En el desierto de Namib el roce de su arena rojiza provoca sonidos casi imperceptibles.
En la costa atlántica de Namibia se encuentra el desierto rojo de
Namib, el más antiguo del planeta, uno de los más extensos y peculiares,
declarado en 2013 Patrimonio de la Humanidad.
La razón del característico color que lo identifica es la presencia de partículas de hierro que, al oxidarse, confieren a la arena el tono rojizo.
La arena ha sido transportada durante millones de años por el río Orange desde el vecino desierto de Kalahari, para que posteriormente el viento esculpiera esa inmensidad de cambiantes y gigantescas dunas en forma de estrella.
De entre ellas, destacan dos: la duna 7, con sus 380 metros de altura, y la 45, que, sin ser la más alta —alcanza los 300 metros, igual que la torre Eiffel— sí que es la más visitada del mundo puesto que es muy fácil acceder hasta ella.
Se encuentra junto una carretera asfaltada que conecta las localidades de Sesriem y Sossusvlei. Casualmente en el kilómetro 45.
Los turistas ascienden muy temprano por sus laderas para poder contemplar desde la cima los infinitos contrastes de luz que el sol del amanecer produce sobre este inmenso paisaje desértico. Como colofón, también se puede escuchar el canto de las dunas, sonidos casi imperceptibles y diferentes en cada desierto que el viento produce al hacer chocar entre sí los granos de arena.
La razón del característico color que lo identifica es la presencia de partículas de hierro que, al oxidarse, confieren a la arena el tono rojizo.
La arena ha sido transportada durante millones de años por el río Orange desde el vecino desierto de Kalahari, para que posteriormente el viento esculpiera esa inmensidad de cambiantes y gigantescas dunas en forma de estrella.
De entre ellas, destacan dos: la duna 7, con sus 380 metros de altura, y la 45, que, sin ser la más alta —alcanza los 300 metros, igual que la torre Eiffel— sí que es la más visitada del mundo puesto que es muy fácil acceder hasta ella.
Se encuentra junto una carretera asfaltada que conecta las localidades de Sesriem y Sossusvlei. Casualmente en el kilómetro 45.
Los turistas ascienden muy temprano por sus laderas para poder contemplar desde la cima los infinitos contrastes de luz que el sol del amanecer produce sobre este inmenso paisaje desértico. Como colofón, también se puede escuchar el canto de las dunas, sonidos casi imperceptibles y diferentes en cada desierto que el viento produce al hacer chocar entre sí los granos de arena.
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