Esto no es una película.
Pero la inspectora Isabel V. J., dura,
ácida, muy delgada; 20 años en la Brigada de Homicidios surcándole el
rostro ("he visto todos los cadáveres, toda la sangre, todas las
puñaladas"), prefiere olvidar aquella madrugada en un hotel sin nombre
de una ciudad anónima; sola; insomne; un cigarrillo tras otro;
esparcidas por la habitación las fotografías y los recuerdos de una
mujer que hoy tendría 34 años.
Y gritar con rabia entre esas cuatro
paredes:
¡Dónde estás! ¡Qué han hecho contigo!
No es una película.
La inspectora forma parte del Grupo de
Desaparecidos de la Unidad Central de Delincuencia Especializada y
Violenta (UDEV).
La élite policial en la búsqueda de los ciudadanos que
un día se esfumaron o alguien hizo desaparecer.
Su trabajo es dar con
ellos. Vivos o muertos. Saber qué pasó. Tejiendo una larga y sutil tela
de araña a base de hipótesis, indicios, pruebas y corazonadas
.
Reconstruyendo la vida de alguien que nunca conoció.
"Es más duro investigar una desaparición que un asesinato
. No te lo
quitas de la cabeza
. Una desaparición es todo o nada
. Pueden estar bajo
un palmo de tierra o en el Caribe.
Es el vacío absoluto
. No te
acostumbras. Vas en el metro y no paras de darle vueltas. '¿Dónde
estará?; ¿Por dónde tiro? ¿Se me habrá pasado algo?'
Te comes la cabeza.
No desconectas
. Llegas a saber todo de ellos. Les conoces mejor que su
familia.
Su intimidad. Vas juntando piezas. ¡Claro que tengo mis
sospechosos! Unos sospechosos a los que es difícil probar nada.
Pero no
me olvido de ellos aunque estén en la calle.
Aunque pasen años. Sigo
.
Chequeo qué hacen; sus viajes, si tienen denuncias.
La investigación de
una desaparición no se abandona nunca.
El caso continúa abierto. Un día
puede que aparezcan los restos.
Y entonces tienes un cadáver. Y un
cadáver habla
. Con la inspección ocular y el examen del forense sabes
cuándo y cómo murió. Si fue un accidente o un asesinato; si le quitaron
la ropa; si le agredieron sexualmente; quizá hasta el ADN del autor.
Ahí
empieza otra parte de la investigación. Ya no tienes un desaparecido,
sino un muerto. Y... hasta cierto punto, cómo diría yo,¡descansas!"
José Suárez arranca cada mañana su quad y se pierde por las
montañas que rodean Vecindario, el pueblo de 10.000 habitantes donde
vive hace 25 años en Gran Canaria
. Rastrea los centenares de pozos y
barrancos de la zona; registra casas abandonadas; pregunta a los
aldeanos; husmea fincas desiertas
. No ceja. Un día y otro y otro más.
Intentando abarcar todo. Hay algo febril en sus incursiones.
Ha cumplido
60. Es un tipo fuerte, hecho a sí mismo.
De albañil a tener una
constructora con una plantilla de 150 trabajadores. Repite que no tiene
enemigos.
Es abuelo de Yeremi Vargas, el niño que desapareció el 10 de
marzo de 2007 con siete años.
Pepe se expresa con una frialdad que no es
descortesía; es como si su cuerpo fuera una carcasa vacía. Tiene la
mirada perdida.
Su reloj se ha detenido. No supera la ausencia de
Yeremi. Ha recibido tratamiento psicológico
. Como todos en su casa.
Besa
una vieja foto de su nieto que reblandece con las lágrimas que le
quedan. "Nos han robado la vida, pero voy a encontrar a Yeremi.
Tiene
que estar cerca. Eso es que lo ha cogido alguien de por aquí y no sabe
cómo devolverlo. Lo voy a encontrar.
Se lo juro a mi pizquito lindo".
Juan Bergua pasa todos los días por el lugar en que
su hija Cristina se evaporó el 9 de marzo de 1997, en la descarnada
carretera que va de Esplugues a Cornellà (Barcelona).
Es su particular
ascenso al calvario.
Lanza una mirada furtiva al semáforo donde el novio
de Cristina dijo que la dejó aquel domingo a las nueve
. A diez minutos
de casa. Nadie ha vuelto a saber de ella
. Y esa noche regresa a la
memoria de Juan una y otra vez
. Y el complejo de culpa que le acompañará
mientras viva. Piensa que su hija ya habría cumplido 28 años. Y cómo
han cambiado las cosas.
Pocos meses después de la desaparición de Cristina la policía recibió un soplo:
su cuerpo había sido enterrado en el vertedero del Garraf.
Una montaña
de 25 millones de toneladas de basura rozando Barcelona.
Buscaron
durante 60 días. Juan en primera fila
. Hasta las rodillas de porquería.
