Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse
por la habitación.
Era Campanilla,
el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el mismísimo Peter. Éste les propuso viajar
con él y con Campanilla al País de Nunca Jamás, donde vivían los Niños Perdidos...
-
Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico para que podáis
volar.
Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter
les señaló:
- Es
el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un cocodrilo le
devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora Garfio cuando
oye un tic-tac!
Campanilla se
sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con Wendy, así que,
adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar una flecha a un gran
pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó al suelo, pero, por fortuna,
la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también,
claro está de sus hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los
terribles piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de
Nunca Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael y a
John.
Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió
envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba
vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento en que
Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un poderosísimo veneno.
Cuando Peter
Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla, arrepentida de lo que había
hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar que la salpicaran unas cuantas
gotas del veneno, una cantidad suficiente para matar a un ser tan diminuto como ella. Una
sola cosa podía salvarla: que todos los niños creyeran en las hadas y en el poder de la
fantasía. Y así es como, gracias a los niños, Campanilla se salvó.
Mientras tanto,
nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban a punto de ser lanzados
por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía que nada podía salvarles,
cuando de repente, oyeron una voz:
-
¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había
llegado justo a tiempo de evitarles a
sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-tac muy conocido por Garfio hizo que éste se
estremeciera de horror. El cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un
traspié y cayó al mar. Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis
ver al Capitán Garfio nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.
El resto de los
piratas no tardó en seguir el camino
de su capitán y todos acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas
de Peter Pan y de los demás niños.
Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus
amigos para que se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños
echaban de menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su
casa.
-
¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños.
-
¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca. Aunque
crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De ese modo
seguiremos siempre juntos.
-
¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.
FIN
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