "Empleo y seguridad" será el lema de campaña.
En la sesión de despedida de la legislatura más estirada de la democracia hubo escenas que anticiparon el final de otra era, aunque algunos protagonistas aún no lo saben ni tienen muy claro cuál será su papel si es que lo tienen en la nueva etapa que comenzará a partir del 20-D.
El caso más evidente de "marcha fúnebre" fue el de Rosa Díez, la líder de UPyD, que ha mantenido con Rajoy estos cuatro años una relación tensa, airada, desagradable.
Su pregunta final fue fiel a esos principios y a su habitual tono desabrido.
Díez inició su planteamiento tan arriba que ya no había enfrente más que precipicios.
Acusó al presidente de mentir desde su discurso de investidura, hace cuatro años, hasta el final.
Y cosió luego todos los incumplimientos registrados con el dedal de la palabra mentira, que dirigida a un presidente en ejercicio siempre parece más contundente pero que Rajoy digiere con indiferencia de registrador de la propiedad en excedencia.
El presidente-candidato fue de nuevo displicente con Díez: "No es fácil contestarle. No voy a hablar de su partido porque creo que debo ser generoso, ni de su legado, pero sí le voy a recordar para su futura vida un poquito de humildad, que le iría un poquito mejor".
Todas las encuestas vaticinan para UPyD un mal resultado el 20-D y para Díez el episodio final de toda una vida dedicada a la política en todo tipo de ámbitos.
El líder del PSOE en la oposición, Pedro Sánchez, que hace menos de dos años era un diputado anónimo en busca de pregunta de control a cualquier ministro del PP, también es consciente de que ahora se juega mucho más que seguir de cabeza de cartel.
Es joven y nuevo y lo sabe.
A Sánchez no le intimidan ni las cámaras ni la Cámara baja. Se levanta de su sillón en el Congreso y mira de frente sin miedo a los abucheos ni a los palmeros más groseros del PP. Parece incluso que le gusta.
Pedro Sánchez también acusó a Rajoy de mentir, de utilizar los presupuestos y las instituciones en su beneficio partidista, de incumplir sus responsabilidades y obligaciones, de beneficiar a amigos y, aunque prometió tras el 20-D una nueva etapa y otras maneras de hacer política, recurrió a la acusación más gruesa y más burda al augurar que tras las elecciones lo que los españoles se merecen es "un presidente honrado".
Mariano Rajoy tampoco se alteró demasiado en este enfrentamiento postrero
. Conoce las mentiras que le achacan pero su verdad es otra.
Su máxima se ciñe a que heredó de los socialistas una España en quiebra, enferma, sin respiración y ahora, tras cuatro años largos duros, difíciles y llenos de promesas incumplidas, toda Europa y los organismos internacionales más fiables la certifican en crecimiento y creando más empleo que nadie. Se juega el 20-D ser el primer presidente del Gobierno que puede no repetir en el cargo.
Mucho más que su actual empleo.
La última sesión de control al Gobierno en el Parlamento de esta décima legislatura derivó en la enésima repetición de unos duelos resecos entre el optimismo irredento de un presidente del ejecutivo en busca de señales positivas con las que parchear su legado ya como candidato y una oposición dura, variada, también necesitada de encontrar su perfil diferente con la presión encima de la campaña electoral.
Un enfrentamiento repetido que sonó a desgastado.
Un cara a cara muy calculado, cada uno en su papel, que no aportó más novedad que la seguridad de que para la historia será el último.
La hora de repasar las verdades y las mentiras, de no encontrarse en ningún punto
. Una legislatura, seguro, de tránsito hacia lo incierto.
El primero en enumerar el catálogo de los horrores de todo lo mucho y malo que le ha ocurrido al presidente Mariano Rajoy en su mandato fue el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, que no se ahorró ningún dardo.
Esteban le tachó de autocomplaciente, le recordó que ningún portavoz de la cámara le respalda excepto el de su propio grupo, lamentó que le haya faltado diálogo y sobrado soberbia y enumeró las tres R de su herencia: recortes, recesión y recentralización.
La última frase de denuncia sonó a lamento y cansancio: "Ya era hora de que acabara esta legislatura".
Rajoy, claro está, ni escuchó los reproches.
Los da por amortizados. Los presupone. Su guion es otro.
El dilema es sencillo. Según el presidente-candidato, España estaba hace cuatro años en la UVI y ahora crece y crece más que nadie en Europa, como sostienen incluso varios organismos internacionales. "Empleo y seguridad" será el lema de campaña.
En la sesión de despedida de la legislatura más estirada de la democracia hubo escenas que anticiparon el final de otra era, aunque algunos protagonistas aún no lo saben ni tienen muy claro cuál será su papel si es que lo tienen en la nueva etapa que comenzará a partir del 20-D.
El caso más evidente de "marcha fúnebre" fue el de Rosa Díez, la líder de UPyD, que ha mantenido con Rajoy estos cuatro años una relación tensa, airada, desagradable.
Su pregunta final fue fiel a esos principios y a su habitual tono desabrido.
Díez inició su planteamiento tan arriba que ya no había enfrente más que precipicios.
Acusó al presidente de mentir desde su discurso de investidura, hace cuatro años, hasta el final.
Y cosió luego todos los incumplimientos registrados con el dedal de la palabra mentira, que dirigida a un presidente en ejercicio siempre parece más contundente pero que Rajoy digiere con indiferencia de registrador de la propiedad en excedencia.
El presidente-candidato fue de nuevo displicente con Díez: "No es fácil contestarle. No voy a hablar de su partido porque creo que debo ser generoso, ni de su legado, pero sí le voy a recordar para su futura vida un poquito de humildad, que le iría un poquito mejor".
Todas las encuestas vaticinan para UPyD un mal resultado el 20-D y para Díez el episodio final de toda una vida dedicada a la política en todo tipo de ámbitos.
El líder del PSOE en la oposición, Pedro Sánchez, que hace menos de dos años era un diputado anónimo en busca de pregunta de control a cualquier ministro del PP, también es consciente de que ahora se juega mucho más que seguir de cabeza de cartel.
Es joven y nuevo y lo sabe.
A Sánchez no le intimidan ni las cámaras ni la Cámara baja. Se levanta de su sillón en el Congreso y mira de frente sin miedo a los abucheos ni a los palmeros más groseros del PP. Parece incluso que le gusta.
Pedro Sánchez también acusó a Rajoy de mentir, de utilizar los presupuestos y las instituciones en su beneficio partidista, de incumplir sus responsabilidades y obligaciones, de beneficiar a amigos y, aunque prometió tras el 20-D una nueva etapa y otras maneras de hacer política, recurrió a la acusación más gruesa y más burda al augurar que tras las elecciones lo que los españoles se merecen es "un presidente honrado".
Mariano Rajoy tampoco se alteró demasiado en este enfrentamiento postrero
. Conoce las mentiras que le achacan pero su verdad es otra.
Su máxima se ciñe a que heredó de los socialistas una España en quiebra, enferma, sin respiración y ahora, tras cuatro años largos duros, difíciles y llenos de promesas incumplidas, toda Europa y los organismos internacionales más fiables la certifican en crecimiento y creando más empleo que nadie. Se juega el 20-D ser el primer presidente del Gobierno que puede no repetir en el cargo.
Mucho más que su actual empleo.
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