Apretando los puños. Esperando que surgiera el cadáver.
Era una
información falsa. Como casi todas las llamadas anónimas que tiñen las
desapariciones.
Una marea de mentiras. A cualquier hora del día o de la
noche.
Desde videntes hasta detectives; desde chantajistas hasta falsos
secuestradores; desde timadores hasta sádicos.
Todos intentando sacar
tajada. O hacer daño. O ayudar con supuestos avistamientos del
desaparecido. A la niña Madeleine McCann la vieron una docena de
personas por toda España.
Hubo que comprobar la veracidad de cada
testimonio. Todos eran falsos.
Pero las familias se agarran a ese clavo
ardiendo. Incluso la policía.
"No podemos descartar nada", explica un
inspector, "puede aparecer un chalado en comisaría diciendo que sabe
algo y al final resulta que es el asesino.
No puedes descartar nada por
la sencilla razón de que no tienes nada".
Juan Bergua se acaba de prejubilar.
Tiene el rostro
pétreo, el andar cansado y unas profundas ojeras.
No sonríe. Habla de
Cristina en pasado y en presente. No está ni viva ni muerta.
Durante los
primeros meses a punto estuvo de volverse loco
. Inundó de fotografías
España.
Habló con policías, periodistas, jueces y políticos.
Llegó al
límite de sus fuerzas. Un año más tarde, en 1998, creó Inter-SOS, una
agrupación de familiares de desaparecidos pionera en España
. No recibe
un euro de la Administración. Apenas un despachito compartido en el
Centro Cívico del Ayuntamiento de Cornellà.
Desde aquí lucha para
encontrar a su hija y ayudar a otros en su situación. Juan no se rinde.
"Cada día me pregunto qué pasó
. Sigo buscando con el mismo tesón que si
la hubiera perdido hace seis meses.
Tengo derecho. Si me demuestran que
no quiere volver... lo aceptaré. Si no, que me den sus restos, los
enterraré y tendremos un sitio donde llevar flores".
Flor Bellver es una psicóloga especialista en situaciones de
emergencia. Ha tratado a víctimas de atentados terroristas, de
accidentes aéreos, violencia doméstica, abusos sexuales.
No se asusta
fácilmente. "Lo he visto todo.
Pero la situación que pasan los
familiares de desaparecidos es la más compleja que conozco.
Los
desaparecidos no pertenecen al mundo de los vivos ni de los muertos.
Y
sus familiares están condenados a moverse entre la esperanza de que
algún día aparezcan y la desesperanza más negra.
Yo lo llamo pérdida ambigua;
un trauma que no se cierra". Flor Bellver es la única psicóloga que
trabaja específicamente con familiares de desaparecidos en nuestro país.
"
No cobro un duro. Pero lo que aprendo de ellos: cómo siguen adelante
con dignidad, cómo apuestan por la vida, es para mí más que un sueldo".
-¿Es posible que esas familias superen la desaparición?
-A veces el tiempo da serenidad; se habitúan; manejan mejor esa pérdida, pero todo eso no reduce ni el dolor ni la ausencia.
No son policías normales.
No son familias normales.
No son
profesionales normales. Son una raza aparte.
El vínculo que se crea
entre ellos es indestructible.
Detrás de cada desaparición está la
tristeza más profunda y un desasosiego que nunca cesa
. Una desaparición
es algo antinatural. Incomprensible.
Que no se asimila.
Una niebla
espesa que instala una incertidumbre permanente en la vida de los que
las padecen. De cualquier edad, profesión y condición social.
Físicamente provoca desde dolores crónicos a un insomnio permanente;
depresión, ansiedad, irritabilidad y una absoluta imposibilidad para
concentrarse.
Una desaparición es una herida que no cicatriza. Peor que
la muerte. Y un reto para cualquier investigador. "Aunque sólo sea por
sacarles de ese infierno", explica un policía.
"Se llega a establecer
una relación muy intensa entre los familiares y nosotros; no puedes ser
su amigo, eres el policía; pero eres el primer frente para ellos.
Te
llaman cuando lo demás falla.
Nuestro trabajo policial es muy ingrato:
explorar registros y archivos; buscar un coche; confrontar llamadas;
visionar vídeos de cámaras de seguridad; avanzas despacio y a veces
tienes la moral por el suelo.
Y de repente, pasa algo, hay una nueva
pista, y si solucionas el caso, ha valido la pena".
Sin embargo, no hay tantas desapariciones en nuestro
país.
Aunque la alarma que provocan sea inmensa.
Rentabilizada por
algunos medios de comunicación. Algo similar a lo ocurrido en Estados
Unidos a mediados de los ochenta con el tsunami mediático de los asesinos en serie
que provocó una paranoia colectiva en todo el país.
El miedo provoca
más miedo. Amplificado por Internet
. Una desaparición da morbo. Vende.
