Pocos elepés tienen un arranque tan crucial como ese golpe del batería Sam Lay al inicio de Like a rolling stone, candidata a mejor composición rock de su época o de cualquier otra, tan abismal en su desdén —hacia la musa de Warhol, Edie Sedgwick, pero también hacía sí mismo tras hastiarse del dogma folk— que Greil Marcus necesitó todo un libro para despanzurrarla y observar en sus piezas, como en la hojas de té al fondo de una taza, el vértigo de una época convulsa.
‘’Un toque de batería que suena como un disparo de pistola’’, escribe Marcus.
‘’En Like a rolling stone el tirón del pasado era tan fuerte como el tirón del futuro, y éste era fortísimo’’.
El casual órgano de Al Kooper, el trotón aliento de blues impresionista, el eco del Studio A de Columbia Records, la torrencial letra y esa pregunta universal en el estribillo —¿cómo se siente uno cuando no encuentra el camino al hogar?— la hicieron una de esas piezas que nunca fallan.
Este ímpetu eléctrico forja otros temas inquietos: los restallantes Tombstone Blues, From a Buick 6 o ese Highway 61 Revisited de arranque bíblico.
Luego está la solemne diatriba contra los medios de comunicación que todo lo malinterpretan y pervierten, en Ballad of a thin man, conducida por el titilante piano del propio Bob, aquí venenoso cual escorpión arrinconado.
Una ristra de atípicas, parlanchinas baladas equilibraba el conjunto: la cadenciosa It takes a lot to laugh, it takes a train to cry y su oxidada armónica, la melodiosa Queen Jane Approximately, la desolada Just like Tom Thumb’s blues…
Y la verborrea final que va vomitando Desolation row, once minutos de entropía lírica, con guitarra española puntuando el avance hacia ninguna parte.
‘’Fue la vía principal del country blues, comienza donde yo empecé’’, aclaró Dylan sobre la autovía que titula el álbum. ‘’Mi lugar en el universo, siempre sentí que la llevaba en la sangre’’.
Pese al sustrato rural, Highway 61 Revisited transluce culto y referencial, aguerrido y sinuoso. Empareja a la cantante de blues Ma Rainey con Beethoven, cita a Jack el Destripador y Dalila en la misma letra, a Einstein y Nerón, a Ofelia y Romeo, a T.S. Eliot y Ezra Pound.
Las alegorías revolotean cual hojarasca batida por vientos otoñales, mientras la aguda guitarra de Michael Bloomfield impone el estigma rock and roll a la rota matriz del folkie criado en las catacumbas de Greenwich Village.
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