El siglo XX es el siglo de la
biomedicina, la época en la que avances como las vacunas, los
antibióticos y el agua sanitaria acabaron, al menos en el mundo
desarrollado, con una de las principales tragedias de la humanidad, la
muerte de los niños.
Pero el siglo XX es también el siglo de la maldad,
la era en que el Holocausto, el gulag, las bombas atómicas y las guerras
industriales demostraron la capacidad de nuestra especie para violar,
torturar y asesinar.
No sé qué deberemos hacer para perdonarnos a
nosotros mismos esta historia abyecta, una especie que se autodenominó
sabia (sapiens), que se cree racional, donde muchos piensan que
están hechos a imagen y semejanza de Dios, tendrá que pagar de alguna
manera esos crímenes, porque si alguna vez he dicho que somos la
esperanza y la conciencia de la Tierra, somos también su principal
vergüenza.
De los
dos sexos se puede afirmar con rotundidad que los hombres somos los
protagonistas principales de esta maldad, somos nosotros los que
diseñamos, programamos y ejecutamos guerras y matanzas, somos nosotros
los inventores de armas sofisticadas y torturas insufribles.
No existe
entre las mujeres del último siglo una sola que se acerque a los
crímenes contra la humanidad de Hitler, Stalin, Mao o Pol Pot. Es triste que entre los comportamientos atribuibles a las hormonas masculinas uno de los más evidentes sea la agresividad.
El
asesinato es también una actividad fundamentalmente masculina y un grupo
particular son los llamados asesinos en serie.
Al parecer, el término (Serienmörder) fue inicialmente propuesto en 1930 para Peter Kürten,
el conocido como «vampiro de Düsseldorf» porque además de setenta y
nueve agresiones y violaciones, nueve asesinatos y siete intentos de
asesinato, bebió la sangre de al menos una de sus víctimas
. En general
se considera que un asesino en serie es alguien que comete tres o más
asesinatos durante un periodo extenso, al menos treinta días, con un
lapso de inactividad entre cada crimen.
Las
series de televisión nos muestran una actividad muy poco realista de la
búsqueda de los responsables de asesinatos en serie.
Uno de los primeros
pasos en su búsqueda y captura es definir su perfil psicológico, algo
que permita centrar las investigaciones.
Sin embargo, un perfil
psicológico no es más que una probabilidad estadística y si la policía
creyera, como vemos tan a menudo en la pantalla, que es una descripción
real, habría un riesgo cierto de ignorar otras evidencias.
La
mayoría de los asesinos en serie son hombres jóvenes, entre
veinticinco y cuarenta años y con ocupaciones que pueden implicar altos
niveles de testosterona como mecánico, peón de carreteras o albañil. Son
carreras laborales donde es difícil progresar y por lo tanto es raro
tener la autoestima alta o valorar positivamente la situación social o
profesional.
Es común que estos delincuentes tengan dificultades para
moverse en sociedad y para relacionarse sexualmente y suelen tener rabia
contra otras personas a quienes consideran responsables de sus
fracasos.
Pero evidentemente muchas otras personas, incluidas todas las
asesinas en serie, no encajan en esta descripción.
Afortunadamente estos
delitos son raros y los cuerpos de seguridad trabajan de forma
sistemática y organizada, muy alejada de esas detenciones «mágicas» que
consiguen en un episodio de cincuenta minutos los detectives de la
televisión.
Cuando se ha estudiado a algunos perpetradores de asesinatos en serie se ha visto que
mucho más prometedor que el perfil psicológico es el perfil geográfico,
algo que también está codificado en el cerebro
. Todos tenemos mapas
mentales y los crímenes nunca son al azar, siempre hay un patrón. Los
criminales no son tan diferentes de una persona que va de compras o de
un grupo de leones que va de cacería.
Normalmente se hace, de forma
consciente o inconsciente, en sitios que uno conoce, asesinan en lugares
con los que están familiarizados y luego arrojan los cuerpos lejos del
lugar en donde viven. Cartografiando los lugares donde tiene lugar la
desaparición de la víctima y el encuentro del cadáver es posible
conseguir información direccional.
Un ejemplo fue Arnold Pearce
el llamado «Barclays bomber», un terrorista que puso bombas en una
serie de oficinas bancarias del Barclays cerca de estaciones de una
línea del metro de Londres. Cuando fue capturado se vio que vivía junto a
esa misma línea. Su defensa argumentó que sufría de enfermedad de
Binswanger, un tipo raro de demencia causado por daños en la sustancia
blanca y que puede alterar el juicio
. No le sirvió de mucho, pues el 4
de abril de 1999 fue declarado culpable de veinte cargos y sentenciado a
veintiún años en prisión.
Aunque
el 85% de estos asesinatos han sido cometidos por hombres, hay unas
cuantas decenas de mujeres que encajan en la definición de asesinas en
serie.
Entre las más famosas en el mundo anglosajón está Jane Toppan, una enfermera que acabó con decenas de pacientes entre 1885 y final de siglo; Belle Gunness,
que mató a veinticinco personas a finales del siglo XIX, incluidos sus
maridos y sus hijos, y desapareció sin que se supiera más de ella; Nannie Doss,
una «viuda negra» que asesinó a sus cinco maridos, a una de sus
suegras, a sus hermanas, a dos de sus hijos y a su propia madre, o Aileen Wuornos, que acabó con cinco clientes que habían contratado sus servicios sexuales entre 1989 y 1990
. En España tenemos también nuestra crónica negra y entre las asesinas en serie recientes están los casos de Encarnación Jiménez,
que fue condenada a ciento cincuenta y dos años de cárcel por matar a
dos ancianas y asaltar a otras quince en Madrid entre abril y julio de
2003, y cuyo objetivo era conseguir el dinero y las joyas de sus
víctimas, y Remedios Sánchez,
una mujer que fue condenada a ciento cuarenta y cuatro años de prisión
por matar a tres ancianas e intentar asesinar a otras cinco en tres
semanas de locura en Barcelona en 2006, que terminaron al ser detenida
en el local de tragaperras donde gastaba el fruto del saqueo de las
casas de sus víctimas.
La
neurociencia intenta entender cómo funciona el cerebro de alguien con
comportamientos aberrantes, cómo puede pensar un padre o madre que mata a
su bebé, pero prácticamente nunca aparece una explicación sólida y
generalizable.
Nos cuesta entender la maldad, un cerebro que hace las
cosas que pensamos imposibles para nuestra especie, «inhumanas».
Diversos investigadores han estudiado los perfiles de decenas de
asesinas en serie que cometieron sus crímenes en los dos últimos siglos
en Estados Unidos y el análisis de esos casos proporciona algunas
informaciones sorprendentes, entre las que llama la atención que el
perfil es bastante diferente del de los hombres:
- La mayoría eran mujeres de clase media y alta.
- Casi todas (92%) conocían a sus víctimas. Los hombres asesinos en serie, en cambio, suelen matar principalmente a personas desconocidas.
- Casi todas eran blancas.
- La herramienta para matar más habitual fue el veneno, mientras que en el caso de los hombres eran las armas.
- La mayoría eran «geográficamente estables». Vivían en la misma zona donde cometían sus crímenes.
- El motivo principal de los asesinatos fue el dinero, al contrario que en los hombres en que el motivo principal suele ser sexual.
- La mayoría tenían grados universitarios o una buena formación, frente al nivel educativo mucho menor de los hombres.
- La mayoría cometieron entre siete y diez asesinatos o intentos de asesinato, mayor número que en los hombres.
- La carrera criminal de las asesinas en serie fue más larga que la de sus colegas masculinos, quizá por ser culpables menos habituales, lo que hacía que la policía tardase más en centrar sus averiguaciones.
- La mayoría tenían un atractivo medio o superior a la media.
- La mayoría eran monógamas en serie.
- De media se habían casado dos veces, aunque alguna se había casado en siete ocasiones.
- Dos tercios eran parientes de sus víctimas.
- Un 44% había asesinado a sus hijos biológicos.
- Una cuarta parte había matado a ancianos enfermos o niños muy pequeños, personas que no tenían ninguna posibilidad de defenderse.
- De las que se pudo conocer la religión, el 100% eran cristianas.
- Su actividad laboral era muy variada, de profesora de religión a prostituta, pero la profesión más representada, con casi un 40%, eran trabajos relacionados con la salud, como enfermeras o auxiliares de enfermería. El segundo grupo, en torno a un 22%, eran personas cuya actividad fundamental era cuidar a otras, especialmente niños pequeños
- . En cualquier caso, profesiones muy diferentes de las de sus colegas masculinos.
Son datos interesantes y en ocasiones sorprendentes, pero no debemos olvidar que, como aquel brandy Soberano, el asesinato en serie es «cosa de hombres».
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