Produce una combinación de fascinación y aversión. Sólo hay que recordar
a Madeleine McCann, que se desvaneció en mayo de 2007, cuando tenía
tres años, provocando un espectáculo televisado protagonizado por sus
padres y transmitido en directo en el que participaron desde Benedicto
XVI hasta David Beckham
. O el último dispositivo informativo, con
unidades móviles y decenas de periodistas acampados y misas oficiadas
por el cardenal y manifestaciones, organizado junto al domicilio de
Marta del Castillo, de 17 años, que desapareció el pasado 24 de enero en
Sevilla.
En torno a esa crónica negra-rosa-amarilla, varios policías que investigan desapariciones critican agriamente la emisión de Días sin luz,
la miniserie que se ha apresurado a realizar Antena 3 en torno a la
desaparición y muerte de Mari Luz Cortés en enero de 2008 y que
siguieron en su estreno 3.200.000 espectadores.
"No se puede poner eso
en televisión cuando la investigación está abierta y quedan tantos cabos
sueltos y no sobran pruebas y hay pendiente un juicio que puede ser con
jurado
. Es para vomitar", critica una inspectora que investigó la
desaparición de la niña de Huelva. Siguió por toda España al presunto
asesino de la niña, Santiago del Valle.
Y cuando le vio en Cuenca
arrastrando un mugriento carrito de la compra, lo tuvo claro. Pensé:
"Ahí sacó ese tío el cuerpo de Mari Luz del barrio de El Torrejón de
Huelva".
Para los dos grandes cuerpos de seguridad del Estado no se puede
hablar en España de redes organizadas de tráfico de órganos, pederastas,
secuestradores o asesinos en serie. "La pederastia está más extendida
en Bélgica y el Reino Unido, donde hay unidades policiales
especializadas.
En España desaparecen más mujeres que niños.
Y en cuanto
al tráfico de mujeres para la prostitución, existe, pero no somos un
país de origen, sino de destino.
Hay tráfico de mujeres, pero son
captadas fuera", explica un oficial destinado en la Unidad Central
Operativa (UCO), el grupo de la Guardia Civil contra la delincuencia
organizada, uno de cuyos cometidos es investigar los homicidios y
desapariciones que provocan especial alarma social.
En 2008 se presentaron en nuestro país 15.000 denuncias por
desaparición en las comisarías del Cuerpo Nacional de Policía y 8.000 en
los puestos de la Guardia Civil.
A las que hay que añadir unos cientos
más en la demarcación de las policías autónomas (los Mossos d'Esquadra
han creado una unidad especializada en desapariciones).
Más de la mitad
eran menores. Muchos huidos de centros de custodia. Un tercio del total,
extranjeros
. El 99% fue localizado. La mayoría en las primeras 24
horas
. Eran desapariciones voluntarias. Algunos de los adultos
localizados se negaron a que la policía diera a sus familias información
sobre su paradero.
Esfumarse no es delito. Es un derecho.
Pero estamos hablando de los que desaparecen sin dejar rastro; los catalogados por la policía como inquietantes.
Y por la Guardia Civil como forzados.
Su vida corre peligro
. Quizá ya son cadáveres. Casos que huelen mal
desde el principio.
Hay más de 200 sin resolver que provocan que
policías y guardias civiles se rompan la cabeza. Aumente la alarma
social. Y las familias agonicen.
José Manuel A. es el jefe. El inspector jefe del Grupo de
Desaparecidos.
Le quedan tres años para jubilarse. Se hizo policía en
1975. Procede de Homicidios, "que entre nosotros siempre ha sido lo
máximo en investigación"
. Es hermético y metódico.
Hay que leer entre
sus palabras. Personifica al viejo sabueso. Bigote de otra época, pelo a
navaja y nudo Windsor
. Comenzó a investigar desapariciones a mediados
de los ochenta.
Cuando aún se trabajaba con máquina de escribir. Y los
policías despachaban a las familias que llegaban a la comisaría a
denunciar con un rutinario "vuelva usted mañana"
. Estaba solo. Ha ido
creando una impresionante base de datos sobre desaparecidos que alimenta
a diario.
Y a la que no tiene nadie acceso fuera de su unidad.
En 1995
se hizo cargo del embrión del actual Grupo de Desaparecidos. Cuenta con
dos mujeres policía para el trabajo diario y una veintena de detectives
de homicidios para trabajar sobre el terreno si las cosas vienen mal
dadas
. El pasado lunes 26 de enero, dos de ellos viajaron hasta Sevilla
para investigar la desaparición de Marta del Castillo, a la que su novio
dice que dejó cerca de casa la noche del sábado 24.
Fue la última
persona en estar con ella.
El primer sospechoso. "Es lo único que
tienes. Desde ahí partes. Buscas a alguien con alguna relación social,
laboral o familiar con la víctima.
Y vas rebobinando. Hacia delante ya
no puedes ir".
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