En los días previos a que The Kinks publicaran The Village Green Preservation Society,
a los hermanos Davies (Ray y Dave), Peter Quaife y Mick Avory se les
acusaba de repetir una fórmula que ellos mismos patentaron, se ponía en
solfa su esquema compositivo
. Precisamente, con ese disco de 1968 The Kinks anticipaban un nuevo formato, el del álbum conceptual.
Ellos siempre fueron un paso por delante, incluso en la década de los setenta y estando entonces ligeramente fuera de foco le hincaron el diente al teatro y a la opera rock
. Y en 1965, en su momento de brote, tres cuartos de lo mismo, con la Invasión Británica al acecho, nadie osaba con imitar un sonido como el suyo, fruto del R&B dominante en la época, con el trazo grueso del pop y consecuencia de su entorno, un pub-rock localista pero efectivo.
Julien Temple, documentalista de prestigio responsable de Imaginary Man, centrado en la figura de Ray Davies (después firmó también uno sobre su hermano para evitar más enfrentamientos, siempre andaban a la greña), explicaba la razón de su deseo, de sus intenciones:
“The Rolling Stones me gustaban, pero The Kinks eran otra cosa.
Hablaban de lo que podías ver a diario por la ventana de tu casa, retrataban lo que pasaba en la calle, hablaban de esa Inglaterra a través de una música muy emocionante”.
Con la ironía como punto de partida, en su maletín se colaban
multitud de sonidos y referencias socio-culturales, electrizantes en sus
primeros singles, como en el caso de You Really Got Me (precursora para el hard-rock) y All Day And All Of The Night.
Una vez grabaron The Kink Kontroversy establecieron nuevas normas, con un estilo ponderado.
No bastaba con hacer ruido.
Es decir, se tenían que tejer historias, y a poder ser con un sentido no exclusivamente unidireccional, letras que luciesen ese drenaje social obvio, observando lo que sucede a tu alrededor, tomando conciencia (aunque en la contraportada del disco reconocen la simplicidad de sus letras, una absoluta contradicción).
La época era propicia, 1965 era el año clave, en primer término con The Beatles y The Rolling Stones, si bien también había variables, sacudían el saco de la contracultura The Sonics, The Animals o en el cauce del jazz John Coltrane con el revolucionario A Love Supreme.
Y en medio, situados cómodamente en un islote estaban The Kinks.
Por exigencias del guión y el grado de su propia responsabilidad, no les convenció el resultado de sus dos primeros discos, uno era una suma de versiones (The Kinks), al otro a pesar de la evolución le faltaba aún identidad, más calidad de sonido (Kinda Kinks).
Finalmente The Kink Kontroversy planta la semilla correcta para definir el valor histórico de The Kinks.
Una docena de canciones con un tono bastante uniforme, piezas tan elegantes y sobrias como las de los rivales que habitaban al doblar la esquina, en vísperas de la que sería su edad de oro a partir de su siguiente obra Face To Face.
Con una portada que engaña: aunque parezca un disco psicodelico no lo es.
Les gustaba desubicar a quienes les seguían y más aún a los que trataban de analizarles.
Con The Kink Kontroversy sí lo pusieron en bandeja de plata (aquí en la portada con su icónica guitarra van directos al grano); guiados únicamente por su instinto asesino, una deriva de su verdadero talento, y el añadido del conocimiento que subyace de la filosofía de la calle, en este caso en Muswell Hill, al norte de Londres.
Con el anticipo en forma de single con la colorista y satírica Dedicated Follower of Fashion, la versión de Milk Cow Blues de Sleepy John Estes abrasa. Till The End Of The Day tiene todavía la esencia de esa energía primeriza, mientras que Where Have All The Good Time Gone tira del carro de la nostalgia desde otro ángulo.
En la inquietante I´m A Free disparan con bala, The World Keeps Going Round determina su función como medio tiempo ácido y agonizante, al tiempo que en When I See That Girl Of Mine Ray y Dave doblan voces evocando a un amor imposible. The Kink Kontroversy abría un interrogante que años más tarde trataría de cerrar Steve Marriott de Small Faces al preguntarse en voz alta y en público cómo demonios habían logrado ese sonido mágico de Waterloo Sunset, marcada a fuego como una de sus grandes gestas.
. Precisamente, con ese disco de 1968 The Kinks anticipaban un nuevo formato, el del álbum conceptual.
Ellos siempre fueron un paso por delante, incluso en la década de los setenta y estando entonces ligeramente fuera de foco le hincaron el diente al teatro y a la opera rock
. Y en 1965, en su momento de brote, tres cuartos de lo mismo, con la Invasión Británica al acecho, nadie osaba con imitar un sonido como el suyo, fruto del R&B dominante en la época, con el trazo grueso del pop y consecuencia de su entorno, un pub-rock localista pero efectivo.
Julien Temple, documentalista de prestigio responsable de Imaginary Man, centrado en la figura de Ray Davies (después firmó también uno sobre su hermano para evitar más enfrentamientos, siempre andaban a la greña), explicaba la razón de su deseo, de sus intenciones:
“The Rolling Stones me gustaban, pero The Kinks eran otra cosa.
Hablaban de lo que podías ver a diario por la ventana de tu casa, retrataban lo que pasaba en la calle, hablaban de esa Inglaterra a través de una música muy emocionante”.
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Una vez grabaron The Kink Kontroversy establecieron nuevas normas, con un estilo ponderado.
No bastaba con hacer ruido.
Es decir, se tenían que tejer historias, y a poder ser con un sentido no exclusivamente unidireccional, letras que luciesen ese drenaje social obvio, observando lo que sucede a tu alrededor, tomando conciencia (aunque en la contraportada del disco reconocen la simplicidad de sus letras, una absoluta contradicción).
La época era propicia, 1965 era el año clave, en primer término con The Beatles y The Rolling Stones, si bien también había variables, sacudían el saco de la contracultura The Sonics, The Animals o en el cauce del jazz John Coltrane con el revolucionario A Love Supreme.
Y en medio, situados cómodamente en un islote estaban The Kinks.
Por exigencias del guión y el grado de su propia responsabilidad, no les convenció el resultado de sus dos primeros discos, uno era una suma de versiones (The Kinks), al otro a pesar de la evolución le faltaba aún identidad, más calidad de sonido (Kinda Kinks).
Finalmente The Kink Kontroversy planta la semilla correcta para definir el valor histórico de The Kinks.
Una docena de canciones con un tono bastante uniforme, piezas tan elegantes y sobrias como las de los rivales que habitaban al doblar la esquina, en vísperas de la que sería su edad de oro a partir de su siguiente obra Face To Face.
Con una portada que engaña: aunque parezca un disco psicodelico no lo es.
Les gustaba desubicar a quienes les seguían y más aún a los que trataban de analizarles.
Con The Kink Kontroversy sí lo pusieron en bandeja de plata (aquí en la portada con su icónica guitarra van directos al grano); guiados únicamente por su instinto asesino, una deriva de su verdadero talento, y el añadido del conocimiento que subyace de la filosofía de la calle, en este caso en Muswell Hill, al norte de Londres.
Con el anticipo en forma de single con la colorista y satírica Dedicated Follower of Fashion, la versión de Milk Cow Blues de Sleepy John Estes abrasa. Till The End Of The Day tiene todavía la esencia de esa energía primeriza, mientras que Where Have All The Good Time Gone tira del carro de la nostalgia desde otro ángulo.
En la inquietante I´m A Free disparan con bala, The World Keeps Going Round determina su función como medio tiempo ácido y agonizante, al tiempo que en When I See That Girl Of Mine Ray y Dave doblan voces evocando a un amor imposible. The Kink Kontroversy abría un interrogante que años más tarde trataría de cerrar Steve Marriott de Small Faces al preguntarse en voz alta y en público cómo demonios habían logrado ese sonido mágico de Waterloo Sunset, marcada a fuego como una de sus grandes gestas.
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