Se parece a la elección del Papa
. Los 123 músicos de la orquesta
Filarmónica de Berlín, quizás la mejor del mundo, se reúnen en lugar
aislado y secreto, entregan sus teléfonos móviles y votan para elegir a
su director, sucesor de Herbert von Karajan, Claudio Abbado y las otras
luminarias que han llevado la batuta en esa institución.
En este
cónclave secreto los músicos votan tantas veces como sea necesario hasta
que uno de los candidatos alcance una mayoría significativa
. Hace unas
semanas, y por primera vez desde 1882, los músicos no lograron ponerse de acuerdo.
Su fragmentación hizo imposible la elección del sustituto del director
saliente, sir Simon Rattle, y así, imitando una costumbre del Congreso
de EE UU, decidieron posponer la decisión para el año próximo.
“Los
músicos de Berlín orquestan el fin de la autocracia” escribió la crítica
Shirley Apthorp, y continuó:
“La era del autócrata ha terminado; hasta
orquestas menos democráticas que la de Berlín quieren tener más
influencia sobre su destino.
El estilo absolutista de Herbert von
Karajan ya no tiene cabida en una sociedad igualitaria”.
Esta afirmación es perfectamente aplicable a muchos ámbitos del
quehacer humano. Incluso a la FIFA, por ejemplo.
¿Alguien duda de que
estamos viendo el final de la manera corrupta, opaca y autoritaria en la
que hasta ahora ha funcionado la organización que maneja el futbol en
el mundo?
Por más que Sepp Blatter,
el hábil dictador “democráticamente electo” de la FIFA, continúe
actuando como siempre lo ha hecho (¡y hasta logre ser reelegido!) el fin
de su liderazgo es tanto obvio como inevitable.
Esto no solo está pasando en la música o el fútbol.
En las últimas
semanas, los resultados de las elecciones en el Reino Unido, España y
Polonia han reconfigurado el orden político de esos países.
En el Reino
Unido, el Partido Nacionalista Escocés, y en España Podemos y Ciudadanos
irrumpieron en el escenario, quitándole poder a los partidos
tradicionales.
En Polonia, Andrzej Duda, un candidato relativamente
desconocido hasta hace poco, derrotó al presidente Bronislaw Komorowski.
En todos estos casos, los expertos y las empresas encuestadoras se
vieron sorprendidos por los resultados.
Algo parecido ocurre en el mundo del dinero y los negocios. La revista Fortune
está por publicar su famosa lista de las 500 empresas más grandes de
Estados Unidos. El 57% de las compañías que están este año en la lista
no aparecían en 1995.
La rotación es aún mayor en las clasificaciones de
las mayores empresas del mundo. Hay cada vez más empresas de países
emergentes —especialmente China— así como de sectores de negocios que no
existían hace tan sólo unos años.
Mientras que Alibaba, la empresa
china de comercio electrónico fundada en 1999, tiene un valor de 224.000
millones de dólares (203.000 millones de euros), muchas de las
compañías europeas o norteamericanas que antes dominaban sus mercados
han desaparecido de la lista. Kodak, por ejemplo.
Lo mismo está pasando con la lista de las personas más ricas
. Solo el
10% de los estadounidenses que en 1982 estaban en la lista de la
revista Forbes seguían en ella en 2012
. Es interesante destacar
que, con solo haber obtenido un rendimiento del 4% al año sobre su
capital, la gran mayoría de los ricos de 1982 hubiese podido seguir
estando en la lista 30 años después.
Pero no lo lograron. ¿Quién los
reemplazó? Los asiáticos.
El Reporte de los Milmillonarios del 2015 recién publicado por
UBS/PwC encontró que un creciente número de personas con una fortuna de
más de mil millones de dólares reside y trabaja en Asia.
De los 1.300
superricos incluidos en el informe, el 66% no heredó su fortuna, sino
que la creó. Hace dos décadas esto era al revés.
El 57% de los ricos del
mundo lo eran gracias a que habían heredado un gran capital.
Y hasta
1980, indica el informe, la abrumadora mayoría de los milmillonarios se
concentraba en Estados Unidos y Europa.
Ya no. En 2015, el 36% de los
superricos que no heredaron su riqueza son asiáticos y tan sólo el 17%
europeos. El 47% reside en EE UU.
La gran sorpresa no es que todas estas cosas estén pasando.
Lo más
sorprendente es la frecuencia con la cual los líderes tradicionales de
la política, la economía o los deportes y las artes creen que pueden
seguir comportándose como siempre lo han hecho. Blatter, el jefe de la
FIFA, es un buen ejemplo de esto.
Después de su reelección, una bofetada
a la gente decente del mundo, Blatter dijo: “No necesitamos
revoluciones, necesitamos evoluciones.
Y yo arreglaré la FIFA”. Pues no.
Él no la arreglará. La arreglarán los fiscales y jueces estadounidenses
que mandarán a la cárcel a los corruptos de ese organismo. Y esa es la
revolución de la cual Blatter intenta salvarse.